No hace dos meses siquiera que hablamos aquí con él. Unos días después se celebró la fiesta de bienvenida de nuevo de Benito Peinado a la escena musical sevillana. Se reunieron un centenar de amigos suyos, tanto delante de un escenario como encima de él, donde el propio Benito se unió a todos los grupos que actuaron recreando sus antiguas canciones. ¡Qué feliz se le veía! Nadie podía imaginarse esa noche que aquella fiesta iba a ser también una despedida.

El destino se muestra muy sarcástico a veces. Cuando Benito dejó atrás los grandes éxitos conseguidos con Dulce Venganza, apartándose de los focos y dejando en un cajón el nuevo disco que grabó, su desaparición fue motivo de muchos rumores, uno de los más extendidos el de su fallecimiento. Y ahora que de nuevo aparecía, la leyenda urbana se convierte en realidad. Su muerte, acaecida en la mañana del día 7, es el colofón de la existencia de un músico que siempre transitó por tortuosos senderos.

Desde 1977 a 1991 Dulce Venganza grabó casi una decena de discos, cuatro de ellos LPs, y por la banda pasaron muchos de los mejores músicos de nuestra ciudad, respaldando la voz de Benito, que lo mismo nos cantaba sobre el trasero de Joan Collins como nos advertía de cómo el caballo nos daba tragantones mortales. Sus conciertos eran manifestaciones musicales increíbles, llenos de buenísimas canciones que iban desde el alegre sonido disco de la década anterior hasta el hard-rock, descontrolándose a veces en un caos sonoro pleno de desvaríos y diversión.

Paco Trilita, empeñado en reivindicar su figura, nos lo devolvió hace pocas semanas con la edición en su sello, FA20XXI, de las canciones que cogían polvo desde que se grabaron en el 93, Las pistas perdidas de Dulce Venganza, unidas al estreno de Benito como escritor con Las cosas nunca son como uno quiere que sean, un libro casi biográfico, de aventuras que, si no propias, sí que merecerían serlo. Cuando alguien se va nos deja un recuerdo en el pensamiento, Benito Peinado nos lo ha dejado también en las manos.