Teresa Gómez Campo | Viticultora y enóloga

“Cuesta poco agotar el suelo, pero miles de años recuperarlo fértil”

Teresa Gómez Campo, en uno de los viñedos de Ysios que trabaja día a día.

Teresa Gómez Campo, en uno de los viñedos de Ysios que trabaja día a día. / M.G.

Para que un vino brinde unas características excepcionales, primero hay que desentrañar la tierra donde enraizan las cepas y aguzar los sentidos para captar lo que siente y padece. Es lo que hace Teresa Gómez Campo (Logroño, 1974), viticultora y enóloga en las Bodegas Ysios, en pleno corazón de la Rioja Alavesa, junto a la también enóloga Clara Canals. Ambas son perfectos ejemplos de un fenómeno de lo más saludable, la progresiva incorporación de la mujer al fascinante mundo del vino... para elevarlo.

–¿Estudió ingeniería agrícola con los viñedos en la mente, o la vida le condujo hasta ellos?

–Me defino como viticultora de pasión y enóloga de corazón. Mis padres descienden de un pueblo riojano en el que es habitual que las familias tengan viñedos, frutales y campo, que vienen de las herencias de padres a hijos.

–¿Se topó con barreras añadidas por su condición de mujer?

–Ufff... muchas, y suelo contar anécdotas, la pena es que creo que siguen existiendo. Tenemos muchos prejuicios y son difíciles de superar. Necesitas mucho, mucho más tiempo para demostrar.

–El aumento de mujeres en viñedos y bodegas es como una bocanada del aire fresco que llega a Laguardia desde el norte.

–Siempre hemos estado en el escenario o detrás del telón, porque somos guerreras, pero el aire fresco siempre lo pone la pasión por lo que haces, seas hombre o mujer.

–Varios vinos de Ysios acaban de ser distinguidos de nuevo con los premios Bacchus. ¿Se siente como una madre orgullosa de sus hijos?

–Si, me siento muy satisfecha de poner mi granito de arena en la creación de algo que guste, transmita placer y haga sentir feliz. Me ayuda a no parar, para poder seguir sacando lo mejor de los viñedos y de mí misma.

–Brotan bodegas como champiñones, y las que ya existían no paran de diversificar su oferta. ¿Ser diferentes y ofrecer experiencias únicas es más importante que nunca? ¿Cómo lo intentan?

–Cultivando lo excepcional, contado la historia que hay tras cada viña y cada vino. Haciendo que las experiencias te hagan sentir que ese momento es exclusivo.

–Sus nuevos vinos imprimen su rasgo genético en la etiqueta: “Viñedo singular”. ¿En qué se traduce?

–Viñedo Singular es dar un paso más, para dar nombre a los vinos procedentes de un paraje o viña identificados con un terruño, que hacen ser a ese vino especial o singular y te llevan al origen geográfico de la parcela.

–¿Y por qué ese énfasis de las grandes bodegas en recuperar la esencia de la tierra? ¿Cuándo se alejó el bodeguero del viñedo?

–La autenticidad está en nuestros mayores, que hacían las cosas muy bien y eran muy listos, nosotros hemos sabido echar la vista atrás para fijarnos en su buen hacer. El futuro también se construye rescatando lo bueno del pasado. Sólo hay que parar y observar, y como ellos, respetar lo que te da de comer.

–Tras una jornada entre sus viñedos, está claro que la palabra sostenibilidad les marca la pauta…

–Nuestro trabajo en Ysios está enfocado a la sostenibilidad, pensando en el desarrollo y en las futuras generaciones. Entendemos la sostenibilidad como una apuesta por el respeto a la biodiversidad, la investigación, la innovación y la regeneración del entorno. Vamos hacia la agricultura regenerativa. Cultivamos cada viñedo “a la carta”, según lo que necesita o está pidiendo. Realizamos una mínima intervención en los viñedos para respetar su personalidad.

–Hace 20 años ninguna bodega hacía visitas, celosas de sus secretos. Hoy, las bodegas abren sus puertas encantadas. ¿Renunciar al enoturismo es quedarse atrás?

–Por supuesto, porque la bodega debe ser como la viña, sin puertas ni ventanas, todo abierto para poder enseñar cómo es la elaboración para valorar más todavía los vinos. No hay secretos y queremos que todos disfruten y vean la forma cuidadosa y el cariño que se pone a la hora de hacer las cosas. Si conoces el origen entiendes más el vino.

–Hacer vino es un arte y, como tal, lo que le da sentido es despertar emoción. ¿Prefiere un vino no tan perfecto y que emocione a otro impecable pero que no te erice la piel?

–Prefiero un vino que sorprenda gratamente, que no deje indiferente, no tiene por qué ser perfecto, pero sí sin defectos y que cuando lo bebas te produzca muy buenas sensaciones. Es importante que me traslade a la viña y refleje la influencia de cada año y su personalidad.

–¿Cómo lleva que el frío, el calor, el viento, el agua, las plantas y los animales sean al mismo tiempo amigos y enemigos?

–Jajajaja, es lo bonito del trabajo, nada de monotonía y cada año distinto. No dejas de aprender y el año que viene revuelto puede ser muy duro, pero luego olvidas, como esos dolores de parto que también se olvidan.

–El suelo, las capas subterráneas, también cambian, pero hablamos de miles de años y es más fácil de controlar. ¿O no?

–El suelo es el origen de todo y es el responsable, en gran parte, de que funcione todo en la tierra. Es una reserva de la biosfera y organismo vivo. Tenemos que comenzar a prestar más atención a su cuidado y regeneración, porque está sometido a un estrés crónico, que debilita y desequilibra la asociación suelo-microorganismos-planta-clima. Necesitamos suelos sanos para tener viñedos equilibrados y uva de calidad, ahora y para el futuro. Cuesta poco agotar el suelo, pero muchos miles de años recuperar un suelo natural fértil.

–Las nuevas tecnologías cada vez estrechan más el margen a lo impredecible de la naturaleza. ¿El abuso de la tecnología le puede robar el alma al vino?

–Es importante buscar el equilibrio y la mejor manera de usarla. La tecnología que respeta es compatible con lo tradicional, estamos en el siglo XXI y no se debe renegar de ello, pero nosotros somos los que no debemos dejar que nos roben el alma. Ni el tiempo.

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