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La desalineación de los astros

  • El Sevilla huye de la angustia con un triunfo catártico ante el Barça, al que buscó hasta vencerlo La fortuna y Sergio Rico premiaron la fe y el esfuerzo

Es difícil no recurrir a la famosa frase de Jorge Valdano sobre que el fútbol es un estado de ánimo. Por muy engolado que resulte a veces su verbo, el argentino sabe de esto, y también sabe comunicar. En el fútbol la comunicación es crucial y en el Sevilla parecía que se había producido un apagón como el que amenazó el cambio de milenio en el año 2000. Lesiones, fiestas con salmonelosis, más lesiones, bulos, habladurías, inadaptación, grupitos francófonos, inexplicables decisiones del entrenador... Los resultados se habían empeñado, además, en castigar los bandazos tácticos de Unai Emery... el cortocircuito era letal. Pero, de pronto, la alineación de factores negativos produjo el embrión de la conjura y la comunión. Y vuelve a haber luz.

La imagen final tras el curativo triunfo ante el Barcelona ilustraba sobre el resultado positivo de esa comunión. Todo el equipo se apiñó en el centro del campo, incluido los suplentes que calentaron para nada, y aplaudieron a una grada enloquecida. Era la máxima expresión de la rabia soltada, la de los jugadores y la de los aficionados. Todos habían salido del agujero oscuro de la angustia. Porque los futbolistas, al igual que el entrenador, también son humanos y el runrún alrededor del mal ambiente del vestuario ya estaba tomando tintes escabrosos hasta lo más soez que puede verterse en ese vertedero que son las redes sociales. Toda la ilusión del verano, de los fichajes de relumbrón, del reencuentro con la Champions, de la trayectoria ascendente del tetracampeón de Europa, de ese mismo equipo que hizo vibrar a los suyos en la heorica derrota de Tiflis, se estaba yendo al pestilente sumidero de la desesperanza y la cruel búsqueda de culpables, sin miramientos.

El camino elegido para abandonar de una vez la angustia que amenazaba con colapsar un proyecto de tal fuste fue el de la determinación ante el campeón de todo. La catarsis desde la identidad. En lugar de buscar amparo en la cueva, salir a por el rival con fe, con determinación. Gameiro ejerció de banderín de enganche de esa presión adelantada. Lo siguieron Krohn-Dehli, Iborra, Vitolo... Krychowiak por fin ganaba balones divididos, Kolodziejczak era valiente ante el habilísimo y ratonero Luis Suárez, Coke fijaba como podía a Neymar, N'Zonzi fallaba un pase pero seguía intentándolo para saltarse las líneas azulgrana, Andreolli se cruzaba con todo cuando todo parecía perdido, Tremoulinas se desdoblaba sin pausa... Sólo faltaba que la suerte se desalinease de la alineación negativa de astros, que fuera al menos neutral. Y lo fue en esa falta que Neymar lanzó al palo para que el balón luego se pasease por la línea.

De tanto hostigar al Barcelona, el Sevilla terminó por vencerlo. Dos contras perfectas en seis minutos, del 52 al 58, doblegaron al campeonísimo. Por mucho que el árbitro se empeñase en meterlo en el partido con un injusto penalti, el Sevilla, ya desfondado, se aferró con furia a ese triunfo catártico, se fió al coraje, a las paradas del criticado Sergio Rico, dos, tres paradones en un minuto y, de nuevo, a esa pequeña dosis de fortuna en el poste de Sandro. La desalineación de los astros era una realidad. La catarsis, la purificación, era un hecho. Lo necesitaban todos, la afición, los jugadores y... Unai Emery.

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