Opinión

Nuestras mujeres mayores trabajadoras

  • En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, la autora rinde homenaje a las mujeres mayores que ayudaron e incentivaron a sus hijas a luchar por las oportunidades que ellas no tuvieron 

Amparo Díaz Ramos

Amparo Díaz Ramos

En el mes en el que destacamos a la mujer trabajadora, yo este año sobre todo quiero honrar por su trabajo, esfuerzo y dedicación a lo largo de su vida, a las mujeres mayores que se ven azotadas por esta crisis sanitaria, que apenas pueden relacionarse con sus seres queridos, e incluso están dejando la vida sin tenerlos al lado.

Y a otras mujeres que nos dejaron antes y no recibieron toda la atención y cercanía que se merecían, porque nuestra estructura social las deja de lado a pesar de lo mucho que aportan al bienestar de la sociedad y a la economía, y porque hay cosas que descubrimos tarde.

Mujeres esforzadas, imperfectas como toda la humanidad, que no paraban, en lo bueno y en lo malo, y que en mi infancia, y tras ella, vi cómo apoyaban a otras personas, porque lo normal era eso, que las mujeres trabajasen para beneficiar las personas de su entorno. En los pueblos, en las ciudades. Mujeres que me cuidaron: mi madre y mis tías, incluso algunas que apenas veía pero que pensaban en mí y me enviaban lo que creían que me gustaría y sería útil. Mujeres de la familia biológica y no biológica que me tenían en su cabeza y en sus corazones, y me han apoyado al ir creciendo, y al convertirme en madre - que es un trabajo que no tiene fin-. Mujeres que han sido y son unas buenas abuelas y tías para mi hijo. Y para otros muchos niños y niñas.  

 Y también quiero honrar a las madres y tías de mis amigas porque además de cuidarlas a ellas, estaban siempre atentas a todo, conociéndonos, corrigiéndonos, dándonos ejemplos de lo que hacer o no hacer.  Me doy cuenta ahora de que nos conocían mejor de lo que las conocíamos a ellas, de que se interesaban por nuestras vidas y nos deseaban los mejor. Mis amigas no son solo mis amigas, son ellas y sus familias, especialmente sus madres y tías. Me doy cuenta de que me queda mucho que aprender de ellas y de que aún no las hacemos suficientemente visibles.  

         No es que no quiera a los hombres de mi infancia, mi padre y tíos, los padres de mis amigas. Al contrario, hubo una época, en la adolescencia, en la que ellos eran mis favoritos, y las mujeres me parecían unas pesadas y menos interesantes. Ellos tenían otro mundo, otro aspecto, más libertad y menos quejas. Además, me parecían mucho menos cansados.  Pero la verdad es que su presencia en mi día a día era menor. Su esfuerzo y dedicación estaba más centrado en el trabajo fuera de la casa. Eran mucho más parcos a la hora de mostrar la afectividad pero eso me parecía elegante, porque lo hacían con humor y gracia. Siempre valoraba sus miradas de aprobación y orgullo. Sus vidas me gustaban más que las de ellas. Disponían de un tiempo libre que no veía en mi madre y las demás mujeres.

Pero después empecé a pensar en de dónde venía ese tiempo libre y de dónde venía el cansancio de mi madre y sus quejas.  Ver las diferencias de oportunidades en las vidas cotidianas de mis padres me hizo comprender que la igualdad real estaba muy lejos y que era necesario reivindicarla cada día. Les debo también mucho a esos hombres, pero más todavía a las mujeres que han estado cerca de mí desde la infancia, con muchos aciertos y algunos errores.  

         Eran ellas, que ahora son mayores, y que se ayudaban entre sí a veces incondicionalmente, a veces con algunos resentimientos, las que se ocupaban de que todo lo que necesitaba estuviera preparado en cuanto yo abría los ojos por la mañana hasta que los volvía a cerrar, mi madre la que me cuidaba por las noches cuando lo necesitaba a pesar de que por la mañana ella también tuviera que trabajar en la casa y fuera de la casa. Era ella la que anticipaba lo que iba a necesitar desde mucho antes, y hacía sus cábalas para que no me faltara. Ella la que me decía, a veces incluso con demasiadas exigencias,  que estudiara para entender la vida y tener un buen trabajo, para no depender de nadie, y empezaba por esforzarse ella misma para que yo tuviera más oportunidades en mi vida. Y eso mismo hacía por mi hermana. Como otras muchas madres hicieron con sus hijas.  

         Estas mujeres, las que nacieron mucho antes de la Constitución, mucho antes de las leyes de igualdad, las que se consagraron a que sus hijas vivieran mejor que ellas, no están recibiendo o no han recibido el reconocimiento que se merecen. Tal vez no han sido la primera mujer cirujana, ni la primera mujer bombera, ni la primera mujer catedrática, ni la primera mujer en nada pero se esforzaron al máximo por el bien de su familia y para que sus hijas tuvieran oportunidades que ellas no habían tenido. Su trabajo mayoritariamente no tuvo el brillo del trabajo fuera del hogar, bien porque no podían acceder al mercado laboral, bien porque estaba centrado en tareas infravaloradas por realizarlas mujeres: la costura, la enseñanza, la limpieza, la enfermería, la cocina. Los cuidados.  

Son mujeres que nos han aportado su energía, su tiempo, su dedicación. Son mujeres que han creado con sus brazos una parte vital del tejido social, y que han alzado sobre sus hombros las oportunidades que tenemos ahora sus hijas y nietas.  

Son las grandes y mayores mujeres trabajadoras.  

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios