TOMMASO COGATO | CRÍTICA

Jardines galantes

Tommaso Cogato

Tommaso Cogato / Actidea

Nadie como Claude Debussy supo convertir el sonido en vehículo de evocación y de sugestión con tal fuerza magnética. Imposible refrenar la imaginación cuando comienzan a desgranarse sus notas, por momentos melodías, por momentos auténticas representaciones sonoras de efectos y fenómenos naturales. Y mucho menos en un entorno tan propicio como los jardines del Alcázar sevillano, perfecto escenario para pensar en las Fiestas galantes de Verlaine sobre las que pivotaban algunas de las piezas seleccionadas por Cogato para su sensacional recital al límite mismo del mes de agosto.El pianista italiano confeccionó un programa lleno de bellezas, de brillos, de reflejos, de iridiscencias, de luces y de sombras entrevistas en la lejanía; de ensoñaciones geográficas y de recreaciones musicales de ambientes lejanos, más soñados que vividos. Nada mejor para la personalidad de este artista tan atento al detalle como a la visión global de las obras y tan dotado para transmitir al oyente toda la belleza de estas obras maestras.Abrió la sesión con las dos Arabesques, en las supo sortear el peligro de un fraseo excesivamente blando que desvirtúe la frágil naturaleza de estas piezas, merced a una articulación enormemente clara en la que cada nota de los pasajes más rápidos era fácilmente identificable y recibía el peso exacto en la expresión global. Aquí, como en todo el recital, el sabio uso del pedal permitió la emergencia de un amplio espectro de colores, que alcanzaron su máxima expresión en Les collines d’Anacapri. Pagodes se benefició de una pulsación matizada al máximo, como Claire de lune de luces amortiguadas y un tempo menos lento de lo habitual. La Evocación de Albéniz sonó como propina como si hubiese salido de las manos del mismo Debussy.

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