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JANINA FIALKOWSKA | CRÍTICA

Necesidad de darle voz al silencio

Janina Fialkowska

Janina Fialkowska / D.S.

Canadiense de ascendencia paterna polaca, discípula nada menos que de Arthur Rubinstein y curtida especialmente en la música de Liszt (cuyo tercer concierto tuvo el honor de interpretar por vez primera tras su descubrimiento) y de Chopin, Janina Fialkowska es solista habitual con las mejores orquestas europeas y norteamericanas merced a una técnica solidísima que, sin aspavientos ni fáciles concesiones al espectáculo vacío, hacen que observar el discurrir de sus manos por el teclado se convierta en una lección de precisión y de agilidad. En ese sentido nada pudo reprochársele en su recital sevillano, con momentos de gran brillantez en los finales del Scherzo op. 39/3 o de la Balada op. 52/4 de Chopin.

En cambio, en materia de expresión y de profundización en el espíritu de la letra no podemos mantener el mismo entusiasmo. Especialmente en la parte francesa del programa, mostró una clara tendencia a un fraseo precipitado, poco reflexivo, sin los necesarios acentos y sin dejar respirar a las melodías (caso de las dos piezas de Debussy, por ejemplo) a través de unos silencios que fueron prácticamente obviados. La variedad de colores que demandan las obras descriptivas de Debussy (Poisson d’or y Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir) exige una mayor paleta de dinámicas, sobre todo por debajo del mezzoforte, de las que Fialkowska puso sobre el tapete en sus versiones.

Salvo en un poco meditado Scherzo, las piezas de Chopin sí que sirvieron para demostrar la afinidad de la artista, cuyas versiones rehuyen del excesivo rubato y pintan un Chopin vivo y animado, con la languidez imprescindible.

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