Final de la Liga Europa · Sevilla - Benfica · el otro partido

Entre Guttmann y San Nectario

  • No cesa la maldición del Benfica, que perdió su octava final europea. El Sevilla sigue bendecido 19 años después de desagraviar al santo ortodoxo.

Cuando el fútbol se iguala tanto, cuando las fuerzas son tan parejas, cuando hay tantos profesionales y especialistas médicos midiendo cada molécula de glucógeno o de ATP que mueve el músculo de los futbolistas... estas cosas al final tienen su poder. La ayuda divina, algún hechizo, una maldición o mal de ojo... En las historias de Sevilla y Benfica figuran, contadas por los más mayores, leyendas que aparecen en momentos como los que ayer se vivían en Turín. La maldición de Bela Guttmann, aquel entrenador austro-húngaro que llevó al Benfica a ganar dos Copas de Europa hace más de 50 años, sigue vigente. La de San Nectario, una curiosa historia que data del Sevilla de los 70, acabó hace ya 19 años, cuando el club aprovechó un viaje a Grecia para su particular acto de desagravio.

Así, en 2014, Guttmann sigue sin piedad castigando a los portugueses. La profecía del técnico que cuando fue destituido auguró que sin él el Benfica no volvería a ganar un título europeo "en cien años" sigue vigente. Ayer, los águilas disputaron su octava final continental, que acabó siendo su octava final negra.

Ni que decir tiene que, en el Sevilla, lo de San Nectario está más que superado. Ni este santo ortodoxo ni sus devotos en la isla griega de Egina sabían nada de que en Nervión había un equipo que al comienzo de los 70 tenía un entrenador griego, Dan Georgiadis. El Sevilla, en un excelente arranque de campaña y mejor primera vuelta, comandaba la clasificación de Primera hasta que en un parón hizo una gira por Grecia. La comitiva visitó la pequeña isla, situada cerca de Atenas, y en el paseo la plantilla visitó la Basílica de San Nectario, un minúsculo habitáculo lo menos parecido posible a una iglesia sevillana. Allí, como buenos ortodoxos, lo que veneraban sus habitantes era un cuadro en el que un hombre barbudo escuchaba sus súplicas. Las bromas y las risas, más que rezos o plegarias, presidieron la visita sevillista. Y a la vuelta el Sevilla no volvió a ganar un partido y descendió a Segunda. Estaba claro: en una ciudad de supersticiones, a aquello se llamó la maldición de San Nectario.

Fue en 1995, cuando el Sevilla visitó al Olympiacos en la UEFA, cuando el club organizó un acto de desagravio, realizando una ofrenda floral al burlado santo.

En el Benfica, ni siquiera eso ha valido. Eusebio, a quien el club pensaba brindarle la victoria en la final, llevó a la tumba de Guttman un ramo de flores antes de una de esas finales negras, en 1990. Fue la sexta, y ni por ésas. Antes, los lisboetas ya habían perdido en 1963 -sólo un año después de pronunciarse el maleficio- la posibilidad de conquistar una Copa de Europa ante el Milan, que sería la primera de los rossoneri. Dos años después, el Benfica volvería a perder otra final de la máxima competición continental con el Inter, y al trienio, en 1968, contra el Manchester United. Ya en la década de los 80, PSV Eindhoven y Anderlecht le arrebataron sendos títulos en otras sendas finales. En 1990 el Milan, por segunda vez, dejó a los benfiquistas con la miel en los labios y más recientemente, la temporada pasada, el Chelsea volvía a recordar a los portugueses la figura de su rencoroso ex entrenador en la final de la Europa League. El Sevilla gana, el Benfica pierde. Y es que en el cielo hay que tener amigos y no enemigos.

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