Israel Galván. Bailaor y coreógrafo.

"Creé mi propio lenguaje para que nadie me dijera si lo hacía bien o mal"

  • El sevillano, una de las figuras más internacionales del flamenco y uno de sus más radicales renovadores, acaba de recibir la insignia de Oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia

-¿Qué significa para usted Francia y sobre todo qué le debe al público de ese país?

-Tienen un circuito más asentado y un público acostumbrado a ver espectáculos de danza y teatro, incluso en las ciudades pequeñas. Al principio, con Los zapatos rojos, La metamorfosis o Galvánicas, en España hacía las obras tres o cuatro veces y ya está, no se podían rodar, y eso es algo muy importante porque al fin y al cabo es lo que te hace profesional. Por suerte el público francés en cierto modo me acogió y empecé a trabajar mucho allí, sobre todo a partir de 2004. Actuar allí me sirvió para descubrir el silencio. Aquí, cuando bailaba me llegaba siempre un murmullo que me incomodaba y me llevaba a hacer los pasos muy rápidos porque no quería hacer pasar un mal rato a la gente. Allí me sentía más libre. Y luego ya el público aplaudía, se reía o lo que tocase, pero me sentía juzgado de otro modo.

-¿Sigue percibiendo hoy, siendo ya una figura más que consagrada, esa diferencia entre el público de aquí y el internacional?

-Digamos que ya no me siento perdido. Antes era como estar en una tierra de nadie, que si esto es flamenco, que si no lo es... Ahora quien viene a verme, supongo, sabe que hago un flamenco personal. Pero yo aquí sólo bailo en Sevilla, Madrid y Barcelona, algo en Jerez y de vez en cuando en otros sitios. Y cuando voy a esos otros sitios todavía tengo yo la cosa esa del malentendido... Supongo que todavía no soy un bailaor completamente de aquí.

-Está siempre en movimiento y en transformación, ¿qué busqueda le mueve en este momento?

-Tengo 42 años y lo bueno es que el flamenco se baila también bien con los años. Para mí ha sido una alegría que se haya pasado el esplendor del físico. Me interesa ir a lo esencial, escoger muy bien lo que hago, aprovechar todas mis energías. Quiero también compartir en el escenario, bailar con otra gente y montar cosas para otros artistas, darles mis ideas. Vamos, yo tengo ganas de bailar todavía, eh, pero me interesa hacerlo con la emoción antes que con el físico.

-¿En qué proyectos nuevos está trabajando? ¿Qué puede adelantar de su participación en la Bienal de Sevilla de este año?

-Estoy con un encargo para una Semana Flamenca que voy a montar en el Mercat de les Flors de Barcelona y con la obra para la Bienal, en la que van a colaborar Dani de Morón e Isabel Bayón. La obra se llama Dju-dju y va sobre las supersticiones, la magia y los miedos, sobre eso que se llama "el duende". Entronca con esta idea de hacer cosas para otras personas sin que yo baile. A mí me gustan mucho las películas de miedo y conectar ese mundo con el baile me daba pie a entrar en un género nuevo y no repetirme. Es, en resumen, una obra de susto [risas]. Y para 2017 quiero crear un grupo de siete personas en el que todas bailen, una celebración con la gente. La coreografía responde a mi deseo de bailar en grupo, un paso que no había dado nunca.

-Lo real, que giraba en torno al exterminio nazi del pueblo gitano, o El fin de este estado de cosas, sobre la muerte y el Apocalipsis, eran tortuosas y sobrecogedoras. Fla.Co.Men, su trabajo más reciente, es más ligero, hasta jubiloso. ¿A qué se debe ese cambio que se aprecia incluso en un baile menos sincopado?

-Al igual que La metamorfosis me hizo bailar más para adentro, Fla.Co.Men es una bisagra, me sitúa ante una puerta nueva hacia otro estado de baile. Yo antes bailaba con esa presión del público. Aunque para ti algo sea bueno y estés convencido al máximo, es el público el que te mata si a él le parece que no. Sentía que el público iba a matarme en cualquier momento, por eso me decía a mí mismo: antes de que lo hagan ellos, ya lo hago yo. Y es cierto que en todas mis obras había muerte y un clima denso. Llegó un punto en que sentí que tenía que cerrar ese círculo. Dejar de actuar mirando al público de reojo, porque ese miedo se traducía en un cierto elemento agresivo en el baile. Por eso en Fla.Co.Men hay una parte en la que me pongo frente a una persona del público y la miro a los ojos, sólo a esa persona, y bailo para ella, para crear otro tipo de conexión. Para mí el baile tiene algo casi medicinal y ahora lo que quiero es que la felicidad que a mí me da bailar llegue también a la gente.

-Ha dicho que Patricia Caballero le enseñó a no bailar sufriendo, sino disfrutando. ¿Cómo se enseña y cómo se aprende algo así?

-Ella hace danza [contemporánea] pero yo veo que tiene una energía flamenca, y esa energía la llevaba más lejos, a un sitio que yo no había visto antes. Para los que bailan, la coreografía es un peso, porque te domina, y digamos que detecté que a ella esto no le pesaba. Bailaba lo que le iba saliendo bailar, sin miedo a caerse o a que no le saliera un paso. En Fla.Co.Men quería sobre todo que ella, como una médica, detectara qué pasos no me sentaban bien. Que me hiciera fluir bailando y me ayudara a quitarme de encima ese peso de la coreografía y de mi propio perfeccionismo. Me ha enseñado a bailar con la mente, y eso el público lo ve o no lo ve, pero a ti, mientras estás ahí, te hace viajar bailando.

-De sus colaboraciones con Akram Khan y Sol Picó también ha sacado algo: le ha perdido el miedo al contacto físico...

-Antes, cuando tocaba un cuerpo bailando sevillanas me daba pavor. ¿Y si toco donde no debo? Con Sol, ensayando, a veces la cogía por sus partes íntimas, pero no de manera sexual, sin querer, y estaba todo el tiempo "uy perdón, ay lo siento". Pero al final es muy simple: si bailas, te rozas. Con Akram he compartido una obra al 50%, cosa que antes me costaba porque el flamenco lo veo yo como algo muy individual, pero él me abrió una grieta, otro camino.

-Es curioso que alguien con tantísimo pudor y tan tímido como usted haya sido capaz de ser tan radical y firme en una apuesta arriesgada y en la que se ha expuesto tanto, porque su baile suscitó y sigue suscitando posturas muy vehementes y enconadas. En este aspecto, ¿ha sido su carrera artística también un desafío a sí mismo?

-Bueno... Necesito ser yo. Si no, no podría bailar, me saldría algo falso. Mi idea fue siempre hacer lo que yo quería hacer. Ni más, ni menos. Ahí sí me arriesgué, pero yo esto lo veía como un arte, es decir, como una forma de expresión, no como una manera de ganar dinero ni de ser el más moderno, y sencillamente he ido haciendo lo me salía desde dentro. He sido honesto y fiel a mí mismo. Siempre he entendido el arte y el escenario como un mundo en el que se puede hacer todo, y por tanto para mí es un ámbito de libertad, donde me libero del mundo real.

-Ahora todo el mundo le reconoce como creador de un lenguaje propio, guste o no, pero ¿cuál es la parte no tan grata de llevarlo a cabo? Usted viene además de una familia de tradición flamenca muy ortodoxa...

-¿Sabes qué pasa? El flamenco puro no existe. Porque ha estado siempre regenerándose. Por ejemplo, un símbolo de lo puro hoy: Carmen Amaya. Antes nadie bailaba como ella. Carmen Amaya pura no era, porque de hecho rompió con lo que había en su momento, creó un lenguaje nuevo, que no tenía nada que ver con los códigos que había entonces para el baile de la mujer. Luego pasan los años y alguien dice: Carmen Amaya, esa sí que era pura. Pues vale... Yo bailé durante mucho tiempo en concursos, ante jurados, y tuve suerte porque gané unos pocos y me apreciaban, pero llegó un momento en que me cambió el chip y no quería ya que los demás me dijeran: "bueno, pues hoy ha bailado bien" o "el chiquillo no ha estado fino". ¿Se pasa mal? Sí, viví varios años duros. Durante una temporada larga ni me salían galas. Pero la cuestión es que yo hacía esas cosas, mis cosas, porque me divierten, no porque necesite sorprender a nadie, sino porque mi cuerpo me pide bailar y bailar es mi manera de estar en la vida, me hace ser la persona que soy. Creé mi propio lenguaje para que nadie me dijera si lo hacía bien o mal, sino me gusta o no me gusta.

-¿Cuándo tuvo la certeza de que necesitaba romper con todo eso?

-Para cuando hice Los zapatos rojos la crítica clásica de aquí, de Sevilla, me veía como un buen bailaor en ciernes. Tener la responsabilidad de velar por el flamenco, el no poder salirte de las normas, de lo que dicen los críticos, los programadores y el público en general que es el flamenco..., ese peso no me dejaba bailar. Yo tenía claro que mi fondo era flamenco, porque otra cosa no sé hacer, mi energía es esa, pero al mismo tiempo necesitaba liberarme de todo eso, y lo hice en Los zapatos rojos. Es como cuando dejas la familia y te independizas. Tú sigues viniendo de donde vienes, ¿no?, pero ya el camino lo haces tú.

-Siempre se habla de la importancia del silencio en su baile. Fuera de abstracciones, ¿qué significa para usted el silencio?

-Recuerdo que en Los zapatos rojos hubo un momento en el que me quedé parado, no sé qué me pasó pero no podía bailar... y a la gente le gustó mucho eso. Pero también tiene mucho que ver el silencio para mí con la muerte de Manuel Soler. Yo no quería tener otro percusionista; no podía. Y me acostumbré a no llevar ritmo. Ya que no tenía a Manuel, quise buscar el ritmo dentro de mí. Además, después de tantos años bailando, desde muy chico, me resultó liberador no escuchar falsetas, ni cante, ni palmas, ni nada, y bailar yo en ese silencio. Siempre se dice que es bueno viajar solo, ¿no?, pues para mí bailar en silencio es muy parecido, una reflexión sobre mí mismo.

-¿Ser una referencia del baile actual y un icono de la modernidad flamenca es un nuevo peso con el que tiene que lidiar?

-Bueno... Yo, como todo lo he hecho de forma normal, todo lo llevo con normalidad. Lo que tengo claro es que no soy esclavo de nada, no voy a decir "como ya soy moderno, ahora a traer siempre algo nuevo, a ver cuál es el último invento". Si quiero bailar más suave lo hago, y si me apetece bailar más clásico por qué no, también lo voy a hacer. Yo intento ser un bailaor nuevo cada equis años, pero porque lo necesito, porque me aburro de mí mismo, sin historias de cara a la galería.

-Hay quien cree que Pedro G. Romero piensa y usted poco menos que simplemente ejecuta. Lo cual no es así en absoluto, pero en cualquier caso ¿qué significa para usted esa complicidad?

-Él es un conocedor del arte en general, entonces para mí es como un archivo viviente que me lleva a lo esencial. Yo leo, pero no tanto como él, porque él lee mucho y de hecho ese es su trabajo. La vida me ha ido llevando a gente nueva, pero Pedro siempre me hace llegar a cosas nuevas. Es como si mi cerebro tuviera una prótesis.

-¿Qué otras inspiraciones son importantes para usted?

-La verdad es que el baile en sí ya es mucho. Yo veo muchas cosas en la vida normal, en los gestos de la gente, en el vivir la vida cotidiana. Un solo gesto que hace una persona puede hacer que me caiga mal, aunque no la conozca, o puede hacerme reír. A veces veo andando a una persona por la calle y si me gustan sus andares me dan ganas de seguirla. Todo lo que veo me lleva al baile. Veo una película y si me está gustando, no sé de qué forma, el ritmo de las imágenes me da ganas de bailar. Cuando leo, igual, si hay algo ahí en la forma de contar las cosas que me atrape, también me acaba llevando a pensar en el baile. Todo. Por eso el baile tiene algo de pesadilla: no hay manera de escapar de él. Pero a la vez, en cierto modo, eso es también lo que me hace volar.

-¿Qué clase de bailaor y de artista se imagina que será cuando tenga, no sé, 60 años?

-Quién sabe. Espero, sobre todo, seguir creciendo en la vida. Conocerme más a mí mismo, aprender a disfrutar más de todas las cosas. Para mí ese es el sentido último de... todo. En cuanto al baile, la única manera de saberlo es seguir bailando, seguir ensayando, seguir afinando, pero es seguro que haré otro baile, del mismo modo que hoy no bailo igual que cuando tenía 25 años, ni cuando tenía 35. Hace unos años vi en Japón a Kazuo Ono, un bailarín de butoh. Fue poco antes de que muriera, y en aquel momento él estaba punto de cumplir 100 años y tenía que bailar ya sentado en un sillón, pero moviendo la mano así, con un movimiento chico, movía un mundo. Para mí, en cuanto a la emoción que busco, ese es el modelo.

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