Aquella medalla con tres nombres

En el imaginario colectivo está una Avenida que ya fue peatonal por unos días y estrenó estética de gallardetes el 18 de marzo de 1995 · Pilar Miró se llevó una riña del arzobispo

El 18 de marzo de 1995 tuvo lugar el enlace en el Altar Mayor de la Catedral.
El 18 de marzo de 1995 tuvo lugar el enlace en el Altar Mayor de la Catedral.
Carlos Navarro Antolín / Sevilla

26 de noviembre 2009 - 05:03

Fue una boda marcada por el ambiente callejero previo, por los paseos multitudinarios a lo largo de una Avenida que estrenaba gallardetes e iluminación. Izquierda Unida dijo que la estética era propia de un torneo de Camelot y que las luces eran de cuarto de baño. Rojas-Marcos, como alcalde, entregó el regalo de la ciudad a los novios en el Salón Colón: unas arras inspiradas en el tesoro del Carambolo. El canónigo Francisco Navarro y el arquitecto de la Catedral, Alfonso Jiménez, recibieron a la Reina en varias ocasiones para organizar la ceremonia. Uno de los días, el florista quería convencer a doña Sofía de la necesidad de llenar el templo con muchos y grandes ramos. La Reina quiso saber la opinión del maestro mayor: "¿Y qué piensa el arquitecto?" Jiménez contestó: "Pues que por muchas flores que se pongan, nunca van a llenar esto y va a verse todo ridículo. Por muy grandes que se hagan los centros de flores o las velas, la Catedral siempre es muy superior y se come la decoración". Doña Sofía decidió poner entonces una cantidad menor de flores y más discretas. Le dio la razón al arquitecto y puso la coda: "Y así sale más barato". Jiménez fue invitado a última hora a la boda, pero no le llegó la invitación por un error en la dirección. Acudió sin ella y sin chaqué (que no le dio tiempo a alquilar) al banquete en el Real Alcázar, donde entró con su esposa y junto al arzobispo sin que nadie le pidiera acreditación.

Para el recuerdo del imaginario colectivo de la ciudad quedan varias estampas: la tempranísima llegada de la duquesa de Alba a la Catedral, la llegada de doña María de las Mercedes, abuela de la novia, que lo hizo en coche de caballos desde el hotel Alfonso XIII; la sentida homilía del arzobispo sobre el amor, el olvido de la Infanta al no pedir el placet del Rey antes de dar el sí quiero, la salve en el templo del Salvador interpretada por el coro rociero de la Hermandad de Sevilla, el chaqué gris del Príncipe de Gales, el error del conductor del coche de caballos de los novios, que no llegó hasta la Puerta de Jerez y dejó a muchos sevillanos con las ganas de ver a los duques en directo, y el vaso de agua que el Rey sirvió en el Alcázar a la madre de Jaime de Marichalar.

Aquella también fue una boda marcada por la discusión acalorada en privado entre monseñor Amigo y la responsable de la retransmisión televisiva, Pilar Miró. La cineasta supo aquellos días previos del carácter temperamental del prelado, que la citó en su despacho para quejarse de los cables que los técnicos habían colgado de mala manera sobre la artística rejería del altar mayor. El propio maestro mayor ha reconocido públicamente: "La boda fue un ejemplo de planificación perfecto en el que sólo chirriaban las exigencias de los medios técnicos de la televisión".

La de 2002 fue la última Semana Santa en la que la ciudad ha recibido a miembros de la Familia Real. Los duques de Lugo llegaron un Jueves Santo de agua en el que sólo salieron dos cofradías. Emplearon el arranque de la tarde en visitar el Gran Poder y la Soledad de San Lorenzo. En los palcos vieron la Quinta Angustia. Y la del Valle la esperaron en la sede del Aero, en la Avenida, donde cenaron. El conde de Luna, entonces teniente de la Real Maestranza, pidió al entonces hermano mayor, José María O'Kean, que permitiera a los duques tocar el martillo del paso de palio y dar una levantá. "Cada vez que veo a la Infanta y me habla de Sevilla, recuerda siempre este momento", ha dicho en alguna ocasión Alfonso Guajardo-Fajardo, actual teniente de la institución nobiliaria.

Los duques acudieron después a la salida de la Macarena. Aguardaron durante una hora la salida de la Esperanza en el despacho del hermano mayor. De pronto, sin mediar más palabras, el duque se quitó la medalla de oro que llevaba al cuello: "Hermano mayor, aquí tiene usted para la Virgen el mejor regalo que puedo hacerle". Juan Ruiz le contestó agradecido: "Señor duque, mientras yo sea hermano mayor, la Virgen de la Esperanza la llevará cada Madrugada". La medalla llevaba inscritos tres nombres: Elena, Felipe y Victoria. Hoy está expuesta en el flamante museo macareno. Vieron después Los Gitanos en el Palacio de las Dueñas, tras lo cual la Infanta se retiró a descansar. El duque quiso ir a la Catedral, por donde pasaba la del Calvario.

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