Mañana domingo cumple Johann Sebastian Bach trescientos treinta y seis años. No es mál número, la sucesión 3-3-6, con sus simbolismos tan caros al genio de Eisenach. Y para celebrarlo, como en las ediciones pasadas, el Femàs ha programado un fin de semana cuajado de conciertos con la obra del cantor de Leipzig como eje y centro del universo musical.

Tras el festín preparado por la mañana por Café Zimmermann (como pueden comprobar por la crítica vecina de mi compañero), la serena belleza y el disfrute reposado de un recital a cuatro manos a cargo de dos de los mejores clavecinistas españoles del momento. Con dos copias prácticamente idénticas de un mismo original Ruckers y con idénticos virtuosismo y -lo que es aún más improtante- musicalidad, ambos artistas ofrecieron un programa poco habitual, dada la escasez de literatura para dos claves.

Las piezas de Johann Mattheson recibieron de manos de Prego y Ares un exquisito tratamiento en lo referente a la claridad en la exposición de las voces, perfectamente equilibradas, sobresaliendo el juego de colores me diante el uso de los registros en la Sarabande de la suite en Sol menor, una obra que recibió un fraseo netamente francés gracias a la incisividad de los ritmos punteados y de las apoyaturas.

Para el concierto de Wilhelm Friedemann Bach ambos clacevinistas se enfundaron el estilo más netamente Empfindsam, con fraseo galante, generoso rubato y ricas ornamentaciones, sobre todo en el bellísimo Andante. Y tras dos breves piezas a solo, el concierto BWV 1061a fue una exhibición de precisión y conjunción inacabable. La melodía pasaba de manera fluida de un clave a otro, especialmente en el Adagio, mientras que en la fuga final las voces se superponían de manera clara y armoniosa unas sobre otras en una corriente infinita de musicalidad y belleza.