Aroa Moreno Durán: “Es muy difícil llegar al matiz en este país”
Entrevista
La autora de ‘La hija de la comunista’ y ‘La bajamar’ cuenta en su nueva novela, ‘Mañana matarán a Daniel’ (Random House), la historia de los últimos fusilados del franquismo, que perdieron la vida hace ahora cincuenta años
Sara Martín Gijón: "La Historia que conocemos no es la real"
En septiembre de 1975, tres jóvenes militantes del FRAP conocidos como Daniel, Hidalgo y Pito fueron ajusticiados en Hoyo de Manzanares (Madrid) junto a los etarras Jon Paredes y Ángel Otaegui. Todos ellos fueron los últimos fusilados del franquismo, en una dictadura agónica y entre promesas de cambio. Ahora, la escritora y periodista Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981), autora de títulos tan celebrados como La hija de la comunista y La bajamar y dueña a su vez de una reconocida obra poética, rescata su historia en su tercera novela, Mañana matarán a Daniel (Random House).
Pregunta.¿Por qué se conoce tan poco la historia de estos fusilamientos tan tardíos?
Respuesta.Yo misma conocí esta historia hace solo unos años porque aquellos fusilamientos habían tenido lugar en 1975 a pocos metros de mi casa. Es decir, para mí no se trataba de un acontecimiento del pasado, sino de algo muy vivo. Me impresionó saber que aquello había sucedido en un sitio por el que había pasado mil veces y, más aún, que a pesar de lo mucho que me interesa la memoria histórica no había oído hablar antes de esto. Todo el mundo piensa en Puig Antich como el último condenado a muerte del franquismo, pero en realidad fue el último ajusticiado en el garrote vil. Los tres protagonistas de mi novela, que fueron miembros del FRAP, fueron fusilados más tarde, y parece que prefirieron morir fusilados antes que en el garrote.
P.¿Qué fue lo más difícil a la hora de contarlo?
R.El principal agujero de esta historia es que no sabemos si los ajusticiados fueron culpables o no. De cualquier manera, no se les dio la oportunidad de un juicio con garantías, así que en ningún caso podemos determinar su culpabilidad. Al principio encaré este proyecto preguntándome qué hicieron Daniel, Hidalgo y Pito, pero más tarde comprendí que la pregunta estaba mal planteada: lo importante no era preguntarse qué hicieron, sino qué les hicieron. Lo más grave en esta historia era el crimen que cometió el Estado al final de la dictadura.
P.¿Tuvo acceso a toda la documentación que necesitaba?
R.No. La documentación fue muy complicada porque los archivos no estaban abiertos. Cincuenta años después, los expedientes seguían en manos de los militares y no había posibilidad de acceder a ellos hasta cincuenta años después de la sentencia, un plazo que se cumplió el mes pasado. A través de los abogados, sin embargo, tuve acceso a los sumarios, en los que quedaba recogida toda la historia, aunque, claro, según la contaba la propia dictadura. Tuve que leer cada pregunta y cada respuesta bajo la premisa de que quienes respondían acababan de ser torturados. Por otra parte, los supervivientes del FRAP tienen un discurso muy duro y no dejan entrar al principal agujero de la historia. Las familias entrañan otro territorio muy complicado, su relato es muy complejo. Estos hombres murieron muy jóvenes y sus hermanos y hermanas, por ejemplo, tienden a recordar de ellos solo su infancia, lo que hubo antes de su proceso de politización. Prácticamente ninguna fuente era del todo fiable.
P.¿Es ahí donde entra en juego la ficción, como aporte de fiabilidad?
R.Aquí ha sido más difícil introducir elementos de ficción. De hecho, me cuesta mucho llamar personajes a los protagonistas de esta historia.
"Si la literatura tiene la capacidad de emocionar, de ayudarte a ponerte en el lugar de los personajes, no voy a renunciar a eso"
P.Entonces, ¿es Mañana matarán a Daniel una novela, u otra cosa?
R.Sí, pero al final yo llamo al libro novela un poco por descarte. Yo soy periodista de formación y sé que no puedo referirme a lo que he escrito como una crónica, porque, efectivamente, hay elementos de ficción. Yo quería poner en pie a los personajes, que sintieran, que tuvieran miedo, que se escondieran, que caminaran hacia la muerte, y eso solo lo puedes hacer desde la ficción. Me cuestioné mucho si debía describir las torturas, porque no quería revictimizar a las víctimas, pero entendí que no contarlo era contribuir al pacto de silencio que perdura sobre este caso. Si la literatura tiene la capacidad de emocionar, de ayudarte a ponerte en el lugar de los personajes, no voy a renunciar a eso. Aunque me doliera pensar que iba a leer el libro gente que los quería. La ficción no nos exime de esa responsabilidad.
P.¿Esa responsabilidad atañe a los lectores?
R.No pensaba en los lectores cuando escribía. Puse toda mi atención en sacar la historia adelante y contarla como quería. Pero sí tenía claro que mi novela no debía contribuir al ruido histórico que hay en torno a esto. Ahora, con motivo de los cincuenta años, se han generado algunas conversaciones a menudo ruidosas, sobre si eran o no terroristas, y yo no quería contribuir a eso. Creo que es hora de sentarnos a hablar, de llamar a todas las cosas por su nombre y de intentar llegar a un claroscuro, al matiz. Lo que pasa es que es muy difícil llegar al matiz en este país. Ese ruido viene fraguándose desde la dictadura y es muy poliédrico.
P.¿Cuál es la manera más honesta de escribir sobre memoria histórica?
R.Me interesa la memoria porque me interesa ver cómo influye la política en la vida privada de las personas. Hasta el más desapegado de nosotros tiene un origen, y si escribes en España difícilmente puedes desentenderte de las heridas comunes. Creo que no se puede entender el presente sin ver de dónde viene. La contienda política tampoco se puede comprender si no miras atrás. Cuestión aparte es la indignidad con la que se trata a las víctimas del franquismo, pero eso también nos retrata como sociedad en el presente.
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