Anne Teresa de Keersmaeker

40 años componiendo movimientos

  • Desde su primera visita, en 1992, la creadora belga se ganó la admiración de los aficionados sevillanos

Una imagen del primer espectáculo de la compañía, 'Rosas danst Rosas'

Una imagen del primer espectáculo de la compañía, 'Rosas danst Rosas' / Sadler's Wells

El arte es sin duda uno de los bálsamos que nos ayudan a vivir, especialmente en esos momentos difíciles en los que cuesta mantener la confianza en nuestros semejantes. Escuchar una buena música, ver a una buena actriz (o actor) o leer un buen libro, amén de proporcionarnos momentos de auténtico disfrute, nos devuelve la fe en la capacidad creadora -y no solo destructiva- del ser humano.

Luego está la cuestión del gusto personal, de aquello con lo que nos identificamos, nos evadimos, nos emocionamos… De ahí que esperemos con ilusión la nueva novela de nuestro autor o autora favorita, o el último espectáculo de una de nuestras bailarinas fetiche.

Para muchos aficionados a la danza contemporánea -entre los que me incluyo- Anne Teresa de Keersmaeker (y su grupo Rosas) es una de esas artistas de culto que nos ha acompañado, jalonando, pieza tras pieza, las diferentes etapas de su trayectoria y, al mismo tiempo, la de nuestras vidas.

Todo empezó en la década de los 80, al término de su formación académica, primero en la escuela Mudra que fundara en Bruselas Maurice Béjart, y luego en Nueva York, donde conocería, entre otros, a Steve Reich, uno de los pioneros de un movimiento denominado minimalismo, que se convertiría en uno de sus grandes colaboradores. Su música daría lugar a coreografías como la delicada Piano Phase, la brillante Drumming o la emblemática Rain.

Una instantánea de 'DRUMING', con música de Steve Reich. Una instantánea de 'DRUMING', con música de Steve Reich.

Una instantánea de 'DRUMING', con música de Steve Reich. / Herman Sorgeloos

Fue a su regreso a Bruselas cuando la coreógrafa realizó su primera gran coreografía: Fase, four movements to the music of Steve Reich, una pieza que ella misma bailó con su compañera Michéle Anne De May en 1982. Pero sería la música de otro minimalista, Thierry de Mey, la que sirvió de base un año más tarde para la rompedora Rosas danst Rosas, la obra que supuso el nacimiento de la compañía -exclusivamente femenina durante varios años- Rosas y de su idilio con muchos aficionados españoles, tras su paso por Granada.

La conquista de Sevilla, sin embargo, no se produjo a través del minimalismo sino de un autor tan universal como Mozart. Fue durante la Expo’92, en un recién estrenado Teatro Central, con su inolvidable coreografía Mozart/Concert Arias, un moto di gioia. En el escenario, tres cantantes líricas y 40 músicos acompañaban a los bailarines.

Desde entonces, ATDK, a veces muy cercana al movimiento de teatro-danza que había nacido en Europa de la mano de Pina Bausch, ha demostrado siempre que la música, con su estructura y su alma, es el auténtico motor de su arte, y ha puesto movimiento -sin repetir jamás una fórmula- a compositores tan diferentes como Beethoven, Monteverdi, Bartòk, Schömberg, Ligeti, Webern o Alban Berg.

También se ha acercado con pasión al jazz, como vimos en Bitches Brew, un fantástico trabajo de improvisación con 13 bailarines a partir del mítico álbum de Miles Davis; o en A Love Supreme, creada a partir del legendario álbum de John Coltrane (1964), que pudimos ver en este mismo teatro en diciembre de 2018. Incluso se atrevió a dialogar con su danza, en un austero solo titulado Once –también presentado en esta ciudad-, con la voz aterciopelada de la cantante pacifista Joan Báez.

Su danza, de una geometría casi matemática, surge del corazón mismo de cada partitura musical

Entre todos estos compositores, sin embargo, hay algunos cuyo misterio no ha dejado de inspirarla jamás. Y entre ellos, ocupando un lugar de honor, tal vez junto a Reich, se encuentra Juan Sebastián Bach.

Desde su primer encuentro en aquella primitiva Toccata de 1993, la creadora flamenca ha regresado en siete ocasiones al compositor alemán. Zeitung (2008) supuso un punto de inflexión en su carrera y el comienzo de una fructífera colaboración con el pianista Alain Franco. Tanto es así que, diez años después, Kersmeiker sintió la necesidad de realizar una nueva versión para ocho jóvenes bailarines que llamó Zeitigung. Entre ambas versiones coreografió Partita 2 junto a un violinista y Mitten wir im Leben sind/Bach6Cellosuiten, con un violonchelista en escena.

En los dos últimos años, tras cuarenta dedicados a la danza como bailarina, como coreógrafa y al frente de su prestigiosa escuela de coreografía P.A.R.T.S., Keersmaeker ha regresado a la fuente inagotable de Bach. En 2018, con una versión para 18 bailarines de distintas generaciones de Rosas, los seis Conciertos de Brandemburgo –un fantástico espectáculo que los aficionados sevillanos le pedimos a los Reyes Magos sin haber obtenido aún respuesta alguna- y este solo, probablemente el último de una bailarina que ha cumplido ya los sesenta, en el que la flamenca, mano a mano con su pianista, se sumerge con deleite y con la peculiar geometría, casi matemática, de sus movimientos, en el corazón y en el flujo continuo de las Variaciones Goldberg de J.S. Bach. El sábado y el domingo, a las 12:00, en el Teatro Central.

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