Medallas de un gran peso específico
Juegos Olímpicos
El regusto que queda entre los aficionados españoles está por encima del valor material de los logros.
Los Juegos de Pekín también tuvieron mucho que ver en el año más dorado de la historia del deporte español. Y eso que no hubo mucho oro pekinés, sólo cinco medallas amarillas. Pero la cosecha de presas fue notable, la segunda mejor del olimpismo español. Después de aquel mayúsculo impulso que supuso Barcelona 92, con el récod de 22 medallas, la de Pekín quedará para los anales como la segunda mejor actuación: cinco oros, diez platas y tres bronces para acabar decimocuartos en el medallero.
Con algún oro más en detrimento de la plata (por ejemplo, el polémico triunfo danés en el 49er de vela, ante Iker Martínez y Xabier Fernández), España se hubiera acercado bastante más a la zona más noble de ese medallero, pero el regusto que queda entre los aficionados españoles está por encima del valor material que tiene el notable logro. Que España es una superpotencia del deporte quedó bien reflejado en los Juegos más grandilocuentes de la historia. Hay medallas y medallas, y muchas de las conquistadas tienen un valor añadido, un peso específico bien alto. Tan alto como voló Rudy Fernández para realizar su mate ante Howard, acaso el pívot más poderoso de la NBA. ¿O no supo a oro puro esa plata en baloncesto, planteando un pulso de tú a tú a Kobe Bryant o LeBron James? La inolvidable final ante Estados Unidos fue un broche acorde al brillo de los Juegos de Phelps y Bolt.
El ciclismo olímpico también reflejó la hegemonía española en 2008, plasmada con la maglia rosa y el jersey oro de Alberto Contador o el maillot amarillo de Carlos Sastre. Un actor secundario, Samuel Sánchez, sorprendió a todos en la Gran Muralla China y se colgó el oro en la prueba en ruta. Pocos días después, Joan Llaneras añadía un segundo oro en la prueba por puntos de ciclismo en ruta, Leire Olaberria se colgaba el bronce en esa misma modalidad y el propio Joan Llaneras, junto a Toni Tauler, redondeaba la gran actuación del ciclismo con la plata en la modalidad de Madison. España es hoy un país sobre pedales, aunque los economistas no estén muy de acuerdo.
También es un país de tenistas, entre los que destaca el mejor del mundo. Rafa Nadal, el chico que estaba destinado a ser número uno desde que decidió ser zurdo, celebró su ascenso a la cima de la ATP conquistando ese objeto que, junto a la copa de Roland Garros, se le niega al gran Roger Federer: la medalla de oro olímpica. Nadal, el mismo que destronó al genio suizo en Wimbledon, ya la ha mordido, ya se la ha colgado. También lo hicieron Vivi Ruano y Anabel Medina con la plata en el dobles.
Cayeron medallas lógicas, como el oro de Echávarri y Paz en la clase Tornado de vela; o la plata de Mengual y Fuentes en natación sincronizada y de todo el equipo español de esta especialidad acuática; o la de David Cal con su canoa. Y cayeron medallas inopinadas, como el oro de Craviotto y Pérez Rial también en piragüismo. Y medallas muy emotivas, como la del gimnasta Gervasio Deferr en la final de suelo o José Luis Abajo en esgrima. Y medallas por el gran esfuerzo colectivo de los chicos, como la plata en hockey sobre hierba o el bronce en balonmano.
¿El atletismo? Fue el peor de los cuentos chinos.
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