El Quema, paraíso acotado
Romería 2025
La Guardia Civil restringe el paso de vehículos para ver pasar Triana y Sevilla
Sólo los coches acreditados podían acceder a este lugar emblemático de la romería
Galería de Triana y Sevilla cruzando el Quema
Villamanrique, la metrópolis romera
Siete y cuarto de la mañana de un viernes de Rocío. Tráfico fluido en la carretera que une Pilas con Villamanrique. Apenas hay circulación. En mitad del trayecto, una patrulla de la Guardia Civil se encuentra apostada en el camino que conduce hasta el vado de Quema. Se prohíbe el paso a cualquier vehículo que no cuente con el permiso de la subdelegación del Gobierno de la Junta. Varios conductores se detienen y buscan en su móvil la autorización. Hay quienes arrojan la toalla en ese momento, regresan a casa. Otros se afanan en hallar senderos alternativos para llegar a uno de los enclaves más emblemáticos de la romería.
Nadie de los habituales a la cita recuerda tal restricción un viernes de romería. Tan temprano. En jornadas anteriores se permitía el paso hasta un kilómetro del río Guadiamar, como siempre. Pero esta mañana todo es distinto. Un paraíso acotado para quienes cuenten con la acreditación de la Junta y para los que vienen acompañando a las hermandades que cruzan esta jornada por el vado que más letras de sevillanas ha inspirado.
"El Rocío se está volviendo una fiesta imposible", refiere uno de los fotógrafos que acude todos los años al Quema en este amanecer. Demasiadas restricciones para una celebración que hasta finales del siglo pasado resultaba mucho más accesible. Un cambio del que no se libra ya ningún paraje del camino.
Aparcar el coche empieza a convertirse en una odisea. En mitad de una polvareda que deja en pañales la tópica niebla londinense, los terrenos que en anteriores primaveras servían de improvisado parking campestre están totalmente alambrados. Imposible entrar en ellos. El coche hay que dejarlo al borde de un camino cuya tierra empana cubiertas y capós como los filetes que en pocas horas acallarán el hambre de los romeros.
El reloj marca las ocho de la mañana. El frío ni está ni se le espera. Llegan los primeros peregrinos de Triana, la que inaugura el viernes del Rocío en este vado, con un caudal que cubre más allá de la pantorilla. Atrás quedaron esos años de sequía que dejaron sin agua este tramo del Guadiamar, el río del Aljarafe. Una de las primeras en atravesarlo a caballo es Victoria Federica. La sobrina del Rey viene con una bata azul de lunares blancos, blusa blanca abullonada en los hombros y un mantoncillo de colores cárdenas. La acompaña desde que salió del antiguo arrabal Rafael Cuesta, empresario hostelero y en su día torero, vinculado con la bodega Antonio Romero, a la que es tan asidua la hija de la infanta Elena. Cerca de ella se encuentra, tambien a caballo, Manuel Vizcaya, capataz de la Estrella y Montesión, que esta semana ha saltado a los titulares de la prensa morada por su nombramiento al mando del palio de la Sed.
La caballería hace las veces de cremallera del río, hasta ocultar el agua a los espectadores que toman posición en las laderas. Por mitad de la corriente llegan peregrinas con rostros aún somnolientos. Del acicalamiento con el que salieron el miércoles a esta mimetización con la naturaleza tras dos días de camino. Batas remangadas hasta donde asoma el pudor. La palma se la lleva Decathlon en ese punto justo en el que los cuerpos se confunden con el líquido elemento. Traen hasta estos lares el más variado muestrario del calzado náutico, el más resistente a la humedad. La coquetería en caras y bustos, la comodidad de cinturas hacia abajo. Sirenas de primavera (pongámonos cursis en este momento en el que sol se alza). "Los que hacen negocio en esta fiesta son los de las horquillas", refiere uno de los presentes al contemplar el elevado uso que se le da a este artilugio capilar en las sienes de las romeras.
El simpecado de Triana ya está en mitad del río. La bulla se vuelve silencio. Una quietud sonora que se hace aún más notoria en la inmensidad del campo. Se canta la salve. Luego llegan los vivas. "¡Viva 20 pares de veces la Virgen del Rocío", grita desde el caballo Nacho Sabater, hermano mayor de Triana, ya recuperado de la pequeña caída que sufrió el día de la salida. Se cantan las sevillanas más conocidas. Suenan las palmas, las guitarras. El espíritu se enciende. Los cuerpos se despojan de cualquier rastro de sueño. En poco más de 24 horas se pisarán las arenas del Rocío.
Los jinetes suben la rampa de tierra que los devuelve a la cota cero de cinco en cinco, apretadísimos, cual nazarenos de una muy conocida cofradía. "¡No hay Quema para tanto caballo!", exclama un trianero. Laura, una cubana casada con un huelvano, contempla la escena por primera vez. Hace fotos y vídeos de todo lo que pasa por delante de sus ojos. "Esto es increíble", se sincera a preguntas de los presentes. Ha venido andando desde Villamanrique. "¡Qué colorido! Parece una estampa del siglo XIX", comenta asombrada. En su país natal, según compara, lo más parecido a esta manifestación popular son las famosas "congas", baile festivo que llevaron a la isla esclavos africanos.
Como una conga por lo divino -con volantes, flores en la cabeza y mucho más arte-, baja, en un elegante sentido de la alegría, la Hermandad de Sevilla. Lo hace tan sutilmente que apenas se percibe cuando la carreta del simpecado se mete en las aguas. Delante, una bulla que atrapa la corriente del río. Una agente de la Guardia Civil, a caballo, pide avanzar a los romeros. El sol ya es pleno en lo alto cuando los rocieros de cinta blanca y letras verdes entonan las canciones y la salve que se saben de memoria todos los presentes. Llega el momento del gesto que queda grabado cada Pentecostés en este paraje de Aznalcázar. Se alzan los sombreros al únisono, al compás de las coplas. Lágrimas y abrazos. Otro año más aquí. De nuevo vítores que dejan ronca el alma -que no la voz- de la hermana mayor, María de los Reyes Rodríguez de las Casas, cuando grita un ¡viva la Madre de Dios! Un viva sincero, de los que retuercen la garganta y estremecen los adentros.
Sevilla emprende el camino al Caoso. Triana va en busca de la Raya Real. Les esperan las noches más hermosas del camino. Ahora queda volver al coche e intentar salir de esta encrucijada de caminos. Hileras interminables de carriolas por todos los senderos y en la carretera que une Pilas con Villamanrique. Algunos conductores se desesperan. La Guardia Civil regula el tráfico lo mejor que puede (o sabe). Ruido de tractores y de claxon. El otro sonido de la romería. Descansa por unos minutos el Quema, ese paraíso acotado un viernes de Rocío.
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