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Flamenco

Bailaores americanos

  • El tercer volumen de la historia del flamenco en Nueva York se centra en los bailaores nacidos en América

Roberto Ximénez en 1958.

Roberto Ximénez en 1958.

Esta es la tercera entrega que firma Jose Manuel Gamboa sobre la historia del flamenco en Nueva York. El libro se abre con el desembarco en España, venida de la Gran Manzana, de la compañía de La Argentinita, reconvertida en el Ballet Español de Pilar López, con los fenómenos foráneos de lo jondo llamados José Greco, Roberto Ximénez y Manolo Vargas, entre otros. La recepción de la crítica española fue nefasta señalando en dichos bailaores la influencia, nefasta asimismo, del ballet, que hacen extensibles a otros desembarcos como los renombrados regresos de Carmen Amaya y Antonio, todos ellos inevitablemente maleados por la influencia americana.

A José Greco, que fue en su momento el bailaor de flamenco más famoso del mundo, dedica un capítulo entero Gamboa. El bailaor ya dominaba la danza española cuando en 1941 ingresa en la compañía de La Argentinita. Después de bailar en España con Pilar López forma su propia compañía en 1948, tras completar su formación con El Estampío. En 1951 se presenta con enorme éxito en Estados Unidos. Después vendrían sus trabajos en Hollywood y en la televisión norteamericana, que le darían fama mundial. Manolo Vargas se incorporó, asimismo, en Nueva York a la compañía de La Argentinita en tanto que Roberto Ximénez, a pesar de que La Argentinita lo había solicitado en Nueva York, no se incorpora a la compañía hasta 1948, es decir, en España y cuando La Argentinita ya había muerto. Ximénez-Vargas, tras estudiar el primero en España con El Estampío y Enrique el Cojo, entre otros, forman su propio Ballet en 1954. Cuando la pareja se establece en Nueva York incorpora al elenco al argentino José Granero, con el tiempo el coreógrafo maestro Granero, autor de obras tan célebres como Medea (1984).

Otros artistas americanos que hicieron carrera flamenca en la Gran Manzana son Roberto Iglesias y Teresa y Luisillo. Estos últimos se incorporan en Nueva York a la compañía de Carmen Amaya y se presentan como dúo en Madrid en 1950, haciéndolo en su ciudad en 1954. Él es mexicano y ella neoyorquina pero ambos viven y trabajan en la Gran Manzana. Dos años después la pareja se separa y Luisillo presenta su propia compañía, instalándose finalmente en Madrid, desde donde recorrerá el mundo y descubrirá nuevos valores del flamenco como su propia hija María Vivó, Lola Greco, Joaquín Grilo o Antonio Canales.

Roberto Iglesias, por su parte, tras militar en la de Rosario y Antonio, formó su propia compañía en 1956 con un éxito arrollador, tanto en España como en Estados Unidos. Fue el primero en bailar la serrana. No obstante, el alcoholismo truncó su carrera en pleno éxito y propició un anticipado final. Otro neoyorquino de adopción fue el argentino Rafael de Córdova que debutó con su compañía en 1955 y fue otra de las grandes estrellas de la danza española nacida al otro lado del charco.

Carlos Montoya, que se asentó en Estados Unidos con La Argentinita, se hizo americano consorte y difundió el toque flamenco solista con giras anuales por todo el país.

En esta obra asistimos también al definitivo asentamiento de Sabicas en la Gran Manzana, al encuentro histórico del joven Paco de Lucía con el maestro navarro o a las primeras grabaciones del más tarde popularísimo Enrique Montoya que, asimismo con la guitarra de Sabicas, canta a lo flamenco, por vez primera, la poesía de Lorca. También contempló la ciudad de los rascacielos el debut de la joven Luisa Triana, venerable maestra asentada hoy a la vera del Guadalquivir. Contemplamos también el desembarco neoyorquino de Lola Flores y su famoso "no baila, no canta, no se la pierda" así como a La Terremoto en el Ed Sullivan Show.

Muy interesante resulta la reflexión que incluye el autor a propósito de la farruca señalando, tanto en su compás como en su coreografía, la influencia de la formación clásica y el origen de Massine y de los Ballets Rusos. Es decir que la farruca de El sombrero de tres picos influirá en la futura farruca flamenca pura tanto, o más, que la primitiva farruca hispana en la coreografía de Massine. Y advierte Gamboa aromas cosacos en ésta que pasa por nuestra farruca autóctona.

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