Sí es país para tintos
La industria del vino andaluz Vicente Taberner, un iconoclasta del sector, triunfa con sus caldos gaditanos
Sólo los romanos lo vieron claro: las tierras andaluzas permitían diversificar el arte vitivinícola · Siglos después, un valenciano les da la razón y rompe el tópico del monocultivo
Primera hora de la mañana, frío y niebla, alrededores de Fráncfort. Vicente Taberner (Aldaia, 1957), echa un vistazo al paisaje urbano desde su despacho, consagrado a la exportación de vinos españoles. De repente, un suspiro, un brillo en la mirada y una mente que cruza Europa y se posa en el sur, Arcos de la Frontera, Cádiz. No está mal: 2.421 kilómetros en un par de segundos. En la carretera de Villamartín, kilómetro 4, una bodega brilla al sol, bendita tregua, pero también brillaría a la sombra porque el enclave, montañoso y verde eléctrico, es brutal, insuperable. En los muros de la finca, una firma, Huerta de Albalá, reconocidísima en el extranjero y, cada día más, también en su propia tierra, donde rompió el tópico de que Andalucía no es país para tintos.
Sea lo que sea, tampoco es país de grandes reconocimientos. Taberner compró el terreno en 2000, debutó -o más bien irrumpió- en el mercado en 2007 y congenió casi de inmediato con importadores de EEUU, Alemania o Suecia. Su botella estrella, Taberner número 1, se paga a más de doscientos dólares en Nueva York. Cuando habla, se le nota la espinita clavada. Pero el nombre, él lo sabe, se forja con los años, y más en España, de lenta digestión para estas cosas.
"Aquí somos un equipo", afirma mientras señala los viñedos, alineados como si Cerdà los hubiera parido personalmente. Un equipo de 14 trabajadores fijos durante el año y un buen centenar cuando la vendimia llega en pleno agosto. Un equipo que tendrá que reforzarse tras sumar la bodega 165 hectáreas más, recientemente compradas a Osborne, al centenar con que cuenta desde el prólogo. A sus cuatro caldos actuales -tres tintos y un rosado- añadirá probablemente, sin prisas ni plazos, un quinto en discordia que, como la novela de Robertson Davis, se ceñirá a la definición originaria, parida en los mundos del teatro: "Dícese de aquellos personajes que sin ser el héroe o la heroína, pero tampoco el confidente o el villano, son igualmente importantes para el desenlace de la trama".
Taberner mezcla placer y negocios cuando viaja, pero no invertirá fuera de España -"aunque quizás sí en Francia"- porque su filosofía es tan artesanal que implica probar personalmente, barrica a barrica, las tres variedades de su campeón, del número uno. Tras 14 meses de crianza, se sienta y tantea la uva. Syrah, merlot, cabernet. La proporción varía en función de la calidad. Y de la intuición. La misma que le hizo fijarse en esa tierra -que seguro también lloraron los moros- varios años después de su primera experiencia frustrada. "Habíamos pactado un precio, pero cuando fui a firmar, el señor con quien iba a hacer el negocio quiso unos millones más, así porque sí", rememora. Don Vicente se despidió como un caballero, sin torcer el gesto ni elevar la voz, buscó durante un año y se topó con un diamante sin pulir justo cuando pensaba en abandonar.
La Huerta de Albalá, abrazada a una loma, es bastante sociable. Sin ser necesariamente periodista, uno puede acercarse a la recepción y preguntar por el dueño, que quizás esa semana sí haya volado desde Alemania y hasta le muestre las entrañas, varios metros bajo tierra, de una marca pujante. Montar la infraestructura le supuso a Taberner 18 millones de inversión. "Pero por 200.000 euros creas una bodeguita de 10.000 botellas al año" parecida a las que menudean en su país de acogida.
¿Y cómo está la liga mundial? "Aunque parezca sorprendente, en Francia, epicentro de esta suerte de artesanía, están enamorados de nuestros vinos", revela. "Los germanos son los mejores elaborando los blancos, pero en tintos España está como mínimo al nivel de los mejores. Y eso sin contar con que, en casi cada lugar del planeta, es factible toparse con algo especial". Chile y Australia, por ejemplo, o la menos conocida pero igualmente potente y evocadora Sudáfrica.
Olfato para comprar, olfato para beber. "Si quisiéramos ser expertos en vino, expertos de verdad, necesitaríamos varias vidas, así que yo he aprendido bebiendo, simplemente". Tiemblen enólogos y sumilleres. O beban también. Taberner ama su trabajo. Charla de la competencia. Del rebufo creado, del bodeguero andaluz que al fin se atreve con el tinto, como hicieron los romanos en estas mismas latitudes. "Apunta uno bueno a precio de saldo: Castaño. Me impresiona el nivel más que digno de nuestra clase baja [matiz: baja por precio]". Tampoco sus caldos son caros. Una botella de Barbazul se paga a 10 ó 15 euros en cualquier restaurante de la zona. Ante la tentación de una subida, la realidad de una cifra: la facturación creció un 3% en 2009. Gloriosa noticia para el bolsillo (y el paladar) del consumidor.
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