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jorge garrido | fotógrafo

"Mi idea es reclamar un acercamiento a la naturaleza"

El fotógrafo Jorge Garrido, durante uno de sus paseos por la sierra.

El fotógrafo Jorge Garrido, durante uno de sus paseos por la sierra. / J.G.

Comenzó a aficionarse por la fotografía haciendo submarinismo y, tras ligar gran parte de su trayectoria profesional al fotoperiodismo, Jorge Garrido (Sevilla, 1970) ha vuelto el objetivo a la naturaleza. Fotógrafo y editor de la revista Aracena Natural, Garrido reúne en El bosque revelado (El libro feroz) una selección del trabajo que ha ido desarrollando en la Sierra de Huelva. Aunque le tocó nacer, como a tantas otras creaciones, en pleno encierro, se decidió que la tarea de promoción se haría igualmente pero en redes sociales, sin cambiar de fecha. La jugada salió bien: el libro ya está preparando su tercera edición.

–Las fotografías de ’El bosque revelado’ (El libro feroz) no son las de un paseante ocasional, sino las de un residente en la Sierra de Huelva. De un asimilado al territorio.

–Vivo desde hace seis años en un pueblecito que se llama Santa Ana la Real. Y, aunque hasta entonces siempre había vivido en entornos más urbanos, la verdad es que siempre he sentido mucha querencia por el campo. Quizá el principal choque al venirse a Santa Ana fue que tenía que hacer muchos kilómetros para hacer cualquier gestión, o casi cualquier cosa: sólo hay un bar y una tienda. Pierdes en algunas cosas: en decir, por ejemplo, esta tarde voy al cine (el más cercano está a 80 kilómetros) pero ganas en otras, sobre todo, en silencio, que para mí es algo muy importante. En verano un poco menos, claro, pero aun así hay bastante sensación de tranquilidad. Y, sobre todo, la opción de estar cerca de esa naturaleza que a mí tanto me gusta: salgo por la puerta y allí estoy.

–¿Cuánto hay en este libro de ‘Las luces del bosque’, el fotoblog que mantenía?

–Pues la idea es la misma. El arte ha sido un poco el motor de las grandes revoluciones sociales a lo largo de la historia. Ahora mismo, veo que el arte y la fotografía contemporáneos, la foto artística, están muy alejados de las necesidades que plantea la sociedad, y una de ellas es la ambiental. Mi intención es reclamar, desde la perspectiva del arte, un acercamiento a una naturaleza que tenemos abandonada y en peligro.

–Alguien que no sea de la zona y, sobre todo, de Andalucía, al ver estas fotos puede decir: “¿Esto es el sur?”.

–Me pasa mucho, ya no sólo con las fotos del libro, sino las que hago de promoción de casas rurales, alojamientos y demás. Cuando ven las fotos preguntan si es ahí, si ese es realmente el sitio, nadie se espera esos paisajes de invierno, nieblas, verdes exuberantes. La Sierra de Aracena es más verde que la Sierra de Málaga o de Cádiz.

–¿Cómo ha sido la selección de imágenes?

–Bueno, este no deja de ser un libro de autor, de fotografía de naturaleza, pero con un toque más artístico, no tanto de impacto... Lo que pretendo es dar una perspectiva un poco más humanista de la naturaleza, así que la selección ha ido un poco en esa línea. Eso sí, centrado en la Sierra de Huelva.

"En el confinamiento, muchos han descubierto que no todo es tener una trabajo estupendo o las comodidades de la ciudad"

–Una sensación recurrente en las fotos es la fragilidad.

–Son imágenes de ir mucho al detalle, e incluso en las panorámicas, abundan los paisajes de niebla... Esa sensación de cosas en equilibrio, que se pierden, inaprensibles. La niebla, de hecho, es uno de mis elementos más favoritos.

–Fotos muy lucidas, pero muy contrarias al instagrameo.

–Este es un territorio amplio pero no extensísimo. Son recorridos que hago a menudo, que conozco, y que te hacen estar atento. Muchas veces, sales de casa porque ves que encima de la Sierra del Negrillo hay una niebla tremenda, y entonces sabes que los encinares estarán estupendos. Esta forma de hacer las cosas va un poco en la línea de recuperar el tiempo: igual que la slow food o la slow life, hay un movimiento, el slow art, que promulga el pararte a disfrutar de las obras de arte y de la naturaleza. Lo mismo te cunde más hacer dos kilómetros fijándote en las cosas, que quince.

–Otro elemento importante en este trabajo es el agua.

–Casi desde un punto de vista antropológico. Por aquí hay muchos pueblos pequeños, muy cerca unos de otros, y todos ellos han crecido siempre, como es normal, alrededor de una fuente, de un manantial, de un arroyo... De hecho, puedes encontrar fuentes de todas clases, desde época de los romanos. Luego, esta tierra tiene ese verdor que proviene de su situación geográfica: es uno de los sitios donde más llueve de España, junto a Grazalema.

–Zonas como esa ejemplifican muy bien una de las últimas tensiones: supervivencia y/o turismo.

–Yo mismo hago una revista de corte turístico, el turismo no es el diablo. Esta es un área de poblaciones muy envejecidas que, obviamente, viven de industrias cárnicas y de turismo. Ahora, pienso que siempre hay que intentar atraer a un turismo de mayor calidad para que el beneficio por turista sea el máximo posible. Los sistemas no son sólo naturales, sino sociales: en los pueblos llega un momento en el que literalmente no cabe más gente. Ahora, con el tema del coronavirus – en muchos de estos pueblos, ni siquiera hemos tenido casos–, ha sumado aún más atractivo.

–Como “integrado”, ¿qué piensa de la repentina concienciación respecto a la España vacía y/o vaciada?

–Desde una perspectiva económica, cuesta trabajo venirse a un pueblecito en el que la mayor parte de la gente es mayor, con un tejido económico muy somero, a ganarte la vida. Sin embargo, el tema de la pandemia y el confinamiento sí ha llevado a muchos a descubrir que no todo es un trabajo estupendo o las comodidades de la ciudad, sino otra cosa. Yo estoy en un pueblo considerado en peligro de desaparición, con menos de 500 habitantes, así que te tocan las palmas si alguien viene a hacer algo... Por eso hay que ser garantes de la naturaleza, que decíamos: por sí sola, no es un gancho turístico ni de expansión. Pero ponerla en valor lleva implícito cuidarla.

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