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El libro de la Luna | Crítica

El sol de la noche

  • La francesa Fantoumata Kébé entrega aquí su particular enciclopedia definitiva, accesible y coloquial, a veces incluso conmovedora, sobre la Luna

'Dos hombres contemplando la luna' (1820), lienzo del gran pintor romántico alemán Caspar David Friedrich.

'Dos hombres contemplando la luna' (1820), lienzo del gran pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. / D. S.

En alguna de las páginas iniciales de su delicioso librito, en parte ensayo científico, confesión personal, antología poética y centón mitológico, la astrónoma francesa de origen africano Fantoumata Kébé (Montreuil, 1985) lamenta que la historia de la luna aún esté por hacerse. Queja en la que le doy la razón, aunque de un tiempo a esta parte ciertos títulos en diversos idiomas hayan ido resolviendo aspectos de dicha carencia. Antes de la aproximación de Kébé, contábamos con la muy ilustrativa Mond (2011), del polígrafo alemán Bernd Brunner (autor de otros muy jugosos ensayos sobre el origen de los acuarios o las vicisitudes culturales de la estación invernal, este por cierto traducido al castellano), o, en un ámbito más centrado en el folklore y la antropología, La luna: símbolo de transformación (2002), de Jules Cashford, publicado en España por Atalanta. De todos modos, tanto la obra de Brunner como la de Cashford carecían de ese impulso que sí anima a Kébé, a saber, su afán totalizador. Mientras el primero elige como elemento vertebrador los viajes al satélite y la influencia secular que su reflejo ha ejercido sobre la imaginación literaria de todos los pueblos, mientras la segunda se detiene en arquetipos, rituales y exploraciones psíquicas, Kébé apuesta por todos los números a la vez: quiere ofrecernos, como ya previene su título, la enciclopedia definitiva y redonda donde el curioso pueda dar satisfacción a cualquier clase de curiosidad que el astro, el protagonista principal de nuestro cielo nocturno, le suscite.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Afortunadamente para el texto, la autora (astrofísica y educadora a un tiempo) no se deja aplastar por la magnitud de la empresa, y, rehuyendo un lenguaje técnico o los arcanos de la referencia erudita, construye un ensayito accesible, coloquial, troceado en breves capítulos que pueden leerse sin esfuerzo ostensible. Un logro nada fácil de obtener si lo que se aborda son cuestiones como (ya en el prólogo) el origen del universo, la formación de las estrellas, su crecimiento y disolución, el nacimiento de nebulosas y planetas en las nubes de gases que recorren el vacío; o más: los litigios en torno a la nomenclatura de los cráteres de la luna, que enfrentó a sabios ceñudos desde la invención de los primeros telescopios, o la propia historia geológica (selenológica) del astro, que atravesó fases con etiquetas de un extraño colorido, la prenectárica, la nectárica, la ímbrica, la eratosteniana y la copernicana. Junto a la información científica de primera mano, presente de un modo en que el rigor no está enemistado con la simplicidad, aparecen los cuentos: mitos, fábulas, supersticiones que dan cuenta de la atracción irresistible que el sol de la noche ha ejercido inveteradamente sobre el ser humano, y que consiguen iluminar sólo lateralmente, en cuarto menguante, el caudal de sus misterios.

La gran mayoría del acervo mítico de la luna gira en torno a su reino de tinieblas, a su actitud tornadiza y cambiante, a su carácter femenino y acuático. Para empezar, se trata del primer calendario natural que se le ofreció al hombre para poder calcular el ciclo de los meses (el otro nombre latino de la luna es mensis, de cuya raíz indoeuropea proceden la moon inglesa y el Mond germánico), asociado al ciclo de la menstruación. Este último detalle refuerza su condición de mujer, que preside sobre el nacimiento y la ruina bajo la forma de luna llena, luna nueva y las diversas fases mestizas que median entre ambas. La luna es la emisaria del lado oscuro, de la noche, de la mitad apenas iluminada de nosotros mismos, nuestro subconsciente, lo que para Jung la convirtió en el icono por excelencia (arquetipo, diría él) de lo oculto y lo soterrado, que queda recogido en el decimoctavo arcano mayor del tarot. La luna adelanta partos, produce alteraciones nerviosas, incita a la locura, atrae las catástrofes, induce a la licantropía, y quien se expone a su luz sin la debida protección se arriesga a ideas malsanas o, en el mejor de los casos, a un formidable dolor de cabeza. El idioma castellano, como el de la mayoría de las naciones, encapsula parte de todos estos presupuestos en expresiones como estar en la luna o lunático.

La astrofísica, educadora y escritora francesa Fantoumata Kébé (Montreuil, 1985). La astrofísica, educadora y escritora francesa Fantoumata Kébé (Montreuil, 1985).

La astrofísica, educadora y escritora francesa Fantoumata Kébé (Montreuil, 1985). / D. S.

Pero más allá de su inevitable comparecencia en nuestros sueños y lo que los rodea, la luna tiene una contundente presencia física: es un ente hecho de materia con una influencia real y mensurable en nuestra vida cotidiana. De no ser por ella, ni siquiera contaríamos con estaciones y la vida resultaría impracticable en la faja entre los trópicos: según las estimaciones de los astrónomos, fue la colisión contra un cuerpo exterior (bautizado como Tea) la que, a la vez que generó nuestro satélite, provocó la desviación del eje de la Tierra, lo que dio lugar a las variaciones anuales de posición y temperatura. Su presencia, con toda la presión gravitatoria que acarrea, ha frenado también la velocidad de rotación de nuestro mundo y estabilizado la sucesión de las noches y los días, por no hablar de su responsabilidad en fenómenos como la alternancia de las mareas. Es natural, por todo lo antedicho, que se haya presentado siempre a nosotros como un extraño punto de cruce en que se combinan el temor y el deseo, y que los hombres la hayan temido y buscado a lo largo de toda su historia.

En unas páginas finales de sinceridad conmovedora, Fantoumata Kébé nos confiesa que su sueño desde niña ha sido subir a la luna: que aún lo acaricia, que no lo ha abandonado entre los desengaños y las hipotecas de la madurez, que la historia de la luna es la historia de su vida. Y de algún modo, cabe apostillar, la de todos nosotros.

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