BIENAL DE FLAMENCO

Los ecos de Carmen Amaya invaden a Olga Pericet

  •  Premio Nacional de Danza y flamante ganadora de los Max, la cordobesa presenta en el Lope de Vega 'Un cuerpo infinito', su último y espectacular trabajo inspirado en la leyenda de la bailaora catalana

Pericet durante el ensayo general de 'Un cuerpo infinito'

Pericet durante el ensayo general de 'Un cuerpo infinito' / Paco Villalta

Poco a poco, paso a paso, Olga Pericet ha ido encontrando su lugar en el cuadro de honor del baile flamenco y, por supuesto, en su mayor escaparate que es la Bienal. Un lugar merecidísimo, pues en ella se conjuga el conocimiento de la tradición, una técnica impresionante y una personalidad única, amén de una gran imaginación y un notable talento coreográfico. Así lo consideraron quienes, tras muchos otros reconocimientos, le concedieron en 2018 el más alto galardón de nuestro país que es el Premio Nacional de Danza.

Frente a la cerrazón de una gran parte del mundo flamenco, esta bailaora cordobesa forma parte de ese grupo de artistas, generosos y trabajadores incansables, que han estudiado a fondo el flamenco de raíz para lanzarse luego sin prejuicios a experimentar lo que sus mentes del siglo XXI no solo les pide sino que les exige, pasando del reducido espacio de los tablaos a la magnificencia del Sadler's Wells de Londres o del City Center de Nueva York con el mismo nivel de autoexigencia y de disfrute.

Amante de colaborar con otros artistas, a Pericet la hemos visto bailar, entre otros muchos, junto a Rafaela Carrasco, Belén Maya (en Bailes alegres para personas tristes), el Nuevo Ballet Español, Rafael Amargo, Arrieritos e incluso con la bailarina de contemporáneo Teresa Nieto. Sus colaboraciones más fértiles, sin embargo, serían la que entabló con Manuel Liñan -con el que crea Cámara Negra en 2005-, y especialmente con Marco Flores y Daniel Doña, con quienes fundó en 2006 la compañía Chanta la Muy -nombre de su primer espectáculo-, con la que ha girado por el mundo durante más de diez años.

Ya en solitario, Pericet estrenaba en 2010 su primer y hermoso trabajo Rosa, Metal y Ceniza y, tras un camino cada vez más arriesgado, con títulos como Pisadas o La espina que quiso ser flor o la flor que soñó con ser bailaora, el año pasado estrenaba su espectáculo más ambicioso desde el punto de vista teatral. Se trata de Un cuerpo infinito, que llega esta misma noche a la Bienal tras procurarle el Premio a la Mejor Intérprete Femenina de Danza en la última edición de los Premios Max de las Artes Escénicas, donde la coreografía estaba también nominada a Mejor Espectáculo de Danza.

La obra, estrenada en mayo de 2019 en los madrileños teatros del Canal, ha contado con el asesoramiento dramatúrgico de Roberto Fratini, el acompañamiento coreográfico de Marco Flores, Rafael Estévez y Valeriano Paños y la dirección escénica de Carlota Ferrer. Un gran equipo para afrontar el difícil reto de adentrarse en la persona y en el mito de Carmen Amaya.

La obra cuenta con el acompañamiento coreográfico de Marco Flores, Estévez y Paños

Según su protagonista, Un cuerpo infinito no pretende emular la vida o el repertorio de la bailaora catalana, realmente única, sino utilizarla como material creativo para dialogar con ella -y con su espectro- en distintos momentos de su existencia. El espectáculo no sigue ningún orden cronológico porque, como dice la física cuántica, el tiempo no es más que una ilusión.

Lo que propone Un cuerpo infinito es un viaje circular en el que, gracias a la imaginación del tándem Pericet/Ferrer y, sobre todo, a la inmensa versatilidad de la bailaora, van surgiendo encuentros y atrevidas escenas que nos remiten, por ejemplo, a la etapa hollywoodiense de Amaya, o a su dolor físico; a esos dolores que la bailaora sufría en las caderas y en las rodillas, además de esa insuficiencia renal que la fue matando baile tras baile y que Pericet logra expresar con una verdad realmente impresionante.

Otro pasaje de 'Un cuerpo infinito'. Otro pasaje de 'Un cuerpo infinito'.

Otro pasaje de 'Un cuerpo infinito'. / Paco Villalta

La pieza se presenta pues con una libertad escénica absoluta, pasando de la bata de cola a la escafandra, tan necesaria para transitar por los paisajes lunares; de los ritmos flamencos -con su garrotín, su farruca, sus proverbiales alegrías o ese taranto recién bautizado- a las canciones que sonaban en Cuba o en Hollywood cuando la bailaora catalana, con la ayuda del empresario Sol Hurok, se convertía en la reina del mambo.

Esa libertad y ese derroche de imaginación han hecho que algunos flamencos tachen de heterodoxa a la creadora. Un calificativo que, como ella misma declaró en una ocasión "no me disgusta porque a mí me inspira lo heterodoxo. Pero me gusta agarrarme a la raíz". Por encima de cualquier adjetivo, sin embargo, el espectáculo refleja el estado actual -de cuerpo y de alma- de Olga Pericet. Porque, como dice Roberto Fratini, "Olga comenzó buscando a Carmen Amaya y acabó confundiéndose con su propio reflejo en el espejo".

En el escenario, arriesgándolo todo también, acompañan a Pericet los cantaores Miguel Lavi e Inma La Carbonera, la guitarra de Antonia Jiménez, aquí con la difícil tarea de recordar a Sabicas y a Niño Ricardo, la trompeta de Jorge Vistel, la percusión de Paco Vega y un cuarteto coral de voces líricas. Este jueves 1 de octubre en el Teatro Lope de Vega a las 20:30. 

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