Cuento de Navidad de un Loach dickensiano

Crítica 'La parte de los ángeles'

Ken Loach firma con 'La parte de los ángeles' la película más optimista de su trayectoria.
Ken Loach firma con 'La parte de los ángeles' la película más optimista de su trayectoria.
Carlos Colón

18 de noviembre 2012 - 05:00

La parte de los ángeles. Comedia dramática, Reino Unido, 2012, 106 min. Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Fotografía: Robbie Ryan. Intérpretes: Roger Allam, Daniel Portman, John Henshaw, William Ruane, Lorne MacFadyen, Paul Brannigan, John Joe Hay, David Goodall, Finlay Harris, Paul Donnelly, James Casey, Siobhan Reilly, Jim Sweeney.

Ken Loach, un superviviente de los años del Free Cinema y el realismo social, ha convertido sus películas en cine de género. Lo suyo, más que autoría, es insistencia. Sus incondicionales dirían que es resistencia. Desde 1962, a través del cine o la televisión y del documental o la ficción, se ha dedicado a mostrar a las víctimas de los desajustes capitalistas -con especial virulencia tras el thatcherismo- como Dickens hizo con las de la revolución industrial. Menos sentimental, desde luego, porque Dickens era un victoriano liberal y reformista, mientras que Loach tiene un fondo revolucionario inspirado por el trotskismo que tanta influencia tuvo en la izquierda inglesa de entre los años 60 y 80. Pero igualmente dado al dibujo minucioso de personajes y situaciones a través de los cuales generaliza su crítica a la totalidad. En estos últimos años también está haciendo concesiones a lo sentimental, como es el caso de esta hermosa película, lo que definitivamente le convierte en un discípulo agrio de Dickens que con La parte de los ángeles ha rodado su película más dulce, optimista y soñadora. Por ello, más dickensiana. ¿O acaso el orondo asistente social no podría ser una variante suburbial del bondadoso Mr. Brownlow de Oliver Twist? ¿Y los pandilleros que le siguen sin dejarle iniciar su nueva vida no podrían ser descendientes del matón Bill Sikes?

Esta insistencia o resistencia ideológica le hace incurrir a veces en simplificaciones. Pero también le ha otorgado coherencia a lo largo de un extenso recorrido profesional que abarca 50 años, desde que empezara a realizar sus documentales dramatizados para la BBC en 1964. Su formación televisiva le ha inspirado un lenguaje cinematográfico escueto, sintético, directo. Lo ideal para enfriar un tanto el cálido guión de su fiel Paul Laverty: la historia, tan inverosímil como la más aleccionadora novela victoriana, de la redención de un chico de la calle.

La parte de los ángeles es el whisky que se ha evaporado en las barricas. Y evaporar un whisky carísimo por su antigüedad y rareza salvará al protagonista de una vida perra y le permitirá fundar su frágil familia. Que un joven violento, borracho y drogadicto, malogrado por una infancia desastrosa y encanallado por un entorno brutal, sea redimido por el amor y por la paternidad, y luego salvado por su olfato y paladar para el whisky, es una buena, aunque poco creíble, historia. Laverty y Loach se lo jugaban todo en el tono con que desarrollarla. Y acertaron al elegir lo agridulce, el humor trágico o la tragedia humorística del costumbrismo no exento de dureza realista, al narrar las aventuras de este descarriado y de su desastroso e igualmente escuálido grupo de amigos en rehabilitación. Una redención milagrosa contada, siempre dentro del realismo conciso de Loach, con gracia y ternura. En forma de cuento que, dadas las fechas, casi podría ser de Navidad.

Dicho sea para justificar las inverosímiles bondades de unos y conversiones de otros. La mayoría de las veces la vida no es así. Pero así debería ser. Y en ocasiones hasta lo es. Un cuento, pues, y además con sustancia moral: ¡cuanta razón tenía Chesterton al escribir que no era el comunismo el enemigo de la familia, como en su tiempo se decía, sino el capitalismo! Este antiguo trotskista lo demuestra con este sencillo y tierno canto a la fuerza del amor y de la paternidad. Optimista, divertida y emocionante: sólo el prestigio de Loach la puede salvar de quienes creen que estas cualidades están reñidas con el rigor y la inteligencia. Está bien llegar a los 76 años haciendo películas como esta.

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