Amargo epílogo para la última boda de un miembro de la familia del Rey con un noble
Durante más de diez años la Zarzuela buscó un buen candidato para doña Elena
Unos decían que las infantas aguardaban a que diera el paso su hermano pequeño, el príncipe de Asturias. Otros estaban preocupados por las altas exigencias para hallar el candidato ideal a las hijas mayores del Rey. Un príncipe, o un noble, era la petición de los más ortodoxos. Fueron más de diez años a la espera de un pretendiente. Un día de 1994, casi de improviso, se anunció el enlace de la primógenita de don Juan Carlos con Jaime de Marichalar, la última sangre de nobleza, menor, que llegó a palacio. A doña Elena se le relacionó años antes con el jinete Luis Astolfi, con quien compartía equipo olímpico de equitación, y en 1990 se rumoreaba con firmeza que el corazón de la infanta estaba en manos de otro jinete, Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la duquesa de Alba. Pero el destino le reservaba la boda, y las posteriores influencias, al cuarto hijo del fallecido conde de Ripalda, que al poco tiempo aparecía en las revistas por su indisimulado buen vivir y su forma de vestir, a veces un tanto desbarrada. Lo que más valoraron en su momento los cronistas fueron sus dotes para reorientar el estilismo de su esposa. Aquella última boda con un noble en la Familia del Rey termina en divorcio y, a medio plazo, en una nulidad matrimonial. Un epílogo imprevisto y amargo para un enlace que se planificó con ansiosa búsqueda. Tal vez por el escarmiento de un duque de Lugo que pronto salió rana, la infanta doña Cristina no encontró tantos obstáculos para casarse con Iñaki Urdangarín, jugador de balonmano y de acomodada familia vasca, tras un flechazo en los Juegos de Atlanta. Y el rizo de la llaneza: la presentadora del Telediaro, doña Letizia. La Reina de TVE.
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