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Onoda | Festival de cine de Sevilla

Una misión sin gloria

Una imagen de 'Onoda', de Arthur Harari.

Una imagen de 'Onoda', de Arthur Harari.

La nueva película de Arthur Harari (Diamant noir) asume el riesgo del tiempo en su recreación ficcional de un singular episodio real de la Segunda Guerra Mundial, aquel del teniente japonés Hiroo Onoda que permaneció durante tres décadas en la isla filipina de Lubang ajeno al fin de la contienda a la espera de órdenes para entregar las armas y aceptar la derrota. El joven Onoda, bala perdida recuperada para el combate, se adentra en la isla y su jungla en una misión secreta que le obliga al cumplimiento riguroso del deber y a salvar la vida, asunto que Harari convierte en nodal a la hora de explicar su obstinación al paso de los años junto con el cada vez más mermado grupo de soldados que lo acompañan.

La narrativa clásica acompasa así los tres periodos (1945-1946, 1969 y 1974) y varios episodios de esta supervivencia en el terreno apenas horadada por algunos flash-backs elementales que ayudan a entender al personaje, así como las peculiares dinámicas militares niponas. Onoda se abre pues a la escala humana e íntima, entre delirante y marcial, de su protagonista y el grupo, a ese día a día en el que la lucha contra los elementos naturales, la búsqueda de comida, el estado de alerta constante o el litigio con los lugareños se convierten en ese gran objetivo militar que ha perdido ya toda razón de ser.

El problema del filme reside principalmente en que no termina de materializar la densidad existencial de su historia, ese autoengaño de décadas que ha de desembocar necesariamente en el vacío. Más dotado para narrar que para refinar los elementos estéticos o atmosféricos de su película, Harari se posiciona en un lugar intermedio entre la empatía y la distancia, observador minucioso y efectivo de un periplo de casi 30 años atravesado por el digno cambio de actores y los puntuales estallidos de violencia que hacen avanzar el relato. Tal vez sea al recordar su propia materia narrativa cuando el filme alcanza sus mejores momentos, en ese diálogo interno de Onoda con los fantasmas de los que fueron sus compañeros en una misión suicida en la que la verdadera tragedia fue seguir vivos.