Ni música ni corazón (1-1)
Eibar - Sevilla · La crónica
El Sevilla vuelve a enfadar a su hinchada dejando escapar a un Eibar que le empató con diez y acabó con nueve. Los de Sampaoli, sin la hombría de Turín ni el fútbol que promete.
Ni música, ni posesión, ni el rival sometido sin poder salir de su campo, ni toque, ni ocasiones por juego trenzado, ni esa palabra tan fea que en el fútbol al menos por esta tierra dejó de utilizarse cuando los campos de albero se sustituyeron por los de césped artificial. Eso del amateurismo -en la lengua de Cervantes, "afición"- va a ser difícil de explicar precisamente hoy a cualquier sevillista que haya pertenecido en algún momento de su vida a algún equipo de la cantera de su club, el único español que tiene a su filial en una liga profesional y que presume de tener, con permiso de Villarreal o Espanyol, una de las mejores factorías del fútbol nacional.
Sampaoli y su Sevilla sumaron un punto que así, a bote pronto, pensado antes de disputarse el choque, tiene mérito. Sí, lo tiene, no se sorprendan. Porque no es sencillo puntuar en el estadio del Eibar, como tampoco, evidentemente, lo era hacerlo en el campo de la Juventus. Lo que ya tiene otra lectura es que esta tropa sin españoles en su once inicial fuera incapaz de llevarse los tres puntos ante un equipo que se vio con el marcador en contra, en inferioridad numérica desde el descanso y hasta en los últimos ocho minutos con dos jugadores menos.
Es un empate, un punto, lo mismo que el resultado que se trajo el cuadro nervionense de su estreno en la Champions, pero para el sevillista desde luego nada es igual. Tampoco es cuestión de dramatizar. No es Ipurúa campo para salirse y ganar con la gorra aunque los presupuestos casi lo obliguen. Entre los elegidos por Sampaoli había muchos suplentes de este Sevilla, aunque también muchos, muchísimos millones esparcidos este verano. Y por eso se le puede dar al punto hasta un mérito que el sevillista, caliente anoche y todavía esta mañana, no se lo otorga.
Lo que no tiene discusión es que nadie, pero nadie, puede hacer ver a una afición que es sabia lo que no tiene delante de sus ojos. Con eso creo que está explicado todo perfectamente.
El Sevilla que compareció en Eibar fue el mismo que viene apareciendo desde el comienzo del campeonato, en el que el 6-4 ante el Espanyol, como se preveía, hizo un daño terrible. Un equipo que no llega a puerta por más que nos digan que practica el fútbol de ataque, que se complica él solito atrás y que, además, estaría bien comprobar con algunos test de los muchos que se pueden utilizar si, en el cómputo global, no está a un nivel físico por debajo de sus rivales. Dominado siempre por un equipo con más agresividad como es el Eibar, la situación conviene empezar a analizarla cuando el equipo armero también lo supera en fútbol. Porque, desengañémonos, y fútbol, de toda la vida de Dios, es jugar en campo del rival, llegar a zona de remate, crear superioridad numérica, situaciones de uno contra uno, pisar el área, crear ocasiones, marcar goles...
El Sevilla, que desde su saque de centro ya juega con el portero (en el vídeo se podrá apreciar cómo Sirigu a los diez segundos de partido ya había tocado el balón cuatro veces y lo había echado fuera de banda), se encontró dos filones de oro, paradójicamente, en dos contraataques, los dos que lanzó Kiyotake en el gol de Vietto y en la expulsión de Yoel para derribar a Correa.
Esos dos zarpazos, gestados en algo parecido a lo que Emery lograba con la velocidad de Gameiro pero sin saber cómo surgieron, debieron ser suficientes para que un equipo como el Sevilla plagado no de aficionados sino de internacionales se trajera los tres puntos de vuelta. Hubiéramos entrado de nuevo en el debate de si el método es éste o aquél, porque lo que no se puede contar porque no ocurrió es que el Sevilla dominara la situación ni ante un equipo con diez. Igual que tampoco se puede tapar que el enredo es la acción preferida en la salida de balón de una idea que los rivales casi no tienen que contrarrestar para hacer daño, sino limitarse a cortar más o menos tímidamente las líneas de pase y esperar a que los mismos sevillistas regalen el balón, unas veces más cerca del área y otras más lejos; unas veces organizando contraataques y otras simplemente aprovechando el regalo.
Lastrado además a la hora de maniobrar por dos lesiones de sus centrales que gastaron dos cambios, a Sampaoli sólo le quedó tirar del amor propio y el tranco de Vitolo, que ayudó al menos a intentar que se notara que de blanco había más piezas en el campo. Hasta dos más en los minutos finales, cuando ni siquiera así logró el Sevilla imponer su teórica superioridad. Fue increíble la ocasión que no fue capaz de dirigir Vietto hacia los tres palos solo y a puerta vacía, para acabar con dos cabezazos de Mercado y Ganso en lo que de toda la vida, desde que se jugaba en campos de tierra y no se conocían palabras tan raras, se ha llamado dos balones a la olla.
Con todo lo dicho, el punto, antes de empezar y después del esfuerzo de Turín, tiene hasta su mérito. Pero... ¿que no se puede criticar? ¿Quién ha dicho eso?
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