La Gran Guerra trajo consigo un nuevo mapa de Europa, un nuevo orden, nuevas esperanzas, pero también viejas rencillas que no desaparecieron con los distintos armisticios que se firmaron, con duras condiciones para la derrotada Alemania. Es más, fueron caldo de cultivo para que Hitler montara su discurso nazi y forzara el final de esa paz que solo duró 21 años, hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939. Es importante saber perder, pero también hay que saber ganar.

Dos días después de la claudicación oficial de Alemania, se firmó el Armisticio de Belgrado entre el nuevo Gobierno revolucionario húngaro de Mihály Károlyi y el comandante aliado en los Balcanes, el mariscal francés Louis Franchet d’Espèrey, el 13 de noviembre de 1918. Hoy se cumplen 100 años de esta firma. El acuerdo, que debía regular las relaciones entre el nuevo Gobierno republicano de Hungría (aún no reconocido) y los aliados fue sistemáticamente infringido, lo que llevó finalmente a la renuncia del Gobierno de Károlyi en marzo y a la proclamación de la República Soviética Húngara.

En medio de la desintegración del Imperio Austrohúngaro a finales de septiembre y comienzos de octubre de 1918, tras la victoriosa ofensiva aliada en los Balcanes, un nuevo Gobierno teóricamente favorable a los vencedores tomó posesión en Hungría. Este nuevo gabinete esperaba poder mantener la unidad territorial del antiguo reino húngaro. El nuevo Gobierno se declaró independiente del Imperio, pero los aliados no reconocieron esta declaración. La firma del armisticio de Padua entre el Imperio y los aliados a comienzos de noviembre no detuvo el avance de las unidades aliadas en territorio húngaro.