Conductus Ensemble | Crítica

Elocuencia y emoción del Gran Relato

Conductus Ensemble en el Espacio Turina

Conductus Ensemble en el Espacio Turina / Lolo Vasco

Es inevitable invocar a Bach cuando se habla de Pasiones, más siendo esta de Reinhard Keiser, escrita en Hamburgo en torno a 1712, bien conocida por Bach, que la utilizó varias veces durante su larga estancia en Leipzig como Thomaskantor. La tradición de la lectura de la pasión de Cristo durante algunos días de la Semana Santa llega a los primeros tiempos del Cristianismo, por lo que, en cuanto empezó a recitarse musicalmente, pasó por múltiples etapas hasta que a finales del siglo XVII empezaran a configurarse en Alemania las llamadas Pasiones-oratorios, entre las cuales la de Keiser es un señalado ejemplo y las de Bach, culmen absoluto. 

La obra de Keiser tiene ya la estructura bien conocida de alternancia entre recitativos, arias, coros y corales, con el texto evangélico, en el que se intercalan una serie de estrofas poéticas, como centro esencial del drama representado. Los personajes están ya bien definidos, con un Evangelista con voz de tenor que se expresa en recitativos seccos y un Jesús con voz de bajo que por primera vez canta sus partes en un estilo arioso con acompañamiento de la orquesta, que en este caso es solamente de cuerda.

Andoni Sierra presentó la obra con un Conductus Ensemble reducido (catorce voces en el coro, de la que salían los solistas de las arias) y siete instrumentistas (dos violines, dos violas y un bajo continuo a base de violonchelo, violone y órgano). En realidad, estaba previsto que las voces fueran quince, pero se anunció la ausencia por indisposición del contratenor sevillano Gabriel Díaz, quien iba a cantar de solistas tres arias, que asumieron el bajo Jesús García Aréjula (dos) y la soprano Jone Martínez (la otra). En cuanto al conjunto instrumental, cabe apuntar que era como volver a ver a la Orquesta Barroca de Sevilla en el Femás, pues salvo Íñigo Aranzasti, que ejerció de segundo violinista, todos son no solo habituales sino la base medular del conjunto hispalense (Leo Rossi, Pablo Prieto, Raquel Batalloso, Mercedes Ruiz, Ventura Rico y Alejandro Casal).

El éxito de una convocatoria de este tipo pasa en primer lugar por el Evangelista, que lleva el peso del desarrollo dramático de la obra. Sierra no arriesgó al contar con el veterano José Pizarro, curtido en estas lides y que demostró cómo, partiendo de una voz de sustancia básicamente lírica, puede articularse un discurso con las inflexiones dramáticas que requiere en cada momento la situación. Ausente el texto es posible que buena parte de la carga retórica de su actuación se perdiera. A su lado, el granadino Víctor Cruz puso voz a Jesús con distinguida nobleza.

La magnífica dirección de Sierra, tensa y flexible al tiempo, sacó del coro una versión extraordinaria, por el equilibrio, la claridad y la variedad de matices que está exigiendo una obra que en los coros de turba alterna o combina partes homofónicas con otras escritas en el mejor estilo del motete y otras en fuga: en todos los casos, el conjunto coral respondió con un empaste y un maravilloso perfilado por los extremos del registro. Entre los corales, brilló el conocido de Paul Gerhardt que Bach utilizó repetidas veces en su Pasión según san Mateo: lo interpretaron las voces femeninas con solo el acompañamiento del órgano y el violonchelo haciendo un contracanto de auténtica fantasía. Valga apuntar que en la base de todo estuvo el soberbio bajo continuo de Ruiz, Rico y Casal, que uno ha aprendido ya a citar como el tridente ofensivo o de centrocampistas de los mejores equipos de fútbol, de memoria.

Sierra contó también con tres magníficos solistas para las arias: la voz de Jone Martínez es bellísima, luminosa, radiante y parece revestida de esa aura de seguridad e invulnerabilidad de las grandes de su cuerda; la del tenor Ariel Hernández, de una elegancia y una tersura inusitadas; la del bajo Jesús García Aréjula, tan sólida como eficaz. Aunque en general eran breves, algunas de las arias, en da capo, tuvieron un desarrollo algo más amplio y tres de ellas estaban escritas con obbligato de violín, que interpretó con la conocida solvencia Leo Rossi.

Más allá de su relación con Bach, al que parece adelantar, y en espera de su San Mateo que cerrará el Festival el Domingo de Ramos, esta Pasión de Keiser se impuso en su primera presentación en Sevilla  por la fuerza dramática de su sustancia, atrapada admirablemente en una interpretación de plástica elocuenciahonda emotividad.

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