La caja negra

La mojá de un pedazo de heraldo

El Heraldo Real bajo la intensa lluvia.

El Heraldo Real bajo la intensa lluvia. / José Ángel García

De la cabalgata con niebla de 1966 que Antonio Burgos nos contó en una crónica firmada con 22 años a la mojá que sufrió José Manuel Peña, valeroso heraldo de este 2024. Siempre con la sonrisa, subiendo niños pequeños al jaco, dando vítores altos, claros y sin complejos; repartiendo ilusión de verdad con su esfuerzo y, sobre todo, ofreciendo el mejor ejemplo: los grandes logros se consiguen pese a las adversidades. "¡Que no es ácido, que es agua!". Bendita agua, que decía Juan Pablo II cuando por un aguacero había que oficiar la ceremonia vaticana dentro de la basílica y no al aire libre de la Plaza de San Pedro. 

El Heraldo nos trae a los reyes magos y nos trae la lluvia que limpia la atmósfera para la gloriosa entrada de sus majestades. Las cartas de los niños no se mojan, nunca son papel mojado porque el heraldo las protege con su capa. ¡Que pedazo de mojá aguantó este Peña acostumbrado a la calle como los buenos periodistas! Llovió en la coronación de la Macarena en el 64, se empapó el Gran Poder en la célebre Madrugada del 74, y le cayó una manta de agua al Señor de Pasión aquel Jueves Santo del 98 con el inolvidable Antonio de la Torre de celador del último tramo de cera roja. Tuvo que llegar hasta la Catedral el nuevo cardenal de la Iglesia, Carlos Amigo, bajo el paraguas sostenido por el hermano Pablo aquella tarde de octubre de 2003. Se mojaron la carrozas de 1995 (que salieron de la Cartuja) y de 2003. ¡Si hasta llovió el pasado Jueves de Corpus!

Ayer se mojó de lo lindo un tipo que es todo corazón, currelante de trinchera, simpático a más no poder y generoso hasta alcanzar el grado de la esplendidez con tal intensidad que José Manuel sabía que si nos hacía falta su "¡Viva el Niño Jesús!", más todavía el agua para regar, aunque solo fuera por unas horas, los campos secos de esta Andalucía con temor a los pantanos cuarteados. Siempre cuesta arriba, siempre luchando, siempre sacrificando las horas de las principales fiestas para ganarse la vida. ¡Qué fuerza arrolladora empleó en la tarde de ayer, qué sonrisa de entusiasmo perenne en el rostro, que energías ha puesto durante meses para cumplir con la encomienda! 

Ayer estaba de protagonista principal en las televisiones locales y su propia voz grabada era la de los anuncios. Heraldo y locutor. No había mayor demostración de una forma de ser y de concebir el trabajo en su sentido cristiano: como fuente de bienestar. Como decía en privado el cronista del 66: valen los que saben tocar el piano con todos los dedos. Genio y figura, heraldo de reyes y trabajador de los medios, usuario del percal y de la seda, fino observador y de voz rasgada. Su mojá entra en las celebérrimas de la ciudad. Como los grandes.