Kin | Crítica

Soso rebujito de géneros

Una imagen de la película.

Una imagen de la película. / D. S.

Todo harta si se consume en exceso. Hubo un tiempo en que mi generación aplaudía el retorno de las películas de fantasía y aventuras extravagantes tras los años más duros del cine de autor. Pero ahora estamos empachados y, la verdad, da fatiguita tener que meterse en el cuerpo otro zorullo de efectos especiales. Y si además tiene tan poca gracia como éste, peor.

Kin se mueve en un terreno por así decir muy Carpenter –aunque el resultado está a años luz del simpático urdidor de historias– que se columpia entre el cine policíaco y el de ciencia-ficción. Hay una familia disfuncional, un padre que se esfuerza por educar a su hijo en un ambiente que no le da facilidades, un hermanastro blanco malo y otro negro menos malo, una stripper, un pelotón poco afín –mafiosos y aliens– que los persigue y un arma digamos de que de otro mundo. Se multiplican las citas directas al cine de los 80, a Terminator sobre todo, y las indirectas, a través del uso del color que le da un aire de neón a lo Tron.

Versión inflada por los debutantes Jonathan y Josh Baker de su cortometraje Bag Man. Inflada como una pompa de chicle que les explota en la cara para desolación del productor que creyó que la pepita de oro del corto indicaba la existencia de una mina de oro de talento. No hay tal. Ni en los directores ni en los intérpretes, entre los que sobresalen los fantasmas de Dennis Quaid y James Franco. Los jóvenes Jack Reynor y Myles Truit se divierten pasándoselo estupendamente mal.

Lástima que el público se divierta menos con esta película de drama familiar y policial trufada de road movie con descubrimiento recíproco de hermanos hasta entonces alejados y recubierta de ciencia ficción: demasiadas variantes genéricas para tan poco director, aunque sean dos.

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