El colista ejerce de tal (2-0)

Las Palmas - Sevilla · la crónica

El Sevilla vuelve a protagonizar un partido esperpéntico en Las Palmas y lo paga con otra derrota. Tanto Emery como sus futbolistas muestran una falta de identidad absoluta.

Foto: Efe
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Francisco José Ortega

24 de septiembre 2015 - 05:02

El Sevilla sufrió una nueva derrota en Las Palmas, la tercera del curso en sólo cinco partidos, y nadie puede extrañarse por ello a tenor del fútbol que desarrolló en el horrible césped del Estadio de Gran Canaria. El cuadro de Unai Emery ha perdido toda la identidad tanto por parte de sus futbolistas como del propio entrenador y anda en la búsqueda de una pócima milagrosa que le ayude a recuperarla. Pero más parece que en este momento se apele por parte del cuerpo técnico a una carambola, a que una sociedad saque las castañas del fuego, que a un método científico que pueda ayudar a los suyos a desarrollar un mejor fútbol que el que viene proponiendo hasta ahora. En definitiva, este Sevilla, a día de hoy, exige un verdadero ejercicio de fe para continuar creyendo en él.

Es verdad que sólo se contabilizan cinco jornadas en el calendario liguero, que se pueden alegar mil y una excusas, entre ellas las lesiones, para justificar este desastroso inicio liguero para los nervionenses. Pero por encima de todo ello asoma una razón aún mayor para la preocupación y es la sensación de que Emery no tiene muy clara la tecla que debe tocar para que el equipo se pueda afinar. Por ejemplo, siempre dentro del devenir de la Liga, en el primer partido el camino era Gameiro como único delantero; en el segundo, recién llegado Llorente, el juego giró hacia el gigante riojano; en el tercero tocaba la pareja Llorente-Gameiro antes de que el francés jugara en solitario de nuevo en Champions y, tras dar mejores sensaciones, repitiera contra el Celta... En esa especie de búsqueda del Santo Grial, ayer le tocó el turno a una composición con Immobile y Llorente, pero más que creer en ese camino parece que Emery busca esa sociedad que funcione en un determinado momento, aunque sea por pura casualidad.

Al menos, eso se traduce de que posteriormente cambiara de método de manera tan drástica cuando, de no estar físicamente sin gas, más necesaria parecía la presencia de Fernando Llorente sobre el campo para tratar de igualar un partido que ya estaba muy complicado para los visitantes. Fue una especie de mundo al revés en el plano táctico. Cuando estaba Llorente no había ningún extremo para meter balones con centros laterales con un mínimo de calidad para ser rematados; cuando comparecieron los futbolistas de banda, como Reyes o Vitolo y entonces sí se produjeron servicios con cierta maldad hacia el área de Javi Varas, el gigante riojano ya estaba en la ducha sin posibilidad de rematar ninguno de esos pases. Justo ahí y después del 2-0 lo hicieron, muchas veces con todo a favor, Krychowiak, Kolodziejczak y alguno más, pero el balón no llegó a entrar en la portería local.

Incluso en una ocasión, cuando aún figuraba el 1-0 en el tanteo, un cabezazo de Krychowiak con Javi Varas en el suelo tras haber tropezado se estrellaba en Gameiro cuando ya se dirigía hacia las redes canarias. Fue el colmo, es verdad, pero todo hubiera sido fruto de un empuje casi irreal, de un arranque de furia del Sevilla en pos de rebelarse contra ese sino al que parece condenado en este arranque del curso.

Cierto que en esa fase sí tuvo el Sevilla opciones en esos centros al área, pero fue tarde y mal. Porque Emery, entre tantas bajas y tantos malos resultados, apostó por un equipo francamente raro. El vasco quiso superar el embudo que propone la Unión Deportiva Las Palmas con sus tres centrales y sin jugadores de banda apenas casi con la misma receta futbolística. Mal. En la alineación inicial formó un centro con Krychowiak en el eje, Iborra como interior derecho y Cristóforo en el izquierdo. Por delante Krohn-Dehli tenía libertad para encargarse de la faceta creativa y de conectar con esa nueva pareja de delanteros integrada por Immobile y Llorente. Pero al final todo era rudimentario, el Sevilla le cogía asco al estado del césped y lo solucionaba por la vía menos efectiva, a través de pelotazos arriba destinados a ser bajados por el riojano, pero que en realidad eran complicados de ser jugados.

El Sevilla se comportaba como un equipo menor, un conjunto de futbolistas de nombre pero que juegan a lo mismo que se desarrolla en los campos de Segunda Regional, o como se denomine ahora con tantos cambios. Alguna buena maniobra de Llorente, poquita cosa, hasta que Las Palmas llegó por primera vez al área de Sergio Rico y marcó, faltaría más que fuera así. Un despiste de Tremoulinas y otra vez por debajo en el marcador.

Y ahí iba a llegar lo peor por la incapacidad para reaccionar. Tras un primer periodo pésimo, Emery tampoco transmitió viveza de pensamiento y se guardó la primera sustitución para diez minutos después. Pero el juego no varió, salvo en esos centros ya bien ejecutados cuando no estaba Llorente. Y, claro, Las Palmas volvió a aprovechar la suya. Cosas de un colista que se comporta como tal y que, aunque quede un curso casi entero por delante, exige un ejercicio de fe para seguir creyendo en él.

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