Felipe de Edimburgo, lealtad de consorte eterno
Fallecimiento en la Casa Real Británica
Felipe de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, fallecido a los 99 años, vivió un jubileo de zafiro de 65 años como representante máximo de la reina Isabel II y cerró su agenda en 2017
Llegó a definirse como el más veterano "descubridor de placas" del mundo. Más de 70 años de consorte en activo, es decir, toda una vida, daban para mucho aunque su labor fuera durante tanto tiempo decorativa. Felipe de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, Felipe de Edimburgo, fallecido este viernes tras varias complicaciones pulmonares y cardiovasculares que se le fueron agravando en el confinamiento, ejerció protocolariamente hasta el año 2017.
Hasta entonces, y desde que se desposara con la princesa Isabel en 1947, fueron 70 años de comparecencias oficiales. Se cifra en 22.000 actos de los que hizo presencia, de toda índole, visitas al extranjero, a veces delicadas en lo diplomático; inauguraciones, apariciones amables por colegios, hospitales y cócteles más o menos informales donde se le oyó algún comentario heterodoxo. Representaba a Buckhigham en 700 instituciones y su agenda estaba llena de comparecencias en representación de su esposa. Por los salones de su palacio vio pasar ministros de todos los colores, y por sus manos (qué tiempos aquellos del contacto humano) se apretaron las palmas de millones de paisanos y admiradores extranjeros.
Las conjeturas se desatan ahora sobre una próxima abdicación de Isabel II ante su viuedad, pero incluso en estas circunstancias sería precipitada la observación. El príncipe Carlos es el heredero de Gales que más años lleva en el banquillo. Su divorcio y más de una observación no vinieron a poner cómoda su sucesión. Ya en la propia serie de Netflix se contempla que su padre no lo tenía entre sus delirios familiares.
El príncipe de sangre danesa y alemana, emparentado con los zares, de abolengo heleno, nacido en 1921 en la idílica Corfú, isla griega frente a la exótica Albania, estuvo en más de cien países ejerciendo su representación. En un millar de ocasiones salió de las islas y en diez mil desplazamientos estuvo por el territorio insular, Reino Unido que adoptó poniéndose al servicio de sus fuerzas armadas en la Segunda Guerra Mundial, mientras todos sus cuñados, príncipes alemanes, servían al III Reich (primera frase que pronuncia Churchill en The Crown, donde más didácticamente se ha diseccionado al duque para conocimiento del gran público).
Era en ocasiones hosco, se le percibía de lejos su porte castrense, a veces desabrido, pero el pueblo británico no le puede reprochar, y aún menos a estas alturas, su sentido del deber y su actitud cumplidora. A día de hoy le pueden perdonar todas sus meteduras de pata, muchas de ellas veniales, y algún conato de tragedia como cuando pilotando un avión en 1981 estuvo a punto de colisionar con un Boeing en el aire. En la Guerra Fría le habría gustado visitar la URSS porque quería ponerle cara a los sucesores de los que asesinaron a parte de su parentela. La historia de Europa le corría por las venas. Es primo de la reina Sofía y primo segundo de don Juan Carlos.
Con vocación, se sentía británico hasta los tuétanos de unos huesos que le han mantenido firme casi hasta última hora, con sus 1,88 metros de complexión atlético, de juventud espartana y vida familiar infantil ingrata. Vivió un jubileo de zafiro, exactamente 65 años de principado consorte, 23.500 días al servicio de lo que él denonimaba en la intimidad, "la Empresa", la Casa Real, sí, la Corona. Traje, corbata y sonrisa ante el pueblo y la prensa. El cierre de su agenda en 2017 causó cierto estupor, y eso que los británicos ya tenía suficiente con el Brexit. la reina parecía quedarse sola, y aún tendrían que colear a partir de entonces varios conflictos añadidos para la imagen de la familia Windsor como las acusaciones de abusos sexuales del príncipe Andrés y la marcha a Estados Unidos de los duques de Sussex, con todo el revuelo de las críticas racistas hacia Meghan Markle. Él no fue el de los malos comentarios aunque muchos daban por hecho que tratándose de impertinencias, Felipe tenía las papeletas.
Su boda fue de lo más frugal que designaba la posguerra, con unos vestidos y una comida sufragada mediante cupones de racionamiento (todo eso marca, por supuesto) y cuando en 1947 se casó con la heredera del rey Jorge VI sabía a lo que estaba llamado. Eso no le impidió echar más de una cana al aire, cuando ni él mismo podía sospechar que acariciaría un centenar de velas, que hubiera soplado este junio.
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