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Historia

1875, gutapercha para los pasos

  • El autor recuerda la decisión adoptada hace 140 años de sacar al Gran Poder sin costaleros.

EN enero del año 1873 la Catedral lo estaba pasando fatal. Tenía tan poco dinero que se suprimió la música de las festividades navideñas y como nadie pagaba nada, ni las misas, en siete meses habían dejado de celebrarse 2.025 en los altares de la catedral, casi diez por día. Eran las consecuencias de la lejana Desamortización, pero sobre todo del incumplimiento del concordato de 1851, la inestabilidad del reinado de Amadeo de Saboya y la proclamación de la República. En ese año, por lo tanto, no hubo dinero para poner el monumento de Semana Santa en el trascoro, ni salió el Corpus por las calles de Sevilla.

Es el año de Cartagena y los otros veintisiete cantones, muchos de ellos anarquistas, incluido el de Sevilla, que el general Pavía arrasó el 30 de julio, obligando a que muchas familias se refugiaran en la Catedral. En este clima revolucionario se multiplicaron los problemas, como un robo de alhajas en la Capilla Real, que obligó a organizar la vigilancia nocturna del templo. La dirección de este servicio de seguridad la encargaron a un antiguo fraile, al que concedieron un dormitorio en el patio de los Naranjos y a cuyas órdenes pusieron, para hacer las rondas, cuatro peones y un perro.

Al año siguiente, 1874, las cosas no mejoraron, pues el Gobierno llevaba 46 meses sin pagar lo acordado a los canónigos, de manera que el alcalde, el conde de Ybarra, decidió entregar 500 pesetas como subvención, y así se pudo celebrar la Semana Santa. Los problemas se dieron en la calle, pues, como deliberó el 11 de abril la junta del Gran Poder, "los gallegos que llevaron los pasos en la pasada Cofradía, no lo hicieron con el silencio, compostura y seriedad que estaban recomendados [y para que el] acto religioso se celebre con la pompa y la majestad que es debida, acordó nombrar una comisión para llevar los pasos sin necesidad de costaleros".

En la mañana del 5 de noviembre alguien se llevó una sorpresa mayúscula cuando, al mirar por la reja de la capilla de los Cataño, la del San Antonio de Murillo, se encontró un agujero irregular en el sitio donde había estado el santo portugués hasta el día antes, pues alguno, tan habilidoso como quien hace poco ha robado un mosaico en Écija, se lo había llevado a punta de navaja. Inmediatamente las autoridades se pusieron en marcha: los canónigos organizaron una novena de desagravio por el sacrilegio y el juzgado de La Magdalena metió en la cárcel a los cuatro peones de las rondas nocturnas y a su jefe, el capellán celador, solicitando diversas pruebas, entre ellas que le certificasen cuáles eran las tareas de los cinco celadores que, en el mejor de los casos, no se habían enterado de nada. No consta en el atestado qué medidas se tomaron contra el perro.

El día 29 de diciembre se restauró la monarquía al pronunciarse Martínez-Campos en Sagunto en favor de Alfonso, el exilado príncipe de Asturias. El cabildo, que no había mencionado al rey Amadeo en las actas de sus reuniones casi diarias, que no había jurado la Constitución ni reconocido a la República, se apresuró a organizar un Te Deum para el día de los Reyes de 1875. Un par de semanas después, para celebrar los días de Alfonso XII, hubo repiques en la Giralda, que se iluminó y empavesó, quizás la última vez antes de 1982.

Las alegrías se amontonaron. Empezaron unas discretas gestiones para que el Gobierno Civil devolviera la Biblioteca Colombina, que había incautado el 26 de enero de 1869, y así ocurrió una semanas después, cuando se supo que el recorte de Murillo había aparecido en Nueva York, y que ya estaba embarcado de vuelta. Otro repique anunció su retorno, pero antes se había iniciado una carrera para apuntarse al éxito, pues se ofrecieron profesores madrileños y restauradores bávaros para arreglar el roto. No obstante, el Ayuntamiento decidió pagar la intervención sólo si se hacía en Sevilla. La academia de Santa Isabel de Hungría ofreció a sus expertos, incluso la Comisión Provincial de Patrimonio, que ya existía, aportó sus buenos oficios para la restauración del Murillo y, además, para intervenir en las bóvedas de la catedral. La Diputación, como no podía ser menos, hizo lo propio. La Real Academia de San Fernando, que llevaba una temporada sin meterse en asuntos de provincias, presentó un plan de trabajo y a los especialistas más reputados y, como por casualidad, el Ministerio de Gracia y Justicia anunció que lo pagaría todo. El cabildo declaró que tomaría las decisiones oportunas sin atender a compromisos personales o locales, lo que insinuaba que se inclinaría por la oferta madrileña, como así fue.

Entre tanta emoción pasó desapercibido el tránsito por las naves catedralicias del paso del Gran Poder sobre ruedas. La petición de la hermandad, presentada a comienzos de diciembre, motivó que la sección de arquitectura de la Academia de Bellas Artes local, en su sesión del 31 de diciembre, atendiera al autor de la idea, el ingeniero don Manuel Raquejo, que con una maqueta demostró que un artilugio rodante podía sustituir a los "gallegos". Probablemente este señor era el "maestro mayor de fortificación de primera clase" Raquejo y Acosta, que vivía en el 56 de la calle Teodosio. El informe de Bellas Artes, del 4 de enero de 1875, contiene la definición académica precisa de lo que es un costalero, pues dícese de los "mandaderos que se colocan debajo de los pasos". Así mismo acreditó que el mecanismo no afectaría a la solería de la Catedral, pues revestirían las ruedas con un centímetro de gutapercha, palabra que designa una especie de caucho malayo, que es como para llevarse el bote del Pasapalabras.

La crónica oficial de aquella Semana Santa, publicada en La Gazeta de Madrid, atestigua que todo transcurrió en la mayor normalidad: "Sevilla, 26 de Marzo.- Inmensa era la concurrencia que asistía anteayer y ayer a la carrera por donde hicieron estación a la Catedral las cofradías anunciadas. La riqueza y suntuosidad de los pasos excitaban la admiración y el pasmo de las muchos extranjeros que han venido a Sevilla a presenciar las fiestas religiosas de la Semana Santa […] El orden se ha conservado inalterable, para lo cual han contribuido mucho las prudentes disposiciones de la Autoridad. Teniendo noticias el Sr. Gobernador de la provincia de que había llegado a esta ciudad un considerable número de rateros procedentes de Madrid, Barcelona y varias capitales de Andalucía […] lograron la captura de la mayor parte de ellos, así como la del que se supone jefe de la partida, llamado Platero. Todos estos industriales están en la cárcel a disposición del Juzgado".

El libro Apuntes para la historia de la hermandad del Gran Poder, de Duque del Castillo, publicado en 2002, documenta el tremendo fracaso que fue lo de las ruedas, pues "el pueblo se sintió movido más a la hilaridad que a la devoción y mostró, de viva voz, su compasión por las Imágenes ante el temor de que pudieran estropearse o romperse". No faltaron los insultos, entre lo que imaginamos que se notarían los improperios y palabrotas de los postergados "mandaderos" o "gallegos". Los promotores de la idea, tras reconocer el fracaso, formularon una profecía: "Si en el primer ensayo no han obtenido los aparatos toda la perfección deseada, es de todo punto insostenible, en el estado actual de progreso de las ciencias y las artes, que no pueda alcanzarse el medio de transportar las efigies con decoro, con suave movimiento y sin el más leve peligro para su mérito. Esto quiere decir que quienes ayer lo creíamos así, lo creemos hoy también". Lo que han cambiado las cosas.

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