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ROCK'N'ROLL ATTITUDE | Crítica

Todas las músicas son rock and roll

  • El festival 'Rock'n'roll Attitude' cambió su habitual ubicación de la sala Malandar para celebrar una edición especial dentro del ciclo 'Pop Caac' en el monasterio de la Cartuja.

Andrés Herrera y Raúl Fernández

Andrés Herrera y Raúl Fernández / Ángela Oliva

Rock'n'roll Attitude es un festival que se celebra casi cada mes en la sala Malandar y que en la noche del viernes tuvo una edición especial, formando parte del ciclo Pop CAAC, compuesto esta vez por La Big Rabia, Zaguán, Pájaro y Guadalupe Plata, un póker de grupos variopinto en su concepción musical, pero todos con esa actitud rockera que se manifiesta en forma de interpretaciones sin frenos, trabas ni prejuicios de ninguna clase aunque en sus etiquetas estilistas puedan leerse conceptos tan diversos como bolero, rock andaluz, swing y blues-rock.

Con su voz profunda y lenta, espesa, y su guitarra, Sebastián Orellana nos conmovió al inicio de la velada. Desgranaba un poema partiendo de los ritmos y los tiempos del bolero, creativo y respetuoso a la vez. Con Iván Molina, a la batería, estos dos chilenos afincados en Sevilla que son La Big Rabia desbordaron imaginación, técnica y sensibilidad; mucho más contenidos en canciones de medido lirismo, como Marfil o Por ella, que cuando se dejaban arrastrar en los rocks más directos, como Cuando el sol cae sobre los cerros, por esa actitud antes mencionada.

La propuesta musical de Zaguán es el intento más serio por revalorizar algo que muchos consideran un patrimonio artístico de gran categoría como es el rock andaluz, una escena que actualmente subsiste de una manera un tanto precaria y marginal. Por eso es meritorio que en un género poblado solo por músicos supervivientes de los buenos tiempos, Zaguán logren que no pierda su esencia primitiva con conciertos como éste, en el que dieron de lado las reinterpretaciones de Triana que le han dado la fama, para centrarse en composiciones propias más comprometidas como Pasión, una pieza de su versátil guitarrista Rafael Carrique, que son las que hacen de ellos una banda de interés.

Cuando los componentes de Pájaro subieron al escenario rayando la medianoche, el público ya llenaba el recinto. Y la banda volvió a triunfar entre esa inmensa minoría cada vez más poblada por seguidores jóvenes que por los veteranos que la veneraban por asociar su nombre al recuerdo de Silvio. Y eso lo va consiguiendo porque el arte de Andrés Herrera, aun siendo el de siempre, ha sabido ubicarlo en el tiempo que nos ha tocado vivir. Sus conciertos no tienen más secreto que el de decir las cosas como él las ve, y el modo de transmitir esa visión tiene el poder de atrapar tanto a los que se saben la letra de Tres pasos hacia el cielo porque la han oído durante muchos años, como a los oyentes vírgenes de recuerdos que miraban alucinados al escenario mientras Andrés, Raúl Fernández y Paco Lamato construían un impenetrable muro de acordes de guitarra que le daba a esta canción una profundidad y fuerza mayor de la que nunca tuvo. Un inesperado fallo que les dejó sin sonido, les privó del apoteósico final merecido, pero remontaron con ese A galopar que les hace alcanzar el cielo para rendirse ya en él.

El de Guadalupe Plata fue un concierto creíble y arrollador en el que Perico de Dios nos impactó con sus mensajes tan esquemáticos como la batería y los bajos de sus compañeros; gritos agudos como los de las serpientes, ratas y gatos a los que nombra, expresándose con su voz en la misma forma que con su guitarra, con golpes directos que hacen que sus piezas no tengan la estructura habitual de las canciones y por eso en ocasiones como en el inicio que hicieron de Demasiado, con los tres músicos inmersos en sus partes instrumentales, es difícil discernir si ya están interpretando la pieza o todavía afinando.

 

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