Opinión

La cabra de Manos Limpias

  • El autor reflexiona sobre la polémica generada tras el informe final del sindicato en el juicio de los ERE y el uso de un refrán sobre la cabra.

El abogado Rafael Prieto Tenor

El abogado Rafael Prieto Tenor / EFE

Tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata, que dicen en México. En Colombia tienen la variante de que “tanto peca el que mata la vaca, como el que le detiene la pata”. ¡Le detiene! Y en España, por ejemplo en las comarcas cántabras, se usa más la variante de la cabra que tanto ha dado que hablar esta semana y que Antoni Alcover y Francesc de B. Moll catalanizan en su famoso Diccionari reproduciendo un “Tanta culpa té qui mata la cabra com qui li té la garra”.

Vacas y cabras aparte, el debate se centra en si, tras despistarse casi 1000 millones de euros de dinero público, puede ser cierto que nadie supiera nada, que todos pasaban por ahí, que la competencia siempre era de otro y que el último que salga que apague la luz.

Sea como fuere, no debemos opinar sobre materias que se encuentran sub iudice, o sea, sometidas a conocimiento judicial, y que, por respeto al Tribunal y a los propios acusados, no procede valorar, debiendo confiarse en que al final tendremos la verdad, que es lo que decían los clásicos que realmente hace buena la sentencia de un juez. Ríanse ustedes de las motivaciones y de los fundamentos. La Verdad, con mayúsculas, es lo que hace buena una sentencia. Confiemos pues en que nos ilumine.

Y como la cabra siempre tira al monte, insistimos en el dilema aquel del gobernante que superpone una norma que considera más justa o más moral que aquella vigente y aplicable. Un conflicto que como sociedad sancionaremos una y otra vez pero que nunca vamos a solucionar, porque, como problema de conciencia, es irresoluble y además intermitente. Unas cuestiones jurídicamente muy complicadas porque social y éticamente también lo son.

Cicerón (45 a.C, “Las leyes”) nos dejó escrito que debe haber algo más que un conjunto de normas o reglas al peso, porque, de lo contrario, el derecho podría consistir en robar, cometer adulterio o falsificar testamentos, por el mero hecho de que estas acciones fueran aprobadas por aclamación popular.

Debe existir algo más. Y es la ética lo que nos diferencia. Sin ética no pasamos de ser monos con pantalones. Porque también ellos se guían por reglas.

Es algo tan complejo y profundo que en mil seiscientos y pico (que para la Historia eso es anteayer, como aquel que dice), ni la teología ni la religión, que venían a inspirar el derecho en las relaciones Iglesia-Estado (que era más un maridaje Trono-Altar antes de las revoluciones ilustradas) tenía una respuesta clara. Sería Santa Teresa, doctora de la Iglesia Universal, quien escribiese: “por hacer bien, por grande que sea, no hay que hacer un pequeño mal”. Y parece que se despejaron bastante las dudas teologales.

Es decir, que no teniendo los teólogos una pauta clara, Santa Teresa nos ofrece en su “Libro de la vida” un óptimo de comportamiento que proscribe cualquier mal, por pequeño que sea, y que no quedará justificado bajo la coartada de la producción de un gran bien. Esto supone un gran avance, porque castigar es sencillo a través de un sistema inquisitorial penal. Lo difícil, lo complicado, lo divino, es fijar unas reglas de comportamiento que enriquezcan la vida en sociedad y nos hagan mejores a todos.

Recuerden también que Kant dejó escrito que “con un leño torcido, como aquel del que ha sido hecho el ser humano, no puede forjarse nada que sea del todo recto”, de forma que nuestro comportamiento errático no debiera sorprendernos a ninguno.

Finalmente, y perdonen el titular -no exento de cierto tono autoparódico-, concluir preguntándonos lo mismo que la filosofía política desde hace muchos siglos: ¿quién debe mandar? ¿quién debe gobernar? La respuesta, considerada mayoritariamente como la más acertada, viene siendo la de que deben mandar y gobernar los mejores. Claro que también es la más inconcreta, porque no nos queda nada claro quiénes son los mejores. Ahí sí que nos llevan ventaja las cabras, que lo deciden a topetazos.

 

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