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Allan Poe: locura y algoritmo

Con motivo de su bicentenario, la editorial Páginas de Espuma publica los 'Cuentos completos' de Allan Poe en la legendaria traducción que hiciera Julio Cortázar

Allan Poe: locura y algoritmo
Manuel Gregorio González

01 de febrero 2009 - 05:00

No es sólo que Borges, Baudelaire o un aterido Lovecraft provengan, directamente, de su pluma. Es también el planteamiento de una nueva orfandad, cuya naturaleza, cuyos límites, habrán de desplegarse en su breve y poderosa obra. Así, en Poe, el viejo terror gótico, espectral y almenado, dará paso a un temor más radical y genuino, el cual no es otro que el temor a nosotros mismos, a la fragilidad de nuestro raciocinio, y en suma, al doloroso abismo de la locura, la fiebre y el espanto. Bécquer, unas décadas más tarde, habría de darle forma perdurable a esta inquietud moderna; inquietud que sólo Freud, y antes Charcot, sitúan definitivamente en el terreno de la clínica y la terapéutica: "Llevadme por piedad a donde el vértigo/ con la razón me arranque la memoria./ ¡Por piedad!¡Tengo miedo de quedarme/ con mi dolor a solas!".

Por otra parte, en Edgar Poe se establece una ingeniosa urdimbre, un formidable mecano lógico, donde la realidad parece quedar atrapada y a la disposición de un perspicaz analista. Cualquier lector de Poe conoce sus Marginalia, donde el genio del norteamericano trasladó a la crítica, literaria o histórica, sus formidables capacidades analíticas. Sin embargo, es en tres de sus relatos, Los crímenes de la calle Morgue, La carta robada y El misterio de Marie Rogêt, donde el abrumador genio intelectivo de Edgar Poe se despliega como una solitaria antorcha sobre la oscuridad del siglo. En los dos primeros, se trata de una invención literaria; en el tercero, sin embargo, estamos ante la recreación (y tal vez la solución) de un crimen verídico. Los tres, en cualquier caso, vienen resueltos por C. Auguste Dupin, caballero francés aficionado a enigmas. No hará falta recordarle al lector que toda la literatura policial, que la singular figura del detective privado, nacen con la impertinente sagacidad y el melancólico entusiasmo de este morador del Faubourg Saint-Germain, a cuya imperturbable lógica se deben hallazgos tan felices como Sherlock Holmes (La aventura del hombre que se arrastraba es un explícito reconocimiento de esta deuda), o el cínico y expeditivo Sam Spade, aquel "Satanás rubio" que ideó Dashiell Hammett después de haber servido algunos años en la Pinkerton. Todos y cada uno de ellos tienen su origen indiscutido en monsieur Dupin; todos, de un modo u otro, han repetido el arquetipo de aquel monstruo analítico. Bien es cierto que alguien podría argüir que ya existían las crónicas policiales, o el famoso Tratado de la tolerancia de Voltaire (1763), donde el filósofo francés investiga unos crímenes religiosos, demostrando la absoluta inocencia de los ajusticiados. Sin embargo, Edgar Poe es el primero en trasladar a la literatura esta inquietud, esta perspectiva (la perspectiva del crimen y su resolución), y en exhaustivizar un método que aún tardaría mucho en llegar a los procedimientos criminológicos. Así, podríamos decir que Poe es, en gran medida, el inventor de la policía científica y la lejana sombra tutelar del género negro.

Ahora bien, cómo casan, cómo se relacionan estas dos novedades antagónicas: la locura y la razón, el sesgo esquizofrénico de sus relatos y la rigurosa articulación de un pensamiento inductivo. En Poe, estas dos magnitudes se entrelazan, no sólo en su obra; pero también, y principalmente, en el estremecido seno de su carácter. A los excesos de su personalidad, a su dilatada dipsomanía, a su honda y tenaz melancolía, Poe contrapuso, en cuanto ello era posible, la cuadrícula exenta de la razón, como un último asidero con el que sortear, con éxito, la locura. En cierto modo, la obra de Poe es la obra de una violenta oscuridad queriendo ordenarse, o el círculo trazado por la luz (una luz, sin dudas, poderosa), para ceñir la tiniebla creciente que anidó en su alma. He aquí la singularidad traumática que da origen a un genio malogrado: el horror y su método. Si Dupin era la claridad que elucida el crimen, el crimen fue la espesa noche que sedujo a Poe; una noche anterior a todo, más profunda y más vasta, y donde el hombre es sólo víscera y temblor, carne culpable, llama inextinta.

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