Cultura

Aventuras espaciales con gotas de humor

  • Cristóbal Quintero muestra una serie de pinturas coloristas y lúdicas, llenas de bifurcaciones fecundas, que no debería perderse ningún buen aficionado

Dicen los expertos que la perspectiva se aplica a la pintura gracias a los arquitectos. La célebre caja con que, según sus biógrafos, Brunelleschi construyó por primera vez una perspectiva central, mostrando además su estructura, suele decirse, surgió de su reflexión sobre los planos de algunas de sus obras. Cristóbal Quintero (Pilas, Sevilla, 1974) abona e invierte en cierto modo esta relación entre pintura, perspectiva y arquitectura, presentando en esta exposición cuadros que recogen en su superficie edificios completos. Ya había mostrado trabajos que iban en esta dirección en la muestra que en febrero de 2011 organizaron jóvenes artistas de diversos lugares del país que se dieron cita en un piso madrileño cuya dirección, Gran Vía, 67, sirvió de título a la exposición. Las obras que ahora cuelgan en Birimbao parecen más ambiciosas y sobre todo señalan algo que en una colectiva no suele quedar claro: que las piezas componen una serie. Iniciada quizá como el proyecto de pintar espacios donde transcurre la vida en el transcurso de las horas del día, las ideas terminan apareciendo y provocando desvíos y bifurcaciones fecundas.

Puede que, como dice el autor, en el breve catálogo que puede consultarse en la página web de la galería, la idea inicial partiera de encerrar en el cuadro un solo edificio con todas sus dependencias: surgen así obras de especial complicación espacial como Museo, Biblioteca o Jornada en la fábrica, que además poseen la frescura de la narración. Pero sin duda Estudio tiene un eco poético mayor: la habitación se extiende por buena parte del lienzo, la calle, luminosa, queda en un margen, mientras en el interior del estudio, teñido de un frío azul, la luz se limita a dos franjas cenitales; caen y subrayan el vacío del lienzo que parece magnetizar la atención de un pintor sentado en inquieta postura. Un hábil juego de escalas ensancha el estudio como si enfatizara la desazón del pintor. El tema no es nuevo pero está bien resuelto.

Hay otra reflexión sobre la pintura, Paisaje, una pieza vertical, no demasiado frecuente para una vedutta. Pero el formato se justifica por el tratamiento del tema. Una ciudad vista desde arriba ocupa el plano primero y más bajo de la vista (no del cuadro). La calle que zigzaguea entre los edificios desemboca en el campo y allí a lo lejos aparece el pintor al que en realidad habíamos visto ya porque las punteras de sus zapatos ocupan, esta vez sí, el plano inicial del cuadro. La circularidad es sugerente y parece bañada de cariñosa ironía hacia el pintor plein-air, puesto que el calzado de Quintero, dice el cuadro, pisa el confortable suelo del estudio.

Quintero es un gran colorista y el aficionado que se precie debe por un momento obviar los juegos espaciales para observar las tintas rosas en Museo, la gama azul-roja en Jornada en la fábrica y la sensualidad, con ciertos ecos de Hockney, de Fórmula I y Carretera. Pero no debe olvidarse otro integrante de su poética, el humor. Da fe de ello un cuadro de breve dimensión y extenso título: Diáfano. Todo exterior. Hace esquina. Centro. Más que un piso, parece un local de oficinas, una pesadilla, en cualquier caso, para propietario, inmobiliaria o agencia de ventas, que aparece aquí vacío y silencioso, en tonos grises que velan y dejan transparecer un denso trabajo de color. Hay también humor en Carretera: los pliegues de la superficie asfaltada, con un cuidado estudio de escalas, acogen la más diversas actividades: autobuses, corredores de fondo, ciclistas, solitarios y paseantes, pero de repente, la carretera termina, cesa, desaparece y lo hace en un promontorio cortado a pico sobre el mar: ¿descuido de la administración, recorte ofrecido (caiga quien caiga) a los inversores y a exigencias europeas, o síntoma de caducidad?

Son estos algunos de los desvíos que dan a esta exposición una particular vivacidad. Quintero es uno de esos autores que parecen convencidos del valor del ejercicio de pintar. Recuerdo su exposición en esta misma galería en el año 2007 (una larga meditación sobre el viaje), su contribución, el verano siguiente, a la colectiva El hombre delgado (un episódico romance en una piscina), en la excelente galería -hoy desaparecida- Suffix. En ambos casos quedaba clara su solvencia técnica y su gusto por la pintura, y también su propensión a una narratividad que no termina en el cuadro porque es el espectador quien ha de consumarla. En la muestra actual hay más atrevimiento: se advierte en las alternancias de planos, el empleo de diversas ideas de dibujo, la inclusión de recursos que recuerdan al cine y al cómic, y sobre todo la versatilidad del color. Todo eso contribuye a la solidez de su propuesta en una exposición que no debe perderse ningún buen aficionado.

Cristóbal Quintero. Birimbao Arte Contemporáneo (calle Alcázares, 12), Sevilla. Hasta el próximo día 15

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