DIRECTO Madrugá Sevilla en directo | Semana Santa 2024

El tiempo El tiempo en Sevilla para la Madrugada

Literatura y pensamiento

Varones ilustres y con prisas: el escándalo del Diccionario Biográfico

Andrés Sánchez Picón

Profesor de Historia Económica de la Universidad de Almería

La  creación de la Real Academia de la Historia (RAH) por una Real Cédula de Felipe V allá por 1738 respondía al intento de la nueva dinastía borbónica de aclimatar en España, bajo el patrocinio de la Corona, instituciones que promovieran el progreso cultural y científico. Desde su fundación la RAH se comprometió a la búsqueda de la verdad histórica: "desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia y conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido". El plan de trabajo bosquejado por aquellos primeros académicos incluía una sección que debería dedicarse al compendio de las biografías de los "varones ilustres"  que hubiese producido el país.

El cumplimiento de este y otros encargos se dilató en el tiempo más de dos siglos y medio, y hasta la firma de un convenio en julio de 1999 entre el Ministerio de Educación y la RAH para la redacción de un Diccionario Biográfico Español (DBE), no se puso en pie un plan destinado a abarcar aquel remoto propósito. La ocasión, en el comienzo de un nuevo siglo, parecía propicia. El género biográfico, denostado en la comunidad de historiadores profesionales unas décadas atrás, renacía en las postrimerías del siglo XX empujado por la crisis del enfoque estructuralista, el apogeo del giro narrativo y el renovado interés por las trayectorias individuales. Desde las más principales especialidades historiográficas (la historia política, la historia cultural, la historia económica y empresarial, incluso) se abordaban biografías, ya fuera de reyes, políticos, artistas, intelectuales, militares, parlamentarios o empresarios. Algunas biografías de estos personajes históricos, realizadas con rigor en el uso de las fuentes de información por parte de historiadores profesionales, conseguían el favor del público no especialista y se convertían en un atajo para la alta divulgación histórica. Objetivos, recursos, tanto humanos como materiales, y oportunidad parecían darse la mano para, nuevamente con el patrocinio real, culminar el afán de los académicos fundadores.

El equipo redactor, coordinado desde la Academia y en el que han participado unos 5.000 autores, ha culminado la mayor parte del trabajo en un tiempo extraordinariamente breve para una obra de estas características. En apenas una década ha estado en condiciones de ser presentada y el 26 de mayo de 2011, contando con la presencia de los Reyes, vieron la luz los 25 primeros volúmenes de un total de 50 que habrán de componer el Diccionario Biográfico completo. Parecía, pues, que se habían empleado de manera eficiente los cuantiosos recursos públicos (unos 6,3 millones de euros) con los que se había subvencionado la obra.

Sin embargo, el escándalo muy pronto emponzoñó esa rutilante presentación en sociedad. Una estruendosa tormenta de críticas que alimentó crónicas, reportajes y columnas de opinión de la prensa escrita nacional durante las siguientes semanas anegó los propósitos de la Real Academia de la Historia. Tanto asociaciones muy representativas de los historiadores profesionales, como otros a título particular, se pronunciaron con especial acritud respecto del contenido del compendio biográfico. En ese torrente de críticas cabía incluir las de algunos de los autores participantes en la redacción de las biografías, que llegaron a hacer público su lamento por las desdichadas decisiones que habían terminado contaminando una obra en la que, hasta el momento del escándalo, habían colaborado de muy buen grado. La principal piedra de escándalo era la biografía de un personaje tan destacado y controvertido en el siglo XX como el general Franco. Encargada a un medievalista como Luis Suárez, tan lejano en su especialidad académica del tiempo del biografiado, como próximo a la Fundación que lleva el nombre del dictador, el texto estaba salpicado por opiniones, más que hechos contrastados, que resultaban exculpatorias o comprensivas con la actuación pública del anterior Jefe del Estado. A pesar de que en las directrices remitidas a los autores de las más de 43.000 biografías  se extremaba el cuidado en evitar opiniones, en este caso, que dada la importancia del biografiado no cabe considerar menor, las indicaciones no habían sido atendidas y los mecanismos de supervisión, de existir, habían fallado clamorosamente. Con otros personajes del siglo XX y de comienzos del XXI, la RAH también optó más por la proximidad personal o ideológica, o por recurrir a los datos suministrados por los mismos interesados, que por la solvencia de los historiadores profesionales especialistas en la época o en el personaje.

Parece que las prisas (este tipo de proyectos en otros países avanzan con lentitud desde hace muchas décadas), poco aconsejables en materia de esta naturaleza,  han sido determinantes en la desatención a algunos gestos que ya son rutinarios en la práctica profesional de los historiadores (la revisión de los trabajos por especialistas, fundamentalmente). Pero tampoco podemos olvidar que el proyecto ha sido auspiciado por una institución que tanto en su composición como en sus procedimientos está muy lejos de la comunidad de historiadores y de su propia realidad social. Las declaraciones del director de la RAH  en medio de la polémica abonan esta impresión.  Gonzalo Anes, uno de los más importantes historiadores económicos españoles, un reconocido maestro  en el siglo XVIII, patinaba en su intento de justificar (?), echando más gasolina al incendio, la raquítica presencia de mujeres en la venerable institución que dirige "por las miles de horas dedicadas a criar a sus hijos y ser amas de casa". El malhadado debate ha hecho daño en muchos frentes. A los miles de autores que han colaborado en el DBE con solvencia y un respeto exquisito de las normas de estilo establecidas; a la propia Real Academia, que ha mostrado las vergüenzas de una institución necesitada de una urgente remodelación que justifique su existencia y el empleo de recursos públicos en su sostenimiento; y a la imagen pública del trabajo que hacen los historiadores, ensombrecida de nuevo por la sospecha de subjetivismo y parcialidad. O son los mismos al empezar que al acabar.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios