Es bien conocida la delicadeza de las cuerdas de tripa en ambientes abiertos de temperatura y humedad variables. Tienden a perder tensión con facilidad, con el consiguiente cambio de color y de entonación. Si a ello se le añaden los intensos focos, el riesgo se acentúa. Y, por último, la amplificación no acaba de casar bien con el sonido de las cuerdas de tripa, tiende a metalizarlo y hacerlo estridente en las franjas superiores, desvirtuando así el balance global del empaste del grupo. Así ocurrió en varias ocasiones en este concierto a cargo de tres espléndidas intérpretes afincadas en Sevilla desde hace años y habituales en la programación musical sevillana, sobre todo en lo que a música antigua se refiere.

El programa era atractivo, con tríos de cuerdas del Clasicismo desde Mozart al joven Beethoven. Mozart quedó fascinado con la música de Bach cuando la conoció de manos del barón van Swieten en Viena y se lanzó a una serie de transcripciones que le permitieron profundizar en el contrapunto. El Adagio y fuga KV404a/v procede del Largo y Allegro de la triosonata para órgano BWV 526. El preludio comenzó con claros problemas de homogeneización del sonido global, con dispares intensidades en el fraseo y desigualdades tímbricas importantes que se suavizaron algo en el segundo movimiento, del que cabe reseñar la claridad en la conducción de las voces.

Puente entre Mozart y Beethoven, Johann Nepomuk Hummel fue alumno del primero y amigo del segundo, si bien su música no puede competir con tales vecindades. El Artemisia ofreció una versión ligera y movida de su trío, con alegría en los ataques y una articulación picada muy apropiada. Mayor densidad de sonido se pudo apreciar con el segundo de los tríos de la op. 9 de Beethoven, una obra optimista y feliz, sin las tensiones y las sombras del tercero. Aquí las tres intérpretes se instalaron en un fraseo vivaz, ágil, de arcos cortos y rico en sforzandi, consiguiendo doblegar por momentos los problemas del sonido conjunto.