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Cofradias

La Esperanza de José Ordóñez

Si hay una imagen en la Semana Santa que atrapa por el magnetismo de sus ojos, por su tremenda impronta, por su acusadísima personalidad, es la Esperanza de Triana. Una imagen que tiene una belleza tan real como un pasado incierto. Se desconoce su autor: los propios especialistas en arte no se ponen de acuerdo y en la hermandad no se conserva documentación alguna al respecto. A lo largo del siglo XX la Dolorosa trianera ha sufrido algunas restauraciones polémicas, más por la falta de información que por el resultado de la intervención. Una controversia que en la mayoría de las ocasiones era fruto de la suspicacia de algunos círculos cofradieros y carecían de verosimilitud alguna. Quizás la intervención más determinante que ha sufrido la Esperanza es la que le practicó José Ordóñez hace ahora justo un siglo.

Para entender la restauración que efectuó Ordóñez en 1913 hay que remontarse años más atrás: a 1898 y al incendio que tuvo lugar en el altar de la Dolorosa en la parroquia de San Jacinto. Así se relata en la web de la corporación: "Como fecha muy significativa para la hermandad y especialmente para el estado físico de la imagen de la Esperanza, se debe indicar la del día 2 de mayo de 1898. Estando ubicada la hermandad en la iglesia de San Jacinto se produjo un incendio devastador en el altar de la Virgen. Su rápida extinción por parte del padre prior, del concejal del Ayuntamiento de Sevilla, Enrique Mensaque; del maestro de escuela de Triana, Francisco Reyes; y del guardia civil, José Cansino; no impidió que causara unos gravísimos daños en la misma. Se encargó la restauración de la imagen al imaginero Gumersindo Jiménez Astorga".

En el terrible suceso la Dolorosa quedó gravemente dañada. La intervención de Jiménez Astorga fue muy polémica y el resultado no llegó a satisfacer a los hermanos, como explica el historiador Javier Sánchez de los Reyes: "En la hermandad no terminó de gustar aquella intervención, hasta el punto de que, debido a las discrepancias, un año se queda sin salir". Luis Carlos Pérez Porto en su libro Relación e Historia de las Cofradías Sevillanas, publicado en 1908, confirma este extremos cuando hace referencia a la restauración de la Dolorosa: "Sus hermanos decidieron buscar una persona para que les ayudara a costear los gastos de la restauración, como consiguieron, verificándose ésta por el hijo del escultor Sr. Astorga, el que a nuestro modo de entender la ha dejado sin el color moreno y la gracia que tenía antes de ser quemada".

El ingreso en la hermandad del canónigo José Sebastián y Bandarán resultó clave para que José Ordóñez volviera a restaurar a la Dolorosa en 1913. "Él se vincula con la cofradía y fue quien llamó a Ordóñez, puesto que eran amigos. Unos años antes le encomendó la restauración de la Virgen de los Reyes. Ordóñez, presumiblemente, encarna a la Virgen de nuevo, le pone las cejas un poco más anchas y pinta un ribete negro bajo el párpado inferior siguiendo la moda costumbrista de aquella época", explica Sánchez de los Reyes.

Ordóñez le habría dado a la Esperanza el aspecto castizo que hoy conserva, pero no la retalla. "Lo consigue con las pestañas y esa sombra negra. Son los ojos los que definen la personalidad de la Virgen". Los cambios estéticos gustaron en el seno de la hermandad y en el barrio y fue a partir de ese momento, como abunda Sánchez de los Reyes, cuando la hermandad empieza a despegar, después de la reorganización de finales del XIX.

En el año 1929 se produce otra intervención con polémica: la de Antonio Castillo Lastrucci. Se han escrito ríos de tinta sobre ella. El propio autor reconoció en 1963 que al retirarle la pintura se comprobó que los párpados eran de pasta, por lo que se acordó hacerle la mascarilla y las manos. Sánchez de los Reyes considera que es "imposible" que Castillo la retallara. "No la pudo hacer nueva porque sigue teniendo los mismos ojos de cristal y en el mismo sitio. El antiguo vestidor de la Virgen siempre dice que la dejó en madero, la entrapó y la encarnó de nuevo". Este historiador sí añade que Castillo le arqueó un poco más las cejas y que quizás le pudo afilar la nariz, al ser una cuña añadida.

Andrés Luque, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, asegura que fue José Ordóñez quien le otorgó el aspecto actual a la Virgen de la Esperanza: "Él la remodela, no la retalla. Poco tiempo después tiene que ser de nuevo intervenida por Castillo, que insiste en la fisonomía que le da Ordóñez, algo que hace pensar que se trate de una consolidación. Algo pasaba con los materiales. La polémica surge con el tiempo cuando Illanes dice que Castillo la ha retallado". Para este profesor la autoría se podría dilucidar de una manera muy sencilla, mostrando las radiografías de la última restauración de Álvarez Duarte, quien la volvió a policromar. El propio Álvarez Duarte reconoció que durante su intervención, en 1989, encontró evidencias que certificaban que Castillo no hizo la mascarilla nueva, ya que encontró un rostro realizado en varias partes.

Sobre la primitiva autoría. Los especialistas discrepan. Sánchez de los Reyes la identifica con Astorga, pero no con Juan, sino con Gabriel: "La imagen es grande. El arranque del busto y las caderas son muy parecidos a los de la Soledad de San Buenaventura. Además, se la llevan a Gumersindo cuando se quema porque en la hermandad existía una conciencia de que era de Gabriel, que era su padrastro, y ya había fallecido. Esto cobra sentido cuando el Cristo lo restaura Reyes-Cano". Por su parte, Andrés Luque también la descarta de la producción de Juan de Astorga e identifica en la talla argumentos barrocos: "Yo la enmarcaría en el siglo XVIII, en el círculo de los hijos y nietos de Pedro Roldán".

En cualquier caso, ambos historiadores coinciden en que la Virgen adquirió su actual fisonomía hace cien años con la intervención de Ordóñez.

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