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Reminiscencia | Crítica

Cólico de referentes

Rebecca Ferguson y Hugh Jackman, en 'Reminiscencia'.

Rebecca Ferguson y Hugh Jackman, en 'Reminiscencia'. / D. S.

Guionista y productora de series televisivas (Criando malvas y Último aviso) que triunfó definitivamente –junto a su marido Jonathan Nolan, hermano del realizador Christophercomo productora, guionista y realizadora de la serie de HBO Westworld (basada en una novela de Michael Crichton que conoció dos versiones cinematográficas en los años 70), Lisa Joy salta al cine con esta película que parte de una idea interesante y atractiva para perderse en un desarrollo innecesariamente farragoso lastrado por una dirección que no está a la altura de las ambiciones.

Como autora en solitario del argumento y del guión, además de directora, Lisa Joy se enreda a sí misma en una empresa que está por encima de sus capacidades. La idea inicial en manos de un buen guionista hubiera podido ser el punto de partida de lo que la película pretende ser: un neo-noir futurista que quiere seguir la senda abierta por la cada vez más crecida e influyente Chinatown en la reescritura moderna y posmoderna del cine negro clásico, por Blade Runner en su hallazgo de fundir ese nuevo cine negro con la ciencia ficción, por Minority Report y por las películas tan brillantemente incomprensibles de su cuñado. Demasiado para las fuerzas creativas de esta guionista y directora.

La buena idea desaprovechada es la explotación comercial de los recuerdos vueltos a vivir como refugio artificial para huir de una realidad opresiva, en este caso una Miami medio hundida en las aguas por el cambio climático y arrasada por la violencia. Jackman se dedica a extraer los recuerdos y hacer que sus clientes los vuelvan a sentir con la intensidad con que los vivieron. Esta buena idea se va a la porra cuando Joy tiene la desafortunada idea de calcar el cine negro clásico sin que logre evitar caer en la caricatura.

A la oficina resucitadora de experiencias de esta especie de detective del tiempo llega una misteriosa mujer fatal (por desgracia más parecida a Jessica Rabbit que a las grandes intérpretes de femmes fatales en las que se basó el dibujito o a la Daryl Hannah de Blade Runner) como Ruth Wonderly llegaba a la oficina de Sam Spade en el inicio de El halcón maltés, no en busca de su hermana sino de un recuerdo. Y a partir de ahí, es decir desde el mismo inicio, todo se va estropeando, los personajes convirtiéndose en caricaturas de los arquetipos del cine negro y neo-noir, y las situaciones disparatándose. Sin que falte, para completar el aire de parodia, la voz en off explicándolo todo en una fallida imitación del cínico desapego de las voces narrativas bogartianas (para nosotros de sus geniales dobladores José Guardiola, José Luis San Salvador y Rafael Navarro) del cine negro clásico. Porque todo es un cólico de referentes mal masticados y peor digeridos.

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