No todos los días uno va al teatro y se enamora. No todos los días fluye, como anoche, una corriente de alegría de vivir entre los intérpretes de una obra y el público que la recibe. Sanzol ha construido un hermoso juego shakespeariano en lo que, imagino, es la obra del año. Todos los títulos de las comedias del bardo inglés son nombradas en el denso, pero fresquísimo, texto escrito por Sanzol en el que, según él mismo confiesa, se ve la influencia de La Tempestad, de Noche de Reyes o de Sueño de una noche de verano, entre otras.

Sin embargo, la obra tiene personalidad propia, la recreación del lenguaje rezuma sabiduría teatral así como la construcción de la compleja estructura de la comedia que, prácticamente, recurre a todos los trucos que la dramaturgia pone al servicio de su director. El dibujo de sus personajes, que intercalan las técnicas del clown con interpretaciones más realistas, consigue el ansiado estado de gracia de sus seis actores, que trasmiten una comunión entre ellos y un público que llega a desternillarse de risa a medida que la obra va avanzando y el sentido del humor y el espíritu de la comedia en estado puro se adueña de la escena.

Confieso que el principio, con ese aburrido binomio entre la lucha de sexos, me hizo asustarme y creer que la pieza iba a caer en los indeseables tópicos sobre las diferencias entre hombres y mujeres. Pero, muy al contrario, la obra discurre por unos cauces que allanan este planteamiento y abre unas lecturas mucho más modernas y juguetonas.

Es necesario hacer mención de todo su elenco, maravillosos Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Juan Antonio Lumbreras y Eva Trancón, pero tengo que admitir que la ternura (el título de la obra) que transmite Javier Lara con su personaje inocente, sin prejuicios, el único que experimenta el amor por primera vez, resume, para mí, todo el espíritu de la obra de Sanzol.