Tras el divorcio de la infanta Elena, llega el turno del Vaticano
Al ser la hija de la máxima autoridad del Estado y miembro de una monarquía católica, la decisión sobre su nulidad matrimonial corresponde en última instancia al Papa.
Dicen que Don Juan Carlos sufrió mucho cuando su hija mayor, la infanta Elena, decidió hace dos años separarse de su marido, el aristócrata Jaime de Marichalar. Cuentan también que Doña Sofía hizo lo posible para tratar de salvar ese matrimonio, con el objetivo añadido de preservar la buena imagen de la institución monárquica. Por eso, en aquel entonces el Palacio de La Zarzuela usó el eufemismo del "cese temporal de la convivencia".
Al final, el divorcio de los duques de Lugo, confirmado tras varias semanas de intensos rumores en un comunicado difundido por sus abogados, no se pudo evitar. Y éste tampoco es la solución final, ya que hay un paso más: la nulidad matrimonial. En el caso de la infanta Elena, de 45 años, este trámite se antoja harto complicado, ya que al ser la hija de la máxima autoridad del Estado y miembro de una monarquía católica, la decisión corresponde al Vaticano y, en última instancia, al Papa Benedicto XVI.
La infanta y su ex esposo, un año mayor que ella, no han hecho comentarios al respecto, pero la revista ¡Hola! cita fuentes que aseguran que la hija mayor de los reyes podría haber ya iniciado los trámites previos para conseguir la nulidad eclesiástica, que sí pondría punto final a un matrimonio que duró casi 15 años y del que nacieron dos hijos: Felipe Juan Froilán, de 11 años, y Victoria Federica, de nueve.
El hecho es que su condición de divorciada no permitiría a la infanta rehacer su vida dentro de la doctrina católica. "Un posterior matrimonio civil la pondría de cara a la Iglesia en situación de concubinato, lo cual le impediría, por ejemplo, recibir la comunión", explicó un experto en derecho canónico al diario El Mundo.
El paso lógico sería, por lo tanto, acudir al Tribunal de la Rota del Vaticano, ante el cual la primogénita de los reyes y cuarta en la línea de sucesión al trono tendría que demostrar que su matrimonio ha sido nulo.
La Santa Sede contempla diversas causas y una de las más frecuentes está recogida en el canon 1.095 del Código de Derecho Canónico: "Son incapaces de contraer matrimonio: quienes carecen de suficiente uso de razón; quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar y quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica".
El argumento de la inmadurez a la hora de contraer matrimonio fue también el utilizado por Carolina de Mónaco en el único y más reciente precedente de este tipo en una monarquía católica. La hija del príncipe Raniero, que luego se casaría con Ernesto de Hannover, pidió en 1980 la nulidad de su matrimonio con el play boy Philippe Junot afirmando que ella era muy joven -tenía 21 años- cuando se casó. El Papa Juan Pablo II tardó 12 años en concederle la nulidad.
Sin embargo, cuando la infanta Elena contrajo matrimonio con Jaime de Marichalar el 18 de marzo en la Catedral de Sevilla ella tenía 31 años y él estaba a punto de cumplir los 32.
Por lo pronto, su divorcio entrará en los libros de historia como el primero en la Casa Real española desde la reinstauración de la monarquía en 1975 y el primero de un hijo de soberano reinante. Es, asimismo, el tercer divorcio en toda la historia de la Familia Real desde los del príncipe Alfonso de Borbón y del infante Don Jaime: los hijos de Alfonso XIII, el abuelo del actual monarca, pusieron fin a sus matrimonios en la primera mitad del siglo XX.
Y mientras, la infanta Elena cumplía serena con su primer acto público desde el anuncio del divorcio: la inauguración de un centro de personas mayores en Albacete. "Guapa, guapa", le gritaba la gente en la calle, y ella devolvía los halagos con una amplia sonrisa.
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