flamenco

Revoluciones femeninas

  • El próximo viernes sale a la venta el nuevo disco de Rocío Márquez, una de las cantaoras punteras de hoy.

Rocío Márquez en una actuación reciente en su tierra, Huelva.

Rocío Márquez en una actuación reciente en su tierra, Huelva. / Alberto Domínguez

Flamenco adulto y sin concesiones. De hoy, de siempre. Está Lorca, el granadino García, y La Argentinita y John Coltrane y el sevillano Manuel García y su famoso Polo del contrabandista. Está Marchena. Siempre. Y Antonio Chacón García y El Cojo de Málaga. Está la música contemporánea de Proyecto Lorca. La percusión de Antonio Moreno, premio El Filón al mejor instrumentista en Las Minas. Está la poesía contemporánea de María Salgado e Isabel Escudero y los deliciosos fandangos de Almonaster, extraños y familiares, marcianos, lunares, próximos. Está la temática social minera en levanticas y mineras mezcladas con las tonadas tradicionales asturianas En el pozo María Luisa, Santa Bárbara bendita y No hay carretera sin barro y los tangos En el fondo de una mina y Asturias. Están Falla y Albéniz. Hay alegrías y Teresa de Jesús. El seguiriyero Manuel Molina y Gato Barbieri. Hay cantiñas navideñas con cascabeles y coros polifónicos. Saetas y seguiriyas, caracoles de los emigrantes, manifestantes y manifiestos. La seguidilla de la Dulce tiranía y oficio de tinieblas. Hay la luz del primer rayo de Lole y Manuel.

Rocío Márquez tiene una dicción y una exquisitez para decir la poesía y la música tradicional maravillosa, para darle vida a este repertorio imperecedero que está medio sumergido. Hay candidez, dulzura, lirismo. También intensidad, oscuridad, tensión, convicción, solemnidad. Naturalidad. Intimidad, frescura, complicidad, calidez. Hay profecías apocalípticas y susurros entre las sábanas. Está la humanidad y el silencio. Hay amor y también desierto. Flow y rigidez. Peteneras y El vito. Se trata por tanto de una obra densa, rebosante de simbolismo y referencias cultas, como siempre en el caso de Pedro G. Romero, asistente artístico de Firmamento. Es una obra social y elitista, por culterana, al mismo tiempo. Popular y académica. Son tantas las sugerencias que lo de menos es que no haya guitarra, ni flamenca ni de otro tipo.

Se trata de una obra densa, múltiple, al mismo tiempo vanguardista y clásica

Se trata de una pequeña revolución en el cante, una revolución silenciosa, valga la expresión, de un arte que, también en lo vocal, reivindica el momento presente. Mayte Martín, Estrella Morente, Arcángel y Poveda recogieron el testigo de Enrique Morente, pero es la nueva generación la que se ha sacudido los prejuicios que aún existen en este arte, sobre todo en su dimensión vocal. La guitarra tuvo su revolución gracias a Paco de Lucía, un hombre valiente que conocía la tradición como nadie pero que estaba abierto a lo que el jazz y la música brasileña tenían que aportar a lo jondo. En el baile fueron Mario Maya y Antonio Gades los que cedieron el testigo, que habían tomado de La Argentinita-Pilar López, a Israel Galván, Eva Yerbuebana y Rocío Molina. Pero el cante, ¡ay, el cante! Al cante le cayó una losa en los años 50 y 60. El cante estaba "atado y bien atado". Pero en los 70 llegó la libertad y Lole y Manuel, Enrique Morente y Camarón. Recogen ahora el testigo artistas como Rocío Márquez y Rosalía, dos mujeres que, con esta revolución pequeña, hacen del cante jondo un arte familiar, próximo, inmediato, de cada día.

Las revoluciones pequeñas no son épicas ni pueden rodarse en cinemascope. Pero son las que perduran, así nos lo dice la historia. Márquez canta desde su formación académica, desde su conocimiento de la tradición chaconiana, marchenera, vallejista, morentiana. Y desde ahí, es una mujer de hoy, con los pies en la tierra y la cabeza por las nubes, en el firmamento, ya que recorre el mundo entero desde hace años como embajadora jonda. Como todos los flamencos, ¿verdad?, desde la primera guerra carlista. Y ¿cómo no cultivar, enriquecerse, con lo que uno va encontrando: poesía, armonía, organología, filosofía, melancolía, entropía? Como siempre. Más en una tierra, un arte, que fue puerto de gitanas, árabes, judíos, negros, americanas, orientales (recuerden el mantón de Manila y el abanico), francesas, italianos... En fin, que éste, siempre, ha sido un arte de encuentros, más que de muros. De revoluciones, sí. Pequeñas. En un tiempo de fronteras exacerbadas, de ellos y nosotros, ésta es la lección de lo jondo.

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