¡Qué bien derribamos en Sevilla!

La piqueta se lleva por delante más casas de la Palmera como demolió los Caños de Carmona, nada nuevo bajo el sol de la ciudad más indolente

La demolición esta semana de un nuevo inmueble en la Avenida de la Palmera / José Ángel García

EN Sevilla se derriba la mar de bien, tenemos una afición histórica por la piqueta. Mucho hablar del poder rancio, la influencia de los frentes conservacionistas o el gusto por el regionalismo como estilo definitorio de la ciudad, pero los hechos demuestran que las máquinas de demolición han hecho verdaderas barrabasadas que olvidamos pronto para, quizás, no sufrir en exceso. Pensaba esto al comprobar el nuevo derribo de un inmueble de la Avenida de la Palmera, el eje viario más importante del Sur de la ciudad, el que representa y condensa la grandeza de la Exposición Iberoamericana. Mira que Sevilla es grande, pues siempre ocurre que van a demoler donde más duele.

La Palmera se transforma radicalmente no sólo porque no hay normativa que lo impida, sino porque Sevilla carece de sensibilidad de cara al mantenimiento de su patrimonio, salvo que se trate de la iniciativa privada (el duque de Segorbe, don Ignacio Medina, ha salvado más de 200 casas, y el Cabildo Catedral y la Real Maestranza mantienen el templo metropolitano y la plaza de otros). El turismo viene por nuestro patrimonio, pero no lo cuidamos. Vivimos de los bares, pero nos faltan miles de camareros. Buenas paradojas que nos retratan.

Si consultamos los libros comprobamos la aberración contra el patrimonio que se hizo en 1912, bastantes años antes del período franquista que se llevó por delante históricas casas palacios. Ese año se echaron abajo con todas las bendiciones los Caños de Carmona, una estructura romana de un buen número de kilómetros que hoy hubiera sido un notable atractivo para la ciudad. ¡Se perdió un grandiosa obra de ingeniería romana reconstruida por los almohades que transportaba el agua desde Sevilla hasta Alcalá de Guadaíra! Sevilla se quedó sin un hermoso acueducto, que sólo defendió José Gestoso, hoy calle para comprar especias y arreglar electrodomésticos de obsolescencia programada.

El derribo de los Caños de Carmona en 1912 / M. G.

Nada nuevo, pues, en la pérdida de edificios de valor histórico-artístico. Siempre hay una comisión dispuesta a avalar derribos y permitir edificios en lugares donde resultan ser verdaderas agresiones, porque parece que se trata de herir, de una arquitectura no ya fea, sino provocadora. Se han cargado el agradable paseo por la Palmera que permitía un repaso por los preciosos pabellones que nos dejó el 29 y han plantado esa arquitectura de tanatorio y de estética propia de edificios inconclusos con puntales de colores.

Hoy nos quedan unos escasos restos del que pudo ser vendido como el acueducto sevillano. De acuerdo en que no era el de Segovia, pero tenía su interés. Y, sin duda, lo hubiera tenido mucho más hoy con la eclosión del turismo. Queda poca cosa. Eso sí, con refuerzos de acero corten, ese material tan del gusto de ciertos arquitectos enemigos de la luz.

Oyes a mucha gente aprobar las Setas de la Encarnación porque es mejor tenerlas que no un descampado lleno de ratas y coches mal aparcados. Y, por supuesto, elogian la actual Plaza de la Magdalena, porque sencillamente está más limpia y sin autobuses. Claro, con este criterio podemos declarar el tranvía de la Avenida como un éxito en el modelo de transporte desde el Prado hasta la Plaza Nueva. ¡Si no hay otro! Si no se enseña cómo eran los espacios urbanos antes de determinadas reformas, no se valorará la necesidad de mantener casas señoriales, tramas urbanas y, por supuesto, terrenos umbríos. La conservación del patrimonio exige formación e inquietud cultural. De lo contrario podemos hartarnos de vender gatos por liebres, que siempre serán comprados por el buenismo complaciente, siempre dispuesto a declarar que todo ha quedado precioso, el adjetivo preferido por quienes carecen de criterio.

Una ciudad que permite el destrozo de la Avenida de la Palmera, el abandono clamoroso de la Isla de la Cartuja, o el asqueroso paisaje que sigue marcando el entorno de la Catedral, no merece quizás tantas alabanzas a una belleza de postal.

Siempre es más fácil tirar y levantar un edificio nuevo. Siempre es más cómodo abrir bares que negocios dedicados a nuevos sectores que puedan ofrecernos alternativas al sector servicios. Siempre es mejor alabar la hermosura de lo nuevo que reconocer que hemos dejado que se cometan atrocidades. El conservacionismo con criterio conduce al sufrimiento y a la frustración. El fachadismo es el consuelo. Y la novelería, la mejor forma de escapismo en Sevilla.

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