Andreas Scholl & Divino Sospiro | Crítica

El canto noble

Andreas Scholl y Divino Sospiro en el Espacio Turina.

Andreas Scholl y Divino Sospiro en el Espacio Turina. / Aníbal González (Femás)

A punto de cumplir 55 años, el célebre contratenor alemán Andreas Scholl demostró conservar una estupenda forma en un programa marcado por el patetismo. Desde la cantata arcádica de Vivaldi que abría el concierto al "Agnus Dei" de la Misa en si menor de Bach que sonó como propina, el dolor, la melancolía y la contrición se afirmaron en una velada en la que el conjunto portugués Divino Sospiro lució una cuerda bien empastada, un bajo continuo algo líquido y un buen trabajo en las progresiones dinámicas y las articulaciones, ajustadas siempre a las necesidades de la voz y el sentido expresivo de los textos.

Scholl nunca ha destacado ni por la potencia de sus medios ni por el fiato, así que en un programa como este, en el que las agilidades eran escasas y se imponía la expresividad a la exhibición de florituras, el cantante alemán pudo mostrar la nobleza de su canto, apoyada en un registro homogéneo (algún cambio de color puede entenderse como claramente expresivo, así como el recurso ocasional a su voz natural) y en su elegantísima forma de decir, tanto en las partes declamadas como en las líricas. Los recitativos más dramáticos resultaron especialmente sugestivos: ese “che Dorilla inumana non annida” del segundo recitativo de Cessate, omai cessate o prácticamente toda la recitación del Filiae mestae, de hondo cromatismo, especialmente con un inspiradísimo final (“At dum satis”) que se fue desnudando hasta quedar el acompañamiento solo de laúd y violonchelo.

Massimo Mazzeo midió bien siempre el volumen de la orquesta, y el concertino Stefano Barneschi dejó detalles de gran clase (su variación ornamentada en el da capo del primer aria de la cantata de Vivaldi fue inolvidable). Sin embargo, las piezas puramente instrumentales quedaron un punto por detrás: el arranque de la Sonata vivaldiana resultó un prodigio de planificación dinámica, pero el Allegro perdió de repente todo su relieve, algo que puede también decirse de las dos planas sinfonías de las cantatas bachianas con un Pedro Castro al oboe al que he escuchado en mejores actuaciones.

Como plato fuerte de la noche Ich habe genug acabó imponiéndose por su mezcla de hondura penitencial (el aria de apertura) y dulzura (“Schlummert ein”).

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