Cristina Ybarra Sainz de la Maza

La dama de Portocarrero

  • Esta pintora se caracteriza por una serie de valores añadidos poco usuales y menos conocidos. Su obra cuelga de los salones de la aristocracia y de la burguesía. Encarna el glamour exento de ostentación

Cristina Ybarra

Cristina Ybarra / Rosell (Sevilla)

ENRIQUE Fernández Asensio era un empresario de la hostelería de Madrid que tenía porte de patricio romano y que ejercía de espléndido anfitrión en Sevilla en cualquier época del año. En su casa de la calle Reyes Católicos, donde Montesinos escribió El rito y la regla, en su casa del Rocío, o en la caseta de la calle Bombita, donde colocaron farolillos de luto el día de su muerte. En Madrid recibía a sus amigos de Sevilla con el entusiasmo de los mejores egoístas, que son los que riegan de atenciones a los demás para disfrutar ellos mismos. Una vez me confesó en Madrid, en las vísperas de la boda del Príncipe de Asturias con Doña Letizia: “Qué pena, ya no hay glamour, sino ostentación”.

En Sevilla hay señoras que son el ejemplo perfecto del glamour que jamás desciende a los sótanos de la ostentación. Hay quien le llama directamente clase. Otros lo reducen a eso tan complicado y sencillo como el saber estar. Cristina Ybarra Sainz de la Maza es pintora y muchas más cosas. Un alma inquieta, una polvorilla, una mujer que difícilmente cruza los brazos. Precoz, entusiasta, observadora y generosa. Atesora el glamour que añoraba aquel desaparecido empresario, el que atendió en su restaurante a las más altas esferas de Madrid y que conoció la Feria de los visitantes ilustres. El glamour de Ybarra está, sobre todo, en su forma de entender la vida. Lo mismo la ves en un reportaje del Hola posando para los fotógrafos con toda naturalidad y perfección, pues es de las que tiene un pacto con las cámaras, que paseando en bicicleta en vaqueros y con su inseparable perro.

Su físico y su forma de entender la vida están entre dos grandes personajes femeninos de la historia: Leni Riefenstahl y Tamara Lempicka. No soporta la ordinariez ni la vulgaridad aunque tenga que convivir con ellas en muchas ocasiones. La educación es esa capacidad para reprimir los primeros instintos de rechazo cuando se tiene delante a un grosero. Maneja la ironía con la misma habilidad que el pan de oro en sus lienzos.

Debe ser por la educación inglesa. Con la ironía es capaz de salir del paso de situaciones marcadas por la tensión. Estilo se llama. Es pintora de éxito, vive en una preciosa calle del centro y se ha estrenado como abuela joven y delgada, por lo que en una ciudad como Sevilla tiene todas las papeletas para generar envidia. Pese a todas estas circunstancias, sigue el consejo de los especialistas para luchar contra esa lacra que podría figurar en la heráldica de la ciudad: procurar no generar más envidia, hacer lo posible para pasar desapercibida.

Dicen que se movería con soltura en los círculos intelectuales de cualquier etapa de la historia. Hoy lo mismo está en el barco del duque de Alba que apreciando un cuadro en un mercadillo callejero. Su obra está marcada por una reflexión en torno a la naturaleza. Sus pinturas son muy texturadas, recuerdan a los trazos de los frescos venecianos de Tiépolo (1696-1770).

Su pasión son los dorados, los azules y los ocres. Arriesga con gracia con los formatos, con buen criterio de proporción. Muy suyos son los lienzos rectangulares y los tondos. Un día hace un retrato del duque de Alba, donde capta la profundidad de su mirada; otro un originalísimo cartel para la Esperanza de Triana, y al siguiente una colección de animales de alegres colores que dan vida a cualquier estancia: jabalíes voladores, carpas japonesas, loros, etcétera. El paisaje es un pretexto para hacer poesía con la pintura. Sus cuadros, de hecho, adornan salones de la burguesía y de la aristocracia. Pero no esperen que ella se lo cuente. Ni presumirá de éxito ni se regodeará en un supuesto fracaso. Hay quien asegura que esta artista tiene una sensualidad arrolladora que parte de un saber estar que también se reproduce en sus cuadros. “Cristina abruma a todos los varones acomplejados que se vienen arriba”.

Cuentan que procede de la rama más intelectual de los Ybarra, por lo que ha heredado una muy marcada preocupación por la conservación del patrimonio histórico-artístico. A su tenacidad se debe en buena medida la recuperación de una joya como el Palacio de Portocarrero en Palma del Río (Córdoba), que de las ruinas ha pasado a una suntuosidad que disfrutan sultanes y estrellas de Hollywood. Ybarra y su marido, Enrique Moreno de la Cova, han hecho de la recuperación y gestión del palacio un precioso proyecto a largo plazo. El palacio, como los grandes monumentos como la Catedral o el Real Alcázar, se autofinancia. Y eso ha costado mucho esfuerzo y casi ninguna ayuda pública. Cero subvenciones.

La vida es...

La vida es ilusión por un nieto. Son tardes de Martes Santo como anfitriona en los salones de casa al paso de la Candelaria. Son idas y venidas a Portocarrero. Es cultivar la amistad con regalos como naranjas y pomelos. Son paseos con Jacky por los Jardines de Murillo o Sotogrande. Es combinar de forma arriesgada ciertos perfumes de Santa María Novella. Cualquier día puede oler a Fracas de Robert Piguet, o fragancias de rosas, melograno, marescialla, etcétera. Es ser buena cocinera pero, una vez más, sin presumir de esa virtud. La vida es tener muy presente a Marañón: “Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir, y no dormir sin soñar. Descansar, es empezar a morir”. La vida es ser fiel a los rasgos del signo del horóscopo Aries. Y la vida es atender a los reyes de Holanda en la caseta del Aero con la publicidad justa. Ella, simplemente, estaba allí. No se lo contaron.

Sus allegados cuentan que ella se define como un Jaguar si fuera un coche, una bulería si fuera un baile, pan de oro si fuera una textura, o como un caballo pura sangre si fuera un caballo. Y quienes más la quieren tienen claro que es sencillamente un torbellino. Es cierto que, como se dice en Sevilla, curra tela. No para. Se impone nuevos objetivos como aprender a bailar tangos. Le encanta cantar eso de Mack the knife. Suele ser confiada con la gente, dada su buena fe. Si algo no le gusta o recibe críticas, pone la pose de estar muy por encima de las habladurías. Podría salir continuamente en todas esas galerías de la Sevilla mediocre. Ni lo busca ni lo rehuye. Sí es cierto que tiene acceso a las publicaciones más prestigiosas de ámbito internacional, como Point de Vue, que desconocen la inmensa mayoría de sus vecinos.

Orgullosa de sus antepasados. Cuesta mucho oírle hablar mal de alguien. Acaso hay que saber interpretar sus silencios. La vida es demasiado bella como para dar alpiste a los críticos. Siempre hay amigos a los que regalar naranjas, que son como el toisón de oro de su casa civil. Ybarra es una artista cargada de valores añadidos como ciudadana, como hija del tiempo que le ha tocado vivir. Un tiempo que huele a perfume, que sabe a cítricos y que tiene por delante retos apasionantes como dar vida a un palacio. Su mejor esfuerzo se concentra en una casa señorial que engrandece el patrimonio andaluz. Se ha ganado a pulso el título de Dama de Portocarrero cuando lo tenía todo para pasarse la vida de fiesta en fiesta, de sararo en sarao y de foto en foto. Arriesgó sin necesidad. Educación se llama.

Todavía es posible apreciar el glamour sin caer en la ostentación, aquella virtud que tanto apreciaba ese empresario bueno que se murió sirviendo a los demás.

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