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Crítica de Ópera

Elogio de la ingenuidad

Un escena del ensayo general de la ópera 'La hija del regimiento' en el Teatro de la Maestranza.

Un escena del ensayo general de la ópera 'La hija del regimiento' en el Teatro de la Maestranza. / antonio pizarro

En ocasiones, un buen montaje escénico nacido de alguien con verdadero sentido de la teatralidad puede salvar una ópera irregular. Es el caso del título que anoche subió a las tablas del Maestranza. A pesar de su popularidad, fundamentada en no más de tres números musicales, no deja de ser una obra menor en el catálogo donizettiano, con pasajes rutinarios, aunque siempre con el buen oficio de su autor como respaldo. Pero quien ha hecho que estas funciones se conviertan en unas de las más atractivas, divertidas y felices de los últimos años es Laurent Pelly, con una producción original del Liceo y que ha pasado por los mejores teatros del mundo.

Pelly nos sitúa en un entorno de fantasía, como de cuento inocente y naif, acorde con la deliciosa ingenuidad del libreto. Luminosa (¡por fin!) y colorida, con escenografía muy visual que juega con los planos inclinados y las diagonales, su mayor baza es una extremadamente cuidada dirección de actores, siempre sobre la música y siempre buscando el mayor juego teatral, con guiños y detalles que hacen esbozar la sonrisa en el público, lo que no es poco viniendo de los montajes oscuros y tenebrosos de los que venimos. Especialmente brillante fue la resolución escénica de los dos finales de acto, toda una lección de cómo mover con fluides a las masas escénicas.

Una gran montaje escénico lleno de luz y de color y con gran sentido del teatro

A la vitalidad y optimismo del montaje le secundó la batuta de Santiago Serrate. Desde la obertura se apreció una concepción transparente y colorida del tejido orquestal, otorgando el brillo a los timbres instrumentales necesarios en cada pasaje sin forzar el fraseo, siempre fluido y lleno de brío y ritmo en los pasajes animados. El equilibrio entre foso y escena fue siempre perfecto. Estupendas intervenciones solistas del corno inglés y del violonchelo en los pasajes más melancólicos de la partitura, como acertadas estuvieron las trompetas.

La producción escénica requería de unos cantantes que fuesen también buenos actores y así ocurrió con todos los participantes, empezando por un coro que, además de repetir su soberbio estado de forma vocal (especialmente brillantes estuvieron los hombres), se movió con desparpajo y gracia en sus numerosas intervenciones, detalladamente coreografiadas.

Pretty Yende se enfundó a la perfección el personaje de Marie con una actuación teatral remarcable por la naturalidad de sus movimientos y la gracia de su gesticulación. Vocalmente estuvo magnífica. En algunos momentos se apreció falta de metal, de mordente y brillo en la voz, pero en lo demás dominó a la perfección tanto la línea de canto (sensible y mórbida en Il faut partir y, sobre todo en Par le range) y el canto ligado como en los pasajes de coloraturas, espléndidas y apabullantes en la franja de los La y Mi sobreagudos.

No es agraciado el timbre de la voz de Osborn, aquejada de nasalidad, pero una buena técnica, una vez pasados los primeros números en los que estuvo rígido en el fraseo, le permitió afrontar con soltura un momento tan delicado como Pour me rapprocher y con firmeza los famosos nueve Dos (con un Re bemol añadido al final). Magnífico de voz y actuación Daza, con ese punto de rudeza en el fraseo que tan bien le va al personaje. Correctos Pinchuk y Arrabal, espléndido Lagares, con la compañía de estupendos actores como Peña y Carrillo.

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