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Nada con que volver | Crítica

Surco en la niebla

  • El poeta Rafael Adolfo Téllez regresa a su modesta y nebulosa arcadia rural en el último poemario, 'Nada con que volver', publicado por La Veleta

El poeta cordobés, nacido en Palma del Río, Rafael Adolfo Téllez

El poeta cordobés, nacido en Palma del Río, Rafael Adolfo Téllez

La poesía de Rafael Adolfo Téllez, sobre ser una poesía honda, conmovedora, de sencilla y cálida pureza, es también o principalmente una poesía a trasmano. Quiero decir a trasmano del mundo, porque sus versos recogen la quietud del agro, de la Andalucía rural, sobre la que su mirada gravita; pero a trasmano, en un sentido más profundo, de la estructura íntima del hombre moderno, cuyas urgencias individuales, hijas premiosas de la urbe, desdibujan al hombre grave, mineral, reiterado en sí mismo, que conoce la marcha de las estaciones y lento alborear de las cosechas.

Es la palabra hogar la que quizá sustente el núcleo inaccesible de estos poemas

Ese hombre, de costumbre ancilar, cuyos hábitos han sido los hábitos de la humanidad hasta hace apenas un siglo (Hobsbawn, con melancólica perspicacia, equiparaba la emigración del campo a la ciudad, en la segunda mitad del XX, a la llegada del Neolítico), es el que figura en los poemas de Rafael Adolfo Téllez con cierta perplejidad tenue y senequista. Acaso lo hayamos dicho ya, en estas mismas páginas, a cuenta de sus libros anteriores: el hombre que habita este Nada con que volver es aquél que conoce, que conoció, el silbo de los pájaros y el nombre secreto de los vientos. Ese alguien es también un alguien que se sabe heredero, porciúncula, eslabón, en una vasta e innominada cadena, donde el rostro del padre se anuncia en el del hijo, y donde los gestos de uno y otro se confunden. Es la palabra hogar la que quizá sustente el núcleo inaccesible de estos poemas. En todos ellos, es el vínculo del hombre con el entorno, del niño con la mujer y el fuego, de la soledad con el silencio alto y misterioso de los caminos, lo que se nos entrega. También la sombra corpulenta y vaga de la muerte, y una idea de la noche, del árbol, del secreto del mundo, cuyo idioma el poeta no desconoce. Esa es la enorme ofrenda, floral y melancólica, que traen estos poemas. Las voces de los nuestros, un eco de campanas, el surco de unos pasos en la niebla.

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