Eintracht - Rangers

Ramón Sánchez-Pizjuán, un nombre que sabe a hierba

  • La final de la Europa League entre Eintracht y Glasgow Rangers, clubes de honda tradición continental, supondrá otro hito para el coliseo sevillista, que inspira un aura especial en las competiciones internacionales

Imagen panorámica del Sánchez-Pizjuán ya listo para acoger la final Eintracht-Rangers.

Imagen panorámica del Sánchez-Pizjuán ya listo para acoger la final Eintracht-Rangers. / Julio Muñoz (Efe)

El destino ha querido que el partido con el que la UEFA homenajea al club que más ha amado hasta ahora la Europa League lo disputen un equipo de la isla donde se inventó el fútbol y otro del país del Viejo Continente más victorioso a nivel mundial. Un cartel entre el alemán Eintracht de Fráncfort y el escocés Glasgow Rangers rebosa solera. Sabe a película clásica de las que uno redescubre en Filmin.

Los descreídos de esta apasionante competición llamada UEFA Europa League, que los hay, se pueden dar un paseo hoy por el casco histórico de Sevilla para comprobar que, en las riadas de aficionados escoceses y alemanes, decenas de miles, muchos sin entrada e impasibles por ello, reposa la mismísima esencia del fútbol. Del fútbol que late al compás del corazón de los hinchas. Del fútbol que cruzó fronteras por su poder cautivador y forzó a la creación de los torneos continentales allá por los 50.

También a finales de esa década, el Sevilla Fútbol Club dio forma al sueño que su presidente Ramón Sánchez-Pizjuán no pudo ver cumplido. Desde entonces, el gran coliseo del barrio de Nervión ha acogido numerosos partidos internacionales de tronío. En sus ya vetustos graderíos, que suscitan un encendido debate en el sevillismo sobre la conveniencia de su demolición para levantar otro sueño, la gente ha disfrutado de partidos inolvidables.

La selección alemana que batió a Francia en la legendaria semifinal del Mundial 82. La selección alemana que batió a Francia en la legendaria semifinal del Mundial 82.

La selección alemana que batió a Francia en la legendaria semifinal del Mundial 82. / Ruesga Bono

Tal es el aura especial que magnetiza el recinto, que la selección absoluta de España jamás ha doblado las rodillas en esa hierba. Y no ha jugado dos partidos ni diez. Hasta 25 han sido. Veinte los ganó España y sólo cinco los empató, entre ellos uno de tantos con sabor especial, el del 75 aniversario de la Real Federación Española de Fútbol, que jugó en octubre del 88 ante la Argentina de Bilardo y Maradona, entonces campeona del mundo (1-1). O aquel España-Dinamarca del 17 de noviembre de 1993 que supuso el pase para el Mundial de EEUU 94 con el gol de Fernando Hierro.

En el año 1982, el Ramón Sánchez Pizjuán, que había cerrado definitivamente sus graderíos en 1975 gracias al mayúsculo esfuerzo del sevillismo, estrenó su primera gran remodelación con vistas al Mundial, en la que destacaron la visera de Preferencia y sobre todo el fantástico mural de Santiago del Campo, ante el que hoy se fotografían sevillistas y no sevillistas, futboleros y gente que no distingue un balón de una caja de zapatos.

La ascendencia internacional de Sevilla y el Ramón Sánchez-Pizjuán lo testimonia el hecho de albergar una de las semifinales de aquella Copa del Mundo. Antes, el 14 de junio del 82, acogió el estreno de la selección brasileña frente a la Unión Soviética. Que la Confederación Brasileña vistiera a la mitad de los niños sevillanos con camisetas amarillas con el 10 a la espalda no impidió a los aficionados neutrales reconocer el clamoroso atraco a los soviéticos perpetrado por el árbitro Lamo Castillo y su linier Sánchez Arminio, al anular un gol legal a Shengelia pocos minutos antes de que Eder hiciera el 2-1 definitivo para la Canarinha, ya en el 88. Ese día, ni el aroma del Café do Brasil tapó el hedor de los dólares manoseados.

Cuatro semanas después, la tórrida noche del 8 de julio, el Ramón Sánchez-Pizjuán entró definitivamente en lo más granado de la historia de los Mundiales al tener la dicha de acoger uno de esos partidos que encapsulan todo lo bueno (y también parte de lo malo) de este deporte. Alemania y Francia ofrecieron un bellísimo canto al fútbol y el germano Harald Schumacher, como contrapunto, desafinó con estrépito con su patada de kung-fu al galo Battiston, que acabó evacuado en camilla con la mandíbula, dos vértebras y varios dientes rotos.

El portero rumano Duckadam en la final Barcelona-Steaua de 1986. El portero rumano Duckadam en la final Barcelona-Steaua de 1986.

El portero rumano Duckadam en la final Barcelona-Steaua de 1986. / D.S.

La Francia de Platini y Giresse se adelantó 3-1 en la prórroga, pero Rummenigge, que estaba tocado y no fue titular, salió para obrar el pequeño milagro de empatar en la prórroga y forzar los penaltis, en los que Bossis falló el primero de la muerte súbita antes de que el gigante Hrubesch metiera a la Mannschaft en la final que luego perdería con Italia en el Bernabéu. Francia deleitó con la finura de su fútbol combinativo, pero Alemania sacó su espíritu campeón y su combatividad, la que forjó su leyenda en los Mundiales. Ese contraste de estilos enriqueció aún más una batalla inolvidable. Una semifinal eterna en la memoria, como aquella entre Italia y Alemania en México 70 (4-3).

Cuatro años después de ese colosal partido al que todo sevillano ya sesentón asegura haber asistido, el Sánchez-Pizjuán fue la sede de la final de la Copa de Europa. Y uno de los aspirantes era español, aunque quienes sembraron el centro de Sevilla de pintadas con la estelada opinaran lo contrario. El Barcelona de Venables era el gran favorito ante el Steaua de Bucarest rumano. Pero ese 7 de mayo de 1986, el gran club azulgrana, entonces con cero orejonas en sus vitrinas, vivió el partido más frustrante de su historia y, tras el 0-0, no fue capaz de hacerle un solo gol de penalti a Duckadam en la infausta ronda. Lacatus y Balint sí batieron a Urruti y la Copa de Europa se fue a la antigua Dacia romana.

Maradona y Butragueño en el España-Argentina de octubre de 1988. Maradona y Butragueño en el España-Argentina de octubre de 1988.

Maradona y Butragueño en el España-Argentina de octubre de 1988. / Ruesga Bono

El aficionado sevillista ya se había hecho un traje a medida para disfrutar de partidos internacionales de primer nivel, con su selección o con equipos europeos. Incluso su estadio acogió un partido de Champions Real Madrid-Inter en septiembre de 1998, el día que ETA anunció la tregua. Pero los veía como Audrey Hepburn , la hija del chófer, veía las fiestas de la alta burguesía encaramada a un árbol en Sabrina.

Todo cambió aquel Jueves de Feria del 2006, cuando el Sevilla jugó la primera de las cinco semifinales europeas que la ciudad ha acogido desde entonces. El golazo de Antonio Puerta ante el Schalke no fue más que el primero de los cinco gozosos capítulos ante Osasuna (2007), Valencia (2014), Fiorentina (2015) y Shakhtar Donetsk (2016). Nervión escenificó el camino del Sevilla Fútbol Club hasta lo más alto del palmarés de esta UEFA Europa League. Sevilla está en el mapa europeo con letras de oro gracias a su gesta sin igual, que es la que homenajea la UEFA con la apasionante final de hoy.

Nadie ha querido a este torneo como el Sevilla. Y si Eintracht o Rangers emulan esa pasión, ya habrán marcado el primer gol esta noche. El aficionado alemán que visite estos días el museo del Ramón Sánchez-Pizjuán puede ver de un vistazo seis trofeos de la antigua Copa de la UEFA. Que son los mismos que se reparten en todo su país. Qué historia la del Sevilla. Y la de la morada del Rey absoluto del torneo por el que hoy suspiran alemanes y escoceses. Ramón Sánchez-Pizjuán. Cómo sabe ese nombre a hierba.

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