Sevilla FC - Villarreal · La crónica

Castigo a la majadería (1-2)

  • El Sevilla se acerca a los puestos de descenso después de caer ante el Villarreal y sumar una decepción más. Marcelino desequilibra al equipo con una pieza de ataque detrás de otra.

El desplome del Sevilla amenaza con conducirlo a los avernos, léase la Segunda División o la Liga Adelante, como ahora se denomina. No es una exageración, en absoluto, es la única conclusión posible después de analizar la derrota, otra más, de los sevillistas frente a un Villarreal al que Marcelino se empeñó en ponérselo muy fácil desde el primer minuto y fue allanándole incluso el camino conforme transcurría el encuentro. Porque si la alineación inicial ya tenía una marcada tendencia suicida, con los cambios del descanso el técnico asturiano realizó una apuesta inexplicable, imprudente, justo la definición que otorga la RAE a majadería.

Definitivamente, al amable entrenador por el que apostaron Del Nido y Monchi allá por el verano se le olvidó asistir a las clases, si es que se imparten, sobre la optimización de los recursos. Es increíble que con la plantilla que tiene a su disposición, por muy mejorable que sea, como todas, se le pueda sacar tan poco partido. Ayer, en esa caída libre que lleva protagonizando desde hace muchas jornadas, Marcelino se empeñó en jugar a la ruleta rusa y, claro, le llegó el momento fatídico. Es normal, había metido ocho balas en un cargador con 10 orificios y en el intermedio, incluso, cubrió los dos agujeros que estaban libres cuando metió a Reyes y Trochowski por Coke y Medel. Es verdad que el chileno estaba tocado, pero tampoco eso puede convertirse en un argumento a favor del responsable de alinear a los peones, pues tenía en el banquillo a Cala, que perfectamente podía haber entrado en el medio centro o como defensa para mover alguna pieza más.

Pero no. Marcelino decidió que era el momento para jugárselo al todo o nada, aunque con muchísimas más probabilidades de que el resultado final le diera un tremendo sopapo en el rostro. El Villarreal, casi atónito, parecía no creerse las facilidades que le estaban otorgando e incluso sufrió más que en el primer periodo. Era engañoso, sin embargo; estaba más que claro que en cualquier aproximación en superioridad de delanteros visitantes iba a llegar el gol definitivo. A la vista de los elementos que unos y otros tenían sobre el campo, tardó más de lo normal en hacerlo y eso tal vez provocara que los sevillistas albergaran alguna esperanza de salir como vencedores, pero era imposible y Camuñas se iba a encargar de dejarlo claro cuando ya restaba muy poquito tiempo para remediar el nuevo desastre.

Esa sentencia para el pleito no se produciría hasta el minuto 81, mas pudo hacerlo muchísimo antes. Para ser más exactos, desde el mismo momento en el que el balón echó a rodar ya se vio de manera diáfana que el Sevilla era un equipo partido en dos. Marcelino optó por el dibujo que pregonaba al principio de la temporada, el mismo, que nadie se engañe, que exigía la mayor parte del sevillismo en tiempos de bonanza al entrenador que entonces era lanceado desde todos los lados. A saber, dos delanteros puros, Kanoute y Negredo; dos extremos con marcada tendencia a ubicarse cerca de los puntas, Jesús Navas y Manu del Moral; un centrocampista creativo, Rakitic; y hasta un lateral, Coke, al que le cuesta entender que la primera labor de un defensa es proteger su propia meta. Muy bonito para los aficionados, para quienes pregonan que el fútbol es atacar; horrible para quienes gustan de acabar los partidos con la sonrisa en su rostro después de haber ganado.

Lógicamente, el Sevilla no iba a tardar en partirse en dos. A los diez minutos, ni Kanoute ni Negredo echaban una carrera para atrás en apoyo del centro del campo. Si, además, Manu del Moral se desentendía de un Ángel que en el primer periodo parecía poco menos que Daniel y Rakitic jamás era capaz de cortar un balón y las mayores carreras que se pegaba eran para ir de una esquina a otra en los saques de córner que cambiaban de banda, pues al Villarreal le bastaba con muy poco, con mantenerse ordenado y saber aguardar su oportunidad.

Era un partido de delanteros contra centrocampistas y que haga cualquiera una prueba de un partido entre delanteros, todos delanteros, y defensas, todos defensas... Los defensas ganan nueve de diez partidos, seguro. Y eso iba a suceder en la fría tarde del Sánchez-Pizjuán. El Villarreal se adelantaría casi sin quererlo, el Sevilla empataría en una acción de fortuna y trataría de rebelarse contra su inferioridad a través del pundonor, del deseo, de la voluntad, de un querer sin fondo que sólo podía conducirlo a la impotencia.

Al intermedio se había llegado con tablas en el marcador y ya podían pellizcarse los anfitriones para creerlo. Pero Marcelino le dio una vuelta más a la tuerca con dos cambios cercanos a la esquizofrenia. Defensa de tres con Fazio subiendo en apoyo de Jesús Navas, con Rakitic como medio defensivo... ¿Y allí quién se encargaba de la protección? Es verdad que el Sevilla, entonces, tuvo algunos acercamientos hasta Diego López que éste evitó con buenas intervenciones. Pero también es cierto que Borja Valero había perdonado ante Javi Varas y que el Villarreal siempre llegaba con más elementos cuando atacaba. Hasta que Camuñas sacó provecho de ello y castigó la majadería. Al Sevilla le conviene resetear de una vez o el descenso será el objetivo a evitar.

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