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Número y 'logos' | Crítica

Pitágoras en la era digital

  • Acantilado publica la última obra del matemático italiano Paolo Zellini, un prodigio de síntesis humanística que sigue y amplía la estela del celebrado 'Breve historia del infinito'

El ordenador 'Mare Nostrum', del Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona.

El ordenador 'Mare Nostrum', del Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona. / CSIC

El matemático Paolo Zellini (Trieste, 1946) es el autor de Breve historia del infinito (1980), un ensayo tan ameno e instructivo como riguroso que dejó una profunda huella en su tiempo y que se consagró como modelo ideal de divulgación científica (la editorial Siruela se encargó algunos años después de su publicación en España). Italo Calvino afirmó que la lectura de este libro había sido "una de las más importantes" de su vida, lo que no resultaba extraño en absoluto en boca de un escritor de tan inequívoco compromiso estético: en aquella obra, Zellini desgranaba con pormenorizada atención la influencia que el concepto matemático de infinito había ejercido en la historia del pensamiento occidental y en sus diversas manifestaciones artísticas y literarias, algo que entronca sin remedio con la poética del autor de Las ciudades invisibles, heredero a su vez de aquel formidable empeño sugerido en El libro de arena de Borges, así como en su ideal de biblioteca inabarcable.

En Número y logos, aparecido originalmente en Italia en 2010 y servido ahora al lector en castellano gracias a la magnífica (cabría calificarla en algunos pasajes de asombrosa, a pesar de algunas erratas insignificantes como la reiterada escritura de sacrifico en lugar de sacrificio: malditos duendes) traducción de Juan Díaz de Atauri, Zellini se asoma de nuevo a la misma raíz de la cultura como sello de identidad de la experiencia humana de la mano nada menos que del logos, el principio que la tradición judeocristiana traduce como verbo o palabra (así en la plana mayor de las versiones de la introducción del Evangelio de San Juan) y que en el pensamiento grecolatino, sin embargo, reviste acepciones más complejas, desde razón a sustrato pasando por sustento o sentido.

Haciendo acopio de fuentes tanto antiguotestamentarias (con Cristo, eso sí, como pertinente resolución) como griegas (con Sócrates en similar función a la hora de despejar la incógnita irresuelta desde sus predecesores), sin obviar otras muchas fuentes como la Epopeya de Gilgamesh y otras mil y una referencias del mundo antiguo, Zellini traza una portentosa cartografía de la abstracción en cuanto el número es la concreción y manifestación de este logos.

Y si esto ya venía quedando claro desde Pitágoras, gracias a la intercesión platónica y a la incorporación de esta premisa a la tradición cristiana, lo más revelador es el modo en que las nuevas tecnologías computacionales han venido a dar la razón a aquellos filósofos presocráticos que intuían la evidencia de otros mundos en los números que no podían referirse al mundo sensible. El resultado es, sí, una aventura intelectual sin parangón.

Zellini firma un feroz alegato contra la escisión de los saberes de 'ciencias' y de 'letras'

Este mismo acopio de fuentes, titánico en sus extremos, hace de Número y logos una síntesis perfecta del humanismo contemporáneo, lo mismo para enmendar la plana a Leibniz en sus ideas sobre la contingencia del mundo y la restitución universal a través de la certeza de que la física y las matemáticas son exactamente la misma ciencia (no hay una matemática fuera de la realidad; ergo, cualquier número irreal debe tener necesariamente una aplicación concreta en otra realidad) que para describir la tendencia de todos los números al uno (ratificada también por Platón) como una base común en el origen de casi todas las culturas conocidas.

Zellini rescata también en este viaje algunos apuntes respecto al infinito, sobre todo a la hora de vincular el logos con el Dios cristiano: San Agustín describía a Dios como el ser capaz de comprender y aplicar el infinito a pesar de la imposibilidad de representarlo numéricamente, algo que confirmó el mismo Cristo cuando llamó a sus discípulos a la calma con la promesa de que todos sus cabellos estaban contados.

El recuento de lo incontable es de hecho el sentido de la Cruz como símbolo ("El más sublime", en palabras de Nietzsche), al que dedica Zellini algunas de las páginas más bellas de su libro en el relato de la humanidad de un Cristo que no renuncia a la divinidad como piedra de toque del logos clásico: sólo mediante el número, apunta Zellini, puede la razón encontrar acomodo en este oxímoron escandaloso que representa la Cruz.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Aunque en algunos casos, como en el desarrollo del método diagonal y de los problemas de Hilbert, el autor acude necesariamente al cálculo para profundizar en sus planteamientos, el lector poco ducho en matemáticas podrá discernir sin dificultad sus conclusiones. La exigencia que plantea Zellini va más bien por otro lado: tal vez, por la recomendación que brindaba Goethe para vivir la vida durante tres mil años.

Sólo desde esta perspectiva histórica, pero más aún intelectual, se vislumbra mejor la aseveración de que el logos no es más que la puesta en práctica del legein: la operación de reunir mediante una selección un conjunto de personas o cosas. Esto es, contar. Proteo, el dios eternamente cambiante y eternamente Proteo a pesar de sus múltiples apariencias (como los números), contaba de cinco en cinco. Así Ulises en la Odisea. De nuevo en San Agustín, Dios es el que puede contar. Ahora que los superordenadores de última generación llegan a contar mucho más de lo que nadie habría sospechado hace 20 años, esta inspiración vuelve más afianzada.

Pero donde con más ahínco mete Zellini el dedo en la llaga es en la denuncia de la impostura que escinde los saberes matemáticos de los saberes humanísticos. La división entre ciencias y letras es, como demuestra con intención política Número y logos, el peor enemigo posible del conocimiento en el mundo contemporáneo. Por cierto, apliquen el sonido al cálculo. El resultado es, claro, la música.

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