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Las Claves

Cristina, la Infanta rebelde

  • Hundida. Después de convertirse en la primera integrante de la Familia Real en declarar en un tribunal, el rostro de la ex duquesa de Palma era el de una mujer emocionalmente rota.

CRISTINA de Borbón y Grecia, Infanta de España, madre de familia de un matrimonio idílico; la primera mujer de la realeza española en lograr un título universitario de nivel superior, que completó con un máster en Nueva York. Trabajó seis meses en la sede de la Unesco en París y, tras ser contratada por la Fundación La Caixa para ocuparse de cuestiones culturales y sociales, fue nombrada directora del Departamento del Área Social. En los últimos años es coordinadora de los programas de la Fundación con los organismos de la ONU en relación a asuntos sociales.

Ese currículum se vino abajo hace cinco años cuando aparecieron las noticias que apuntaban que su marido, Iñaki Urdangarín, junto a Diego Torres, su ex profesor en la escuela de negocios Esade de Barcelona, habían creado un entramado de empresas con las que defraudar al fisco, disponían de cuentas opacas en paraísos fiscales y habían malversado fondos públicos utilizando el nombre de Urdangarín, miembro de la Familia Real. Suscribían contratos supervalorados con distintas administraciones autonómicas, para organizar eventos deportivos.

El apoyo incondicional de la Infanta a su marido, y su negativa a renunciar a sus derechos dinásticos como le exigió don Juan Carlos y le reiteró su hermano Felipe cuando fue proclamado Rey, han provocado el distanciamiento de doña Cristina con don Felipe y con su padre, y la incomodidad de don Juan Carlos con doña Sofía por su empeño en expresar públicamente el apoyo a su hija menor a pesar del daño irreparable que hacía a la Corona. Sin embargo, a quienes conocen bien y desde hace años a la Infanta, no les sorprendió su actitud. Ni su rebeldía, pues siempre lo fue, ni el apoyo a su marido, de quien está profundamente enamorada pese a que algunos correos privados filtrados por su ex socio parecen demostrar que Urdangarín fue infiel a su mujer, y no en una única ocasión.

La Infanta tiene carácter. Nunca disimuló sus sentimientos, sus simpatías o antipatías, lo que la convirtió en un personaje que provocaba adhesiones inquebrantables y fuertes críticas. Su círculo de amistades era reducido y a él pertenecía su hermano Felipe, probablemente su mejor amigo, el miembro de su Familia con el que se sentía más identificada. Compartían aficiones; la prueba es que los escasos amigos que la siguen defendiendo con uñas y dientes son los que fueron considerados los íntimos del príncipe Felipe, aunque de algunos se ha alejado a raíz de su matrimonio con Letizia.

No es ningún secreto que los aún leales a Cristina mantienen que doña Letizia ha tenido un papel destacado en que don Felipe haya cortado de forma tan drástica con su hermana. Sin embargo, en el entorno del Rey alegan que él siente un profundo dolor por esta situación, pero que su compromiso con España y con la Corona prevalecen sobre los sentimientos. Además, se sintió decepcionado cuando a los pocos días de su proclamación -ceremonia a la que no se permitió asistir a la Infanta pese a que viajó a Madrid- le pidió en una visita a La Zarzuela que renunciara al título de duquesa de Palma, y no lo hizo pese a que había prometido enviarle la carta de renuncia en pocos días. Un episodio controvertido, duro para el Rey, obligado a firmar la revocación del título al comprobar que Cristina una vez más se negaba a lo que se le pedía.

No fue rebelde en su infancia, sí en la adolescencia. Don Juan Carlos comprendía sus ansias de independencia, de ser "como los demás", pero conservando los privilegios de la Familia Real; sin embargo, los choques con doña Sofía fueron frecuentes y tensos, y sólo se apaciguaron cuando tras acabar sus estudios en la Complutense, se fue a hacer un máster a Nueva York y después a trabajar en París.

De regreso a casa, de nuevo chocó con su madre, al punto de que se planteó abandonar La Zarzuela y vivir en el centro de Madrid. Don Juan Carlos se opuso: la Familia Real debía tener un comportamiento ejemplar. Planteó que sólo se podría disimular la tensión si Cristina hallaba argumentos para instalarse en otra ciudad. Ella decidió Barcelona, donde podría vincularse al mundo de la vela y vivir con su prima Alexia de Grecia.

Deporte y la Fundación La Caixa: nueva vida. Atendía sus compromisos institucionales pero se sentía en casa en Barcelona. La lejanía y los años apaciguaron las tensiones con la Reina, estrechó aún más sus relaciones con Felipe y mantuvo la cercanía de siempre con doña Elena, con la que siempre se llevó bien aunque eran muy distintas y, las dos, tenían un fuerte carácter. En Barcelona, su círculo cercano era del deporte; en Madrid, fundamentalmente los amigos del colegio de Felipe y sus numerosos primos.

En el 96, en los Juegos de Atlanta, conoció a Urdangarín, que entonces vivía con su novia en Barcelona. La Infanta se enamoró locamente y luchó con uñas y dientes por aquel jugador de balonmano del Barça y de la selección.

Los Reyes sintieron que era la persona indicada para su hija: buena familia vasca, educado, discreto y que en su primer encuentro expresó su preocupación por estar a la altura y contribuir al buen nombre de la Corona. Además, mostraba abiertamente su amor por la Infanta, a la que nunca se había visto tan feliz.

No dudaron don Juan Carlos y doña Sofía de que su hija había elegido a un hombre que no los defraudaría y, de hecho, Urdangarín, además de convertirse en amigo de don Felipe -tanto que fue a quien encargó la compra del anillo de compromiso de Letizia-, recibió de los Reyes un trato muy cercano, entre otras razones porque doña Cristina había dejado aparcada su rebeldía, sus hijos eran encantadores y formaban una familia entrañable, y los días compartidos con los Urdangarín eran siempre una experiencia cálida y afectuosa.

Todo se vino abajo en otoño de 2010. Urdangarín viajó a Madrid cuando aparecieron las primeras noticias sobre sus negocios, pero no fue recibido por el Rey. No habló con su yerno hasta dos años más tarde, cuando por insistencia de doña Sofía, que pensaba en la estabilidad emocional de sus nietos, se celebró la cena de Nochebuena en La Zarzuela, aunque don Juan Carlos apenas cruzó un saludo con su yerno.

Sin embargo, sí se mantuvo en contacto telefónico con su hija, que dejó Washington para trasladarse con su familia a Barcelona primero y a Ginebra después, donde además tuvo ayuda de su padre para ampliar su trabajo -Urdangarín ya no tiene ingresos- con la fundación del Aga Khan.

Reapareció la rebeldía cuando se negó primero a la renuncia de sus derechos y después de su título. Defiende a Urdangarín sin fisuras, se cree víctima de una operación orquestada para desprestigiar la Corona y víctima también de Letizia. Con don Felipe sólo cruza palabras en situaciones ineludibles, como funerales familiares.

El pasado jueves se convirtió en el primer miembro de una Familia Real que tuvo que comparecer ante un tribunal. En su rostro, ni rastro de su inconformismo y sus ansias de independencia personal. Era una mujer emocionalmente rota.

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